Los primeros enemigos de la veneración de la Madre de Dios
Cuanto más se difundía la fe de Cristo y más se glorificaba el Nombre del Salvador del mundo en la tierra, y junto a él más se le otorgaba también a Ella el ser la Madre del Dios-Hombre; más se incrementaba hacia ella el odio de los enemigos de Cristo. María era la Madre de Jesús. Ella manifestó un inaudito ejemplo de pureza y rectitud, y por otra parte, habiendo partido de esta vida, también fue un apoyo poderoso para los cristianos, incluso siendo invisible a los ojos corporales. Por lo tanto, todos los que odiaban a Jesús Cristo y no creían en Él, que no entendían Su enseñanza, o para ser más precisos, no deseaban entenderlas como la Iglesia las entiende, que deseaban sustituir las enseñanzas de Cristo por sus propios razonamientos humanos, todos éstos transfirieron su odio por Cristo, por el Evangelio y por la Iglesia, a la Purísima Virgen María. Deseaban menospreciar a la Madre, para que de esta manera pudiesen destruir también la fe en Su Hijo, creando una falsa imagen de ella entre los hombres con la finalidad de tener la oportunidad de reconstruir toda la enseñanza cristiana sobre una base diferente. En el vientre de María, Dios y el hombre se unieron. Ella fue la que sirvió a modo de escalera por la que el Hijo de Dios descendió del cielo. Arruinar la veneración a la Madre de Dios significaría arruinar el cristianismo desde la raíz, para destruirlo desde sus cimientos.
Desde el mismo comienzo, Su gloria celestial fue marcada en la tierra por un estallido de la malicia y el odio hacia Ella por los incrédulos. Cuando, después de Su santo reposo, los Apóstoles llevaban su cuerpo para ser enterrado en Getsemaní, al lugar que Ella misma había elegido, Juan el Teólogo iba a la cabeza llevando la rama del paraíso que el Arcángel Gabriel le había traído a la Santísima Virgen tres días antes de Su dormición cuando vino del cielo para anunciarle la proximidad de Su partida a las mansiones celestiales.
«Cuando Israel salió de Egipto, la casa de Jacob de entre un pueblo bárbaro», cantó San Pedro del Salmo 113; «Aleluya», cantó toda la asamblea de los Apóstoles junto con sus discípulos, como por ejemplo Dionisio el Areopagita, quien igualmente había sido transportado milagrosamente en ese momento a Jerusalén. Y mientras se estaba cantando este himno sagrado, que fue llamado por los judíos el «Gran Aleluya», es decir, la gran «Alabanza al Señor», un sacerdote judío, Athonius[1], saltó hasta el féretro y quiso volcarlo y tirar al suelo el cuerpo de la Madre de Dios.
El descaro de Athonius fue castigado de inmediato: el Arcángel Miguel con una espada invisible cortó sus manos, que quedaron colgando en el féretro. El atónito Athonius, experimentando un dolor atormentador, consciente de su pecado, se sumió en la oración a Jesús, a quien había odiado hasta entonces y fue sanado inmediatamente. No tardó en aceptar el cristianismo y confesarlo ante sus antiguos correligionarios, por medio de los cuales recibió una muerte como mártir. Por lo tanto, el intento de ofender el honor de la Madre de Dios sirvió para su mayor glorificación.
Los enemigos de Cristo resolvieron no manifestar su falta de veneración por el cuerpo de la Toda Santa desde ese momento en adelante por medio de cruda violencia, pero sin embargo no cesó su maldad hacia ella. Al ver que el cristianismo se estaba extendiendo por todas partes, comenzaron a extenderse varias viles calumnias sobre los cristianos. Para ello no perdonaron el nombre de la Madre de Cristo, y se inventaron la historia de que Jesús de Nazaret venía de un ambiente vulgar e inmoral, y que su madre se había asociado con cierto soldado romano.
Pero aquí la mentira era demasiado evidente para que esta ficción pudiera atraer seria atención. Toda la familia del prometido José, y de María misma, era bien conocida por los habitantes de Nazaret y toda la campiña de los alrededores en su tiempo. ¿De dónde tiene Éste la sabiduría esa y los milagros? ¿No es Éste el hijo del carpintero? No se llama su madre María, y sus hermanos: Santiago, José, Simón y Judas? ¿Y sus hermanas, no están todas entre nosotros? (Mateo 13:54-55, Marcos 6:3, Lucas 4:22), dijeron sus compatriotas en Nazaret, cuando Cristo reveló ante ellos en la sinagoga Su sabiduría de otro mundo. En los pueblos pequeños los asuntos de familia de todo el mundo son bien conocidos; se mantenía una vigilancia muy estricta en aquel entonces, sobre todo la pureza de la vida matrimonial.
¿Realmente se habría comportado la gente con respeto hacia Jesús y Le habrían llamado a predicar en la sinagoga, si Él hubiera nacido de una cohabitación ilegítima? A María se le habría aplicado la ley de Moisés, la cual mandaba que tales personas fueran apedreadas hasta la muerte; y los fariseos habrían aprovechado la oportunidad de reprochar numerosas veces a Cristo la conducta de Su Madre. Pero el caso fue justamente lo contrario. María gozaba de gran respeto; en Caná la Virgen María fue una invitada de honor en la boda, e incluso cuando Su Hijo fue condenado, nadie se permitió ridiculizar o censurar a Su Madre.
[1] Llamado más comúnmente en Español “Jefonías”. Esta parte procede el Evangelio Apócrifo de San Juan el Evangelista sobre la dormición de la Madre de Dios.
Traducido por hipodiácono Miguel P.
En 2014 ®
para cristoesortodoxo.com
Categorías:San Juan Maximovicht, theotokos
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