Divina maternidad, parte 5

 

Cruz y glorificación de la Theotokos

 

La cruz de la Theotokos

Cuando, a la que exclama: “Feliz el seno que te llevó y los pechos que Tú mamaste”, Cristo le responde: “Felices más bien los que escuchan la palabra de Dios y la conservan”, se opone conscientemente a una concepción de la maternidad demasiado reductora.

La preponderancia de la madre en el alma judía no está exenta de ciertos abusos, así como lo subrayan muchos humoristas judíos. El amor maternal puede ser abusivo, así como invasor, y puede engendrar graves inhibiciones si llega a ahogar el alma, llegando a considerar al niño más que como un lactante que depende de su madre. Anunciando esto, Cristo no denigra a su Madre, sino que la llama a algo infinitamente superior: seguir a su hijo, recibir su enseñanza, acompañarlo por compasión hasta el pie de la Cruz.

Esto implicaba, de parte de la Theotokos, una renuncia total a sí misma, a su papel de madre, a su posición con relación a su Hijo. Pero como sucede siempre en la vida espiritual, esta renuncia desemboca en una realidad superior.

A menudo sucede que una madre siente, en lo más profundo de su seno, los sufrimientos de sus hijos. A la Theotokos le ha sido dado vivir la compasión como una espada que le atraviesa el corazón, así como lo había anunciado el anciano Simeón en el templo, el día de la Presentación del Señor en el templo, pues la vida humana que había sido ofrecida, el espíritu humano que había sido puesto nuevamente en las manos del Padre, la sangre que iba a ser vertida, toda esta realidad inmensa surge de su seno. Es un poco de su sangre la que ha surgido tras clavarse la lanza, es una parte de su vida la que ha sido ofrecida al Padre y recibida por Él en la efusión del Espíritu.

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Así pues, la Theotokos no sufrió esto por causa de ninguna revuelta. Si esta revuelta hubiera tenido lugar, si ella hubiera escuchado la voz de sus entrañas de madre rechazando la Cruz, su papel de madre habría quedado reducido sólo a su dimensión biológica, pues su espíritu habría sido excluido del misterio que se cumplía. Se puede considerar que fue allí, al pie de la Cruz, donde se sitúa el punto verdaderamente crucial de toda la actitud de la Theotokos frente a su Hijo. Frente a su reacción al horror de la Cruz es donde se decidió el futuro último de la Virgen María, su paso de una maternidad biológica a una maternidad divina. Eligiendo comulgar libremente de la sumisión a su Hijo, de su adhesión al designio del Padre, María pudo participar directamente de la Pascua de Cristo, desde lo más profundo de su fe y de su amor por Dios, incluso si esta fe fuera crucificada más allá de toda expresión. En esta renuncia libre es donde vivió la muerte del fruto de su seno; por eso pudo acompañarlo tan lejos en su obra.

Al pie de la Cruz, ha sido bautizada la maternidad de todas las mujeres, purificada totalmente de todo aspecto mórbido.

Todo esto fue anunciado en el templo. En ese momento, el anciano Simeón, al recibir al niño, le anuncia una purificación más profunda que la prevista por la Ley y de la que no tenía ninguna necesidad. Toda maternidad será purificada en ella por esta espada que le desgarra espiritualmente el corazón, en el Gólgota, el “lugar de la calavera”, la tumba de Adán. (Una tradición local cuenta que la tumba de Adán se encontraría en el lugar exacto del Gólgota, el “lugar de la calavera”. El cráneo representado bajo la cruz en el icono de la Crucifixión, sería, pues, el de Adán. No se puede negar a esta tradición un sentido teológico particularmente profundo). La maldición de Eva no fue abolida simplemente por el nacimiento virginal de Cristo. Fue al pie de la Cruz donde fue totalmente borrada, de la misma forma que Adán quedó reducido a nada en obediencia al Nuevo Adán dispuesto por el Padre.

La glorificación de la Theotokos en la gloria de su Hijo

La participación personal de la Virgen no se limitó a la Pasión y a la muerte de Cristo; continuó hasta el término de la Pascua. María no fue solamente la “Virgen de los dolores”. También fue la Theotokos glorificada en la gloria de su Hijo. La purificación de la maternidad en la Virgen fue un bautismo en el sentido exacto del término: sumergida en el sufrimiento y la muerte, esta maternidad resucita en la gloria de Cristo para acceder a un nivel espiritual mucho más profundo.

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La tradición litúrgica ortodoxa relata, en el célebre irmos de la novena oda del canon de Pascua, cómo renovó el arcángel Gabriel la plenitud del gozo de la Anunciación, al anunciar a la Virgen la Resurrección de su Hijo. Por medio de tales alusiones literarias en el diálogo de la Anunciación contado por San Lucas, así como en los textos del Antiguo Testamento que están ligados, podemos encontrar la misma expresión: “Alégrate”, pero acompañada de expresiones incluso más elocuentes: “Resplandece”, “Exulta y danza de alegría”.

De la misma forma, la tradición iconográfica y litúrgica muestra cómo la Virgen fue glorificada en la Ascensión de su Hijo. Esta carne que se sienta a la diestra del Padre es tomada de su propia sangre, de su matriz, es la carne de su carne.

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Fuente: 

Traducido por psaltir Nektario B

© Marzo 2015



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