El misterio de la Iglesia, la madre de la Iglesia
El misterio de la Iglesia
Para comprender el misterio de la Encarnación en su alcance máximo, es necesario detenerse aquí durante un corto instante en lo que ha marcado el fin: la Ascensión y el misterio que representa que Cristo esté sentado a la diestra del Padre. Esta idea de “diestra del Padre” es misteriosa. Indica que Cristo, el Dios hecho hombre, comparte con toda la plenitud de sus dos naturalezas, tanto como Hijo de Dios y como hombre “nacido de la mujer”, la gloria, la majestad y el poder del Padre y del Espíritu Santo. Es necesario insistir en el aspecto total y profundamente concreto de esta exaltación de la naturaleza humana de Cristo, de su edificación. Es un cuerpo humano verdadero, con todos sus componentes, que se sienta a la diestra del Padre, con todo lo que eso implica, incluso aunque, resucitado, este cuerpo ya no pertenezca a nuestra condición de hombres caídos. Este punto implica que la creación entera ha sido virtualmente divinizada en Cristo, recapitulada en Él, y que comparte por este cuerpo la plenitud de la gloria de Dios. La consecuencia directa de este hecho inaudito se encuentra en el misterio de la Eucaristía. Esta solo ha sido posible por el hecho, a la vez histórico y eterno, de la Ascensión de Cristo. La multiplicación con el poder del Espíritu Santo del santo Cuerpo y de la preciosa Sangre en el pan y el vino consagrados, en cada altar, en cada liturgia, a través del tiempo y el espacio, sólo ha sido posible por este estado totalmente misterioso de Cristo sentado a la diestra del Padre.
Este misterio no es otro más que el misterio de la Iglesia. La unidad orgánica de la Iglesia, en tanto que Cuerpo de Cristo, en la plenitud del Espíritu Santo, está ligada a esta universalización en la gloria de la carne asumida por el Hijo de Dios en la Encarnación. Pues, sentándose a la diestra del Padre, este cuerpo mortal resucitado ha traspasado completamente las limitaciones del tiempo y el espacio. Su presencia ya no está reducida a un punto preciso del mundo, se ha extendido a través de todo el cosmos, en la universalidad y catolicidad de la Iglesia. De la misma manera, la maternidad de la Theotokos se encuentra universalizada en el misterio de la Iglesia, por el hecho de esta relación estrecha con su Hijo, invistiendo toda su persona hasta su glorificación. (Esta gloria sólo fue efectiva en la persona de la Theotokos a partir de Pentecostés. Así como la Iglesia no existió como Cuerpo de Cristo más que a partir del descenso personal del Espíritu Santo sobre el grupo de los discípulos, la edificación de la Virgen en la gloria de su Hijo no se cumplió en plenitud más que con el descenso del Espíritu Santo sobre su persona).
La Madre de la Iglesia
San Juan cuenta cómo Cristo, sobre la cruz, dio por hijo a su madre, al “discípulo que amaba” (Juan 19:26). “Y desde este momento el discípulo la recibió consigo” (Juan 19:27). La Tradición ha dado a este episodio un sentido general, personificando el discípulo amado al conjunto de los que creerían en Cristo como salvador del mundo, es decir, la Iglesia. Esta nueva maternidad de la Virgen fue la respuesta a su renuncia a su papel de madre. Ella está ligada al misterio de la Eucaristía, con la comprensión de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, salido de su seno. Comulgando del Cuerpo y la Sangre de Cristo, este Cristo con el que somos “revestidos” después de haber sido bautizados en Él, este Cristo con el que nos hacemos coherederos por adopción, penetramos en el misterio del amor entre el Hijo de Dios y Su Madre. La asamblea de los creyentes, es decir, la Iglesia, encuentra en ella a una Madre en quien toda maternidad es llevada a su plenitud, purificada de toda pasión uterina. En la plenitud de su santidad, la Theotokos es hecha el signo misterioso de la ternura divina, la “rahamim” de los hebreos (rahamim: amor maternal desde las entrañas; es el apego instintivo de un ser a otro [madre-hijo]; hesed: designa un amor inquebrantable, capaz de mantener una comunión para siempre, sin importar lo que acontezca. Todo en su conjunto implica misericordia infinita. [Nota del traductor español]). Esta idea hebrea de ternura uterina podría no estar exenta de pasión malsana en la condición humana por el hecho del equívoco desenlace de la caída. La ternura maternal, tan importante para los judíos, puede ser ahogante, hasta mórbido, como hemos visto. Así, después de la Cruz, la Resurrección y la Ascensión, la nueva maternidad a la que la Theotokos es llamada en la Iglesia, es totalmente luminosa, totalmente liberadora para el hombre. No pertenece a este mundo, es un misterio del Reino venidero.
El icono de la Natividad recapitula el misterio de la Encarnación en su totalidad, hasta la Ascensión, no a un nivel de los hechos, si no en su última consecuencia: la gloria de la humanidad y la deificación del mundo. La actitud majestuosa de la Virgen, en este icono, no concierne, pues, solamente al hecho histórico y milagroso del nacimiento virginal del hombre Jesús. Recapitula todo el misterio de esta maternidad nueva y misteriosa a la que le será dado ascender siguiendo a su Cristo en la Pascua de la Nueva Alianza.
Traducido por psaltir Nektario B.
© Marzo 2015
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