Viaje al Cielo, parte 1, capítulo 6: Sobre la Ley innata de Dios

 

0813tikhonzadonsk

 

Sobre la conciencia

 

Cuando Dios creó al hombre, puso una conciencia en su alma para que lo gobernara como por una regla, y para que pudiera ser guiado en lo que debiera hacer, o en lo que debiera evitar. La conciencia no es más que la ley natural o innata, que también es conforme con la Ley escrita de Dios. Pues aquello que nos enseña la Ley de Dios, también nos lo enseña la conciencia.

La Ley de Dios nos manda conocer al único Dios; la conciencia enseña lo mismo. Por eso, incluso los paganos, convencidos por la conciencia, reconocieron a Dios.

La Ley de Dios nos manda reverenciar a Dios por encima de todas las criaturas y rendir honor supremo sólo a Dios; la conciencia enseña lo mismo. La Ley de Dios nos ordena  no tener nada igual a Dios; la conciencia enseña lo mismo. La Ley de Dios nos pide mostrar sumisión, subordinación y obediencia a Dios como autoridad suprema; la conciencia enseña lo mismo. La Ley de Dios nos manda temer a Dios como al más Justo Juez; escuchamos lo mismo desde nuestra conciencia. La Ley de Dios nos manda castigar a los que blasfeman contra el nombre de Dios; nuestra conciencia no puede soportarlo tampoco. La Ley de Dios nos ordena a escuchar a Dios más que al hombre; la conciencia nos enseña lo mismo. La Ley de Dios nos pide que amemos a Dios sobre todas las cosas; la conciencia pide lo mismo. Por eso, puesto que Dios es el más exaltado y supremo bien y la fuente de todo bien, debemos amarlo por encima de todo lo bueno creado.

La Ley de Dios nos enseña a dar gracias a Dios por todas las cosas; la conciencia nos enseña lo mismo, pues la conciencia misma nos convence para que seamos agradecidos con nuestro Benefactor.

La Ley de Dios nos manda poner toda nuestra esperanza en Dios; la conciencia nos pide lo mismo. Pues sólo Dios, como Todopoderoso que es, es capaz de hacer todas las cosas. Todo lo creado carece de poder sin Dios y está apartada de Dios, y por lo tanto, la esperanza en todo lo creado es inconsciente y enfermiza. La Ley de Dios nos manda someternos y dar honor a los padres y a todas las autoridades enviadas por Dios; escuchamos lo mismo de nuestra conciencia.

La Ley de Dios nos prohíbe dañar a un hombre o privarlo de la vida; la conciencia prohíbe lo mismo. La Ley de Dios nos ordena ayudar a un hombre en desgracia o necesidad; la conciencia nos manda lo mismo. La Ley de Dios prohíbe el adulterio y la fornicación; un hombre escucha lo mismo de su conciencia, y retumba en su interior el no contaminarse con la impureza.

La ley de Dios nos prohíbe tomar posesión de los bienes de otros sin el consentimiento del propietario; la conciencia clama lo mismo. La Ley de Dios nos prohíbe mentir, lisonjear y engañar; la conciencia también lo prohíbe. La Ley de Dios nos manda desear nada que pertenezca a otro; la conciencia manda lo mismo. Así, la Ley de Dios y la conciencia coinciden mutuamente y son designadas para el mismo fin, esto es, nuestra bienaventuranza, por lo cual, incluso los paganos, iluminados por las enseñanzas filosóficas, escribieron muchos preceptos útiles. Y esto procede sólo de la conciencia o ley natural iluminada por mucha labor e instrucción.

Por lo tanto, todo el que peca contra la conciencia, también peca contra la ley de Dios y contra el mismo Dador de la Ley, Dios. El que no escucha a su conciencia, no escucha ni la Ley de Dios ni a Dios mismo. El que no obedece a su conciencia, no obedece ni la Ley de Dios, ni a Dios mismo. El que ofende a su propia conciencia, también ofende a Dios mismo.

Aquellos cristianos que pecan contra su conciencia, no adoran verdaderamente a Dios, sino que son hipócritas, pues es imposible adorar a Dios sin una conciencia pura. Un cristiano no desea, y se guarda así mismo, de pecar contra su conciencia, y quebrantar así la Ley de Dios. Preferiría sufrir que pecar. La fe permanece en tal conciencia y hace a un hombre jubiloso, pues allí donde hay una conciencia pura, allí hay fe y regocijo. Así como la Ley de Dios acusa al hombre de pecar, asimismo la conciencia también lo acusa. Así es que cuando se dice en general una palabra de reproche, entonces se hiere a los pecadores en su conciencia y son perturbados.

Así, los libertinos son perturbados cuando se habla del libertinaje; los ladrones y salteadores son perturbados cuando se habla de robo y pillaje; los aduladores son perturbados cuando se habla de engaño y mentiras; son perturbados e incluso muestran algunos signos exteriores. Esta es la acusación de la conciencia obrando en ellos.

Así como la Ley de Dios pone el temor al juicio de Dios en el pecador, asimismo la conciencia pone el temor en él y clama dentro del pecador: “Hombre, te irá miserablemente”. Así como el efecto de la Ley de Dios y de la conciencia son el mismo, así mismo serán en el juicio de Cristo. Allí, la Ley de Dios que violó, acusará al pecador; la conciencia ofendida por sus pecados, también le acusará.

Allí, estas dos, la conciencia y la Ley de Dios, serán los testigos y los acusadores contra los pecadores. Así pues, una mala conciencia es como si durmiera, pero cuando se despierta y comienza a acusar al pecador, entonces el cruel tormento vendrá sobre él por medio de su conciencia, por lo que hay muchos que se suicidan, no soportando los remordimientos de sus conciencias.

Porque así como no hay mejor descanso que una conciencia pura, asimismo no hay mayor inquietud y tormento que una conciencia malvada. Si la conciencia atormenta tanto aquí, ¿cuánto más atormentará a un pecador en el siglo venidero, cuando todos sus pecados sean presentados ante él y lo acusen y lo atormenten?.

Oh pecadores, ¿por qué dormís? Despertémonos, arrepintámonos y purifiquémonos de nuestros pecados por el arrepentimiento y la contrición de corazón, y corrijámonos y dejemos de pecar y ofender a nuestra conciencia, para que no aparezcamos ante el Juicio de Cristo con una mala conciencia ennegrecida por los pecados, cuando sean abiertos los libros de la conciencia y cada uno reciba según sus obras.

Sobre la obediencia a la conciencia

No hagáis lo que la conciencia prohíbe hacer, pues una conciencia infalible prohíbe lo que la Ley de Dios también prohíbe. Pues una buena conciencia está de acuerdo con la Ley de Dios. La Ley de Dios dice: “No matarás; No robarás” (Éxodo 20:13, 15), y todo lo demás. También escucháis lo mismo en vuestra conciencia, y os dice lo mismo. Por lo tanto, evitad hacer lo que prohíbe la conciencia, no sea que habiendo herido vuestra conciencia, hiráis vuestra alma.

¿Por qué hacer buenas obras?

Apartaos del mal y obrad el bien por amor a Dios, por la simple razón de que Dios prohibió el primero y mandó el segundo, pues lo que no se hace por amor a Dios, no complace a Dios. Así pues, poned vuestro objetivo en todas vuestras obras sean la voluntad de Dios, que no desea el mal, sino el bien.

 

Traducido por psaltir Nektario B.

para cristoesortodoxo.com

© Enero 2016



Categorías:San Tikon de Zandonsk, viaje al cielo

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