El Camino. Introducción parte 4. Por Giorgos Metalinos.

3. Desgarrando la túnica sin costuras de Cristo.

Los cismas y las divisiones demostraron ser incluso las armas más temibles que el demonio había empuñado contra la Iglesia. Tras ellas está la falacia.

Ya desde la época apostólica, la pura enseñanza cristiana comenzó a ser adulterada, incluso con la admisión de percepciones segulares (filosofías, mitologías), o con la negación de la unidad de los muchos aspectos combinados de la enseñanza, y en cambio, la absolutización de uno de sus aspectos. La alteración de la enseñanza cristiana fue llamada “herejía” (airesh, del verbo griego airoumai, pronunciado ai-rú-mai = preferir, elegir). En el Nuevo Testamento (Hechos, Cartas), las creaciones de esta clase eran condenadas (por ejemplo, las herejías judaizantes y gnósticas-helénicas).

Desde el siglo III, la Iglesia comenzó a poner en práctica y obra cada vez más Su sistema sinodal, para hacer frente -entre otras cosas- a las diversas herejías. Sabemos de tales sínodos en Antioquía, alrededor del año 260 d. C., que hizo frente a las falacias de Pablo de Samosata.

La aparición de herejías dio a la Iglesia la causa para indigar más profundamente en la esencia de la Fe y su tradición y, a partir de ese momento, producir Su teología. La Iglesia siempre ha visto la herejía como el mayor de los peligros: una amenaza a Su esencia y Su hipóstasis. La herejía “divide” al Cristo Uno e Indivisible (1ª Corintios 1:13), que es la Toda Verdad. Pero en esta forma, la herejía es basicamente negar a Cristo, que sólo es aceptado entonces, cuando Su unidad y catolicidad (plenitud, totalidad, integridad), es aceptada. La absolutización de algo relativo (=herejía), inevitablemente relativiza lo que es absoluto: la una y única Verdad. La herejía constituye un intento de subyugar la verdad salvífica de la Iglesia “a la forma de vida fragmentada de la humanidad caída” (Christos Yannaras). Por eso, -cristianamente hablando-, la herejía es vista como una caída, como un pecado y como la muerte; en otras palabras, una ruptura con la vida del Cuerpo de Cristo, la Iglesia.

Aunque una ideología, la herejía no se limita a ser un tema intelectual. Influencia toda la visión global de la humanidad y da lugar a una postura errónea, a una alienación a todos los niveles de la vida. En otras palabras, la herejía, así como la Ortodoxia, tiene un carácter claramente existencial. Por eso ambas tienen una creencia que es transustanciada en una correspondiente forma de existencia, de vida. El fracaso de la herejía en la esfera social es destacado por San Ignacio el Teóforo (siglo II), que escribió lo siguiente sobre las herejías de su tiempo, a los cristianos de Esmirna: “En cuanto al amor, ellos (los herejes) no muestran preocupación; ni por las viudas, ni por ningún huérfano, ni por los afligidos, ni por nadie que encarcelado o libre, ni por los hambrientos o sedientos…” (Esmirna VI, 2).

Por tanto, la herejía, al alterar la completa y única verdad salvadora, priva al hereje de toda posibilidad de salvación; de hecho, en cualquier aspecto de su vida, tanto personal como social. Esto explica las luchas de los santos padres en todas las eras por la prevalencia del cristianismo en lugar de la herejía, porque esta es la única forma de que la verdad existencial y social de la Iglesia pueda ser preservada.

Al entrar en la Iglesia, el neófito confiesa el “símbolo de la fe”, recitando el “Credo”. Haciendo esto, está haciendo una declaración de que la fe de la Iglesia se ha convertido ahora en su fe personal y también de la opinión de la Iglesia, su opinión personal. Es característico cómo el obispo electo recita el mismo símbolo, confesando también así la Fe Ortodoxa, que ha sido llamado a preservar y predicar.

Las enseñanzas /dogmas son, por tanto, los límites externos de la Iglesia; son los límites definidos entre la verdad y la falacia. Salvaguardan la vida eclesiástica y actúan como su baluarte. Preservan la identidad de la Iglesia de las olas rompientes de las falacias y falsedades del mundo sin Dios. Los dogmas son formulados por la Iglesia en todas las épocas; sin embargo, no representan nuevas verdades; son esencialmente nuevas formas de formular la misma y única Verdad. Por supuesto, se observa desarrollo y evolución, no en la esencia del dogma (la fe), sino sólo en su forma. Esta es la razón por la que uno escucha sobre la necesidad de re-expresar el cristianismo en cada época. Cristo mismo, la única fe ortodoxa, es ofrecido a la humanidad en todas las épocas, articulado en el “lenguaje” de esa época -esto es, con los modos de expresión particulares de la época. San Vicente de Lerins dijo característicamente: “Enseña lo mismo que te enseñaron. Habla de forma nueva, pero no digas cosas nuevas…” (Commonitorium 1:22). En palabras de San Irineo: “Los dogmas son el análisis de todo lo que ya ha sido provisto en la Biblia” (Control… 1, 10, 3).

Junto con los Dogmas formulados también en los sínodos -y especialmente los Ecuménicos- estaban los Cánones de la Iglesia. Los cánones están destinados a regular problemas relacionados con la vida espiritual de los fieles, pero también su identidad como miembros de la comunidad cristiana. Por eso hay cánones que determinan puramente asuntos sociales, por ejemplo el matrimonio, la justicia, la condena de la usura, la injusticia, etc. El Sínodo de Jerusalén (o Sínodo “Apostólico”, Hechos 15:22), ya estaba regulando cuestiones relativas a los cristianos procedentes de los hebreos.

El propósito de los cánones es proporcionar en cada época un esquema del yo dogmático de la Iglesia y asistir a los fieles para incorporarlos en sus propias vidas, haciendo así la vida de la Iglesia su propia vida personal en la sociedad, junto con la de sus hermanos. Sin embargo, dado que los cánones siempre tienen como su punto inicial una específica realidad histórica (esto es, una razón específica), algunos de ellos eventualmente quedaron obsoletos o, en otrasinstancias, algunos quedaron inoperativos esperando a ser implementados. Por eso reconocemos tanto “prestigo” como “validez” en los cánones (P. Boumis). Los cánones poseen un prestigo perenne -habiendo sido compestos en el Espíritu Santo- aunque sin embargo, su validez es regulada por el curso de la Iglesia y las necesidades salvíficas actuales de Sus fieles en cada época.

Traducido por Psaltir Nektario Belmonte

cristoesortodoxo.es



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