La Divina Maternidad, parte 1

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La figuración de la Theotokos en el icono de la Natividad

La fiesta de la Natividad está totalmente ligada al hecho de la Encarnación de Cristo. su sentido es, en primer lugar, histórico: relata, con un lenguaje que le es propio, el hecho único y sin precedente del nacimiento del Salvador. Pero tras el aspecto histórico, el icono revela el sentido teológico y espiritual de este hecho. En este sentido, el icono no es una foto de reportaje. Su significado va mucho más allá de la mera ilustración. Como la Escritura o la himnografía, su fin es introducir en el misterio de la fe celebrada por la Iglesia.

El momento histórico del nacimiento de Jesús inaugura una nueva era sin equivalencia en la historia de toda la creación: Dios se hace presente en el seno del mundo, de forma personal, por medio de Su Encarnación. Se avanza más allá de la trascendencia de su naturaleza divina, para descender asumiendo nuestra naturaleza, haciéndose hombre como nosotros, haciéndose semejante a nosotros en todo, salvo en el pecado. “El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, así como lo escribe San Juan en el Prólogo de su Evangelio. (Juan 1:14. El término griego utilizado por San Juan, significa literalmente: “Ha extendido su tienda entre nosotros”, alusión manifiesta, según la opinión de la mayor parte de los comentaristas, a la Tienda del Testimonio que sirvió de Templo para Israel durante los cuarenta años pasados en el desierto antes de entrar en la tierra prometida).

Así, curiosamente, si se mira el icono de la Natividad, nos damos cuenta de que la figura de Cristo es minúscula. Esto conduce, en principio, a una evidencia práctica: un recién nacido ocupa un espacio muy restringido, casi minúsculo. Pero, al mismo tiempo, el sentido teológico se desarrolla directamente. Esta pequeñez, corresponde al descendimiento de Dios en la Encarnación. En el momento de su nacimiento, lo que asombra, es justamente la debilidad con la que Dios se reviste, su vulnerabilidad, su insignificancia. El icono de la Natividad no es una representación de la gloria de Cristo, como la Transfiguración o la Resurrección, sino de su descenso, de su humillación.

La periferia del icono

Al mismo tiempo que se revela la realidad de la Encarnación y la humildad de Dios hecho carne, el icono expone todo lo que rodea a este nacimiento: la venida de los magos, la duda de José, el anuncio de los ángeles a los pastores, el lavado del niño, hechos históricos en su mayor parte relatados en los evangelios de la infancia. Es el aspecto narrativo del icono. Estos hechos tienen su importancia propia, y están presentes en su justo valor. Notaremos, sin embargo, que su posición en el conjunto de la composición es periférico. El sentido de esta composición es muy claro. Significa que, con relación al misterio de la Encarnación, no están más que en un segundo plano (la ausencia de perspectiva en el icono impide justamente hablar de segundo o primer plano), al menos ‘alrededor’ del misterio. Son periféricos en la medida en que muestran las incidencias de este hecho, a la vez histórico y milagroso, en el mundo.

La disposición de estas escenas en el seno del icono, lejos de ser gratuita, tiene un significado teológico muy claro.

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A nivel superior, corresponde el contacto con el cielo, es decir, con el mundo de los ángeles: el anuncio de los ángeles a los pastores, la estrella guiando a los magos y viniendo a detenerse “por encima del lugar en el que se encontraba el niño”, y los magos mismos. Estos signos milagrosos manifiestan, a los que son aptos para recibir este anuncio, el hecho milagroso del nacimiento del Salvador. Esta parte superior del icono caracteriza la fe en la divinidad del niño que acaba de nacer.

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En el nivel inferior, las dos escenas son terrestres: la duda de José, con el maligno que viene a tentarle (representado bajos los trazos de un viejo pastor), y el lavado del recién nacido por las mujeres. Esta última escena no pertenece al Evangelio. Se describe en el Protoevangelio de Santiago, un apócrifo utilizado en la tradición litúrgica. Subraya la realidad humana de la Encarnación. Es un niño como los otros, que es lavado por las sabias mujeres. El Protoevangelio de Santiago cuenta que estas, llamadas por José, llegaron tras el nacimiento de Cristo. El nacimiento propiamente dicho permanece totalmente en misterio: nadie asistió. Ellas se contentaron, pues, con lavar al niño recién nacido.

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El centro del icono

El significado profundo del icono de la Natividad se revela por su centro. Es ahí donde el comentario teológico de la Encarnación, por la tradición iconográfica, se revela con mayor profundidad.

Este centro está constituido por Cristo recién nacido, la Theotokos, y los elementos que les están asociados: la montaña, la gruta, la posada, el buey y la mula. Todos estos elementos se armonizan para formar una especie de joyero donde acaba de situarse la figura del niño recién nacido.

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Sin embargo, la Theotokos tiene en esta composición un lugar inmenso. Estaríamos casi tentados a decir “un lugar central”, lo cual no es exactamente si se ve la construcción del icono. En efecto, el centro de construcción del icono está ocupado por la aureola de Cristo recién nacido. Es hermoso el Cristo que forma el centro teológico del icono, pero la Theotokos es la figura más vista, la más resplandeciente en majestad. El icono manifiesta así el lugar único que ella ha tenido en tanto que mujer en la economía de la salvación.

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Fuente: 

Traducido por psaltir Nektario B.

© Marzo 2015



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