Cada orden angélica recibe dones del Espíritu Santo, el espíritu de la razón y la sabiduría, el espíritu del discernimiento y de la firmeza, el espíritu del temor de Dios. Esta diversidad de dones espirituales y la diferencia de grados de perfección no produce de ninguna manera en los ángeles, sentimientos de competición o de envidia, ¡nada más lejos de eso!. Su voluntad es una, como dijo San Arsenio el Grande, y todos, llenos de consolación y de gracia divina, ignoran la miseria. Dotados de la misma cantidad que los otros de gracia y de voluntad, lo ángeles de las órdenes inferiores obedecen con amor y fervor a los ángeles de las órdenes superiores como a la voluntad divina. Según el ejemplo citado por San Dimitri de Rostov, “vemos claramente en el libro del Profeta Zacarías que, mientras que un ángel conversaba con el profeta, otro ángel fue a ordenarle de anunciar a Zacarías lo que iba a suceder en Jerusalén. De la misma forma, el profeta Daniel muestra un ángel ordenando a otro de comentar una visión al profeta”.
“¿Cuál es la causa de nuestra lucha, de nuestra caída en la muerte y de nuestro fin en la corrupción? Al principio, no estábamos destinados a eso. Esta causa hay que buscarla a través de la indocilidad de Adán (que condujo a la transgresión del mandamiento divino) y después, seguidamente, en nuestro comportamiento malvado y en el mal uso de nuestro libre arbitraje con respecto a la fe. ¿Y cuál es la causa de nuestra renovación, de nuestra inmortalidad y de nuestra incorruptibilidad? Es la unión de nuestra voluntad a la de Cristo, y la obediencia a Dios, Padre de nuestro Señor Jesús Cristo (el segundo Adán), es decir, el cumplimiento de Sus mandamientos. El Señor ha dicho: Yo no he hablado por Mí mismo, sino que el Padre, que me envió, me prescribió lo que debo decir y enseñar; y sé que su precepto es vida eterna. Lo que Yo digo, pues, lo digo como el Padre me lo ha dicho (Jn. 12:49-50). Igual que con nuestros ancestros y sus sucesores, la presunción es la raíz y la madre de todos los males, en el Nuevo Adán, el Dios-Hombre Jesús Cristo y todos aquellos que desean vivir en Él, la humildad es el comienzo, la fuente y el fundamento de todos los bienes. Y bien, esta actitud es precisamente la de los coros sagrados angélicos que son, por tanto, superiores a nosotros…” (San Calisto e Ignacio, en la Filocalía).
Los ángeles son generalmente calificados como Poderes Celestiales o Armada Celestial. Su jefe es el Archiestratega Miguel que forma parte de los siete espíritus que permanecen delante de Dios. Estos siete ángeles son Miguel o Missail (aquel que se asemeja a Dios), Gabriel o Gabrail (el poder de Dios), Rafael o Rufail (la misericordia de Dios), Salafael o Salaatail (la oración de Dios), Uriel o Uryil (la luz de Dios), Yegudiel o Yeghudil (la gloria de Dios), Barakael o Barakail (la bendición de Dios). Se les llama tanto ángeles como arcángeles. San Dimitri de Rostov los incluye en la orden de los Serafines.
Los ángeles, y los hombres después de ellos, fueron creados a imagen y semblanza de Dios. Como en el hombre, la imagen de Dios en el ángel consiste en la inteligencia que engendra y resguarda el pensamiento; de esta inteligencia procede el espíritu que actúa en sinergía con el pensamiento y lo vivifica. Esta imagen, invisible en el ángel como en el hombre, es la impronta del Prototipo. Dirige al ángel en totalidad, como lo hace por el hombre.
Los ángeles son seres limitados en el tiempo y el espacio, y poseen en consecuencia un aspecto exterior que les es propio. En efecto, sólo la nada y el infinito están desprovistos de aspecto exterior. El ser infinito es invisible e ilimitado, y la nada, no teniendo existencia propia, está desprovista de aspecto exterior. Al contrario, los seres limitados, independientemente de su talla y de su sutileza, son circunscritos en el espacio y poseen en consecuencia un aspecto exterior que les es propio, que nuestros ojos ordinarios no pueden, en principio, distinguir. Por ejemplo, no podemos ver los límites de gas y de vapores, incluso si existen (los gases ocupan un espacio preciso correspondiente a su elasticidad, su capacidad de compresión o descompresión). Dios solo, el Ser Eterno, está desprovisto de aspecto. Con respecto a nosotros, los ángeles parecen ser espíritus incorporales. Pero ¿cómo tomar como referencia al hombre en su estado de caída, si buscamos una concepción justa de los mundos visible e invisible? Nosotros ya no somos aquello que éramos en el momento de nuestra creación, incluso si, regenerados por el arrepentimiento, llegamos a ser otros que aquellos que éramos en el momento de la sumisión a las pasiones. Somos, por lo tanto, un instrumento de medida inconstante y falso. Es solamente según este instrumento que los ángeles pueden ser calificados como espíritus inmateriales e incorporales. San Juan Damasceno dice en otra parte: “ los ángeles son calificados como incorporales e inmateriales con respecto a nosotros. Pero en realidad, de cara a Dios, ante el cual nada puede ser comparado, todo es ordinario y material. Sólo la Divinidad es verdaderamente inmaterial e incorporal”.
San Macario el Grande enseña que los ángeles tienen un cuerpo finito y una apariencia exterior de hombre. Esto es confirmado por todos los santos que han visto ángeles y que han podido conversar con ellos. Cuando San Andrés el Loco en Cristo fue arrebatado al cielo, el ángel que le acompañaba le tendió la mano dos veces. A la hora de su muerte, Santa Teodora vio dos ángeles que se asemejaban a dos fuertes jóvenes de cabellos de oro.
Por todas partes en las Santas Escrituras, los ángeles se presentan bajo un aspecto humano: delante de Abraham cerca del roble de Mambré, delante de Lot en Sodoma. Cuando los sodomitas rodeaban la casa de Lot para romper las puertas, los “hombres” extendieron la mano, hicieron entrar a Lot en la casa y volvieron a cerrar la puerta. Después como Lot y su familia tardaban en abandonar Sodoma, los “hombres” les agarraron por la mano, a él, a su mujer y a sus dos hijas, y les llevaron.
Cuando Moisés, abandono Madián para regresar a Egipto a liberar a los israelitas de la servidumbre del Faraón, un ángel de Dios fue a su encuentro en un alto y quiso matarle. Séfora, la mujer de Moises, entendiendo que la causa de la cólera del ángel era que su hijo estaba incircunciso, se apresuró a cumplir el rito. Después, postrándose ante los pies del ángel, le dijo: “esposo de sangre”, y el ángel les dejó (Ex. 4:24-26).
Un ángel apareció con una espada en la mano al falso profeta Balaam para impedirle ir a ponerse de acuerdo con Balaq, que por entonces viajaba sobre un asna en compañía de dos esclavos. Viendo al ángel en medio de la ruta con una espada en la mano, el asna abandonó el camino y partió por un campo, atrayendo los golpes de bastón de su maestro. El ángel se situó entonces en un lugar tan estrecho que no era posible esquivarle: el asna se derrumbó bajo Balaam que la golpeaba cruelmente. Entonces, Dios abrió los ojos de Balaam que, viendo al ángel con la espada en la mano, cayó delante de él cara en tierra (Nm. 22:22-35).
Josué, que se encontraba a la cabeza del pueblo de Israel por hacerle entrar en la tierra prometida, vio cerca de Jericó un “hombre” con una espada en la mano. Le dijo: ¿eres tú de los nuestros o de nuestros enemigos?, el ángel le respondió: Soy el jefe de la armada del Señor (Josué 5:13-14).
Como un ángel se apareció a Gedeón con un bastón en la mano, hizo falta que éste último le viera cumplir un milagro y hacerse invisible para que comprendiera que había estado con un ángel (Juec. 6:12).
La mujer de Manoa (la madre del poderoso Sansón) vio un ángel. Dijo a su marido: Un hombre de Dios ha venido a mí, este era un temible ángel de Dios. No le he preguntado de dónde venía ni cuál era su nombre. Cuando el ángel se le apareció de nuevo, ella llamó a su marido. Sin sospechar que fuera un ángel del Señor, Manoa le pregunta: ¿Eres tú quien ha hablado con mi mujer? A continuación, los esposos ofrecieron un sacrificio y vieron a su huésped elevarse entre las llamas del altar. Entonces comprendieron que se trataba de un ángel. (Juec. 13).
El profeta Daniel llama “hombre” al ángel que se le apareció (Da. 9:21). Contando su visión, dijo: alcé mis ojos y miré, y vi a un varón vestido de lino blanco y ceñidos los lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como el crisólito, su rostro parecía un relámpago, sus ojos eran como antorchas de fuego, sus brazos y sus pies tenían el brillo de bronce bruñido y el rumor de sus palabras era parecido al estruendo de un gran gentío. (Dan. 10:5-6). Según el comentario de los Padres, y concretamente el de San Juan Casiano, este ángel era Gabriel.
El día de la Resurrección de Cristo, cuando las mujeres miróforas se presentaron de buena mañana en el santo sepulcro (una caverna cavada en la montaña), vieron en el interior dos hombres vestidos de blanco (Luc. 24:4), hombres que el Santo Evangelista Juan llama ángeles (Jn. 20: 12). Durante la Ascensión de Cristo, los dos “hombres” vestidos de blanco que se aparecieron a los Apóstoles eran, según lo dicho por San Juan Crisóstomo y por toda la Iglesia, santos ángeles (Hch. 1:10).
En el Nuevo Testamento, las apariciones de los ángeles a los santos son siempre apariciones de personajes en forma humana. Y después de todo, ¿por qué no tendrían las Santas Potestades Celestiales una apariencia exterior humana, puesto que el Logos-Dios mismo se dignó a encarnarse bajo esta forma y ascender así al cielo para sentarse sobre el trono del Altísimo, a la derecha del Padre, a fin de recibir la adoración de los ángeles?
Los extractos de la Escritura citados anteriormente, ponen en evidencia la razón por la cual los ángeles permanecen escondidos a nuestras miradas humanas, no se trata aquí de la incapacidad de nuestros ojos humanos a verles, sino de nuestra caída. La Escritura dijo claramente que Dios abrió los ojos del falso profeta Balaam y que éste vio al ángel que había visto igualmente el asna como señal de Dios.
Antaño, los enemigos de Israel rodearon la ciudad donde vivía el profeta Eliseo. Al salir de buena mañana de la casa, su servidor vio un ejército de caballeros y de carros alrededor de la ciudad. Se atemorizó y entró a la casa del profeta diciendo: ¿qué vamos a hacer ahora, señor mío?. Eliseo le dijo: No tengas miedo. El ejército que lucha por nosotros es más grande que el que lucha por ellos. Entonces Eliseo oró y dijo: Señor, abre los ojos de mi siervo para que pueda ver. El Señor abrió los ojos del joven y el siervo vio que la montaña estaba llena de carros de fuego y caballos que rodeaban a Eliseo. (2 Reyes 6: 15-17). De la misma forma, los ojos del avaro se abrieron por la oración de San Andrés y vio al ángel de las tinieblas. Resumiendo, un examen atento de las Escrituras y de los textos patrísticos muestra que nuestra decadencia nos impide ver los ángeles, pero que los ojos de los santos que alcanzan un alto nivel de perfección (y que por lo tanto no pueden ser engañados por los ángeles de las tinieblas) se abren sobre el mundo de los espíritus. Así sucedió con San Antonio el Grande, San Macario el Grande, San Macario de Alejandría, San Nifonte de Cesarea, que alcanzaron en el transcurso de su larga vida monástica una extrema pureza.
Como un anciano entró en la celda de Juan Colobos, vio un ángel abanicar al santo dormido. El ángel se alejó. Cuando Juan se despertó, preguntó a su discípulo: “¿Alguien ha venido mientras dormía?”. El discípulo respondió diciendo que el anciano N…había ido. Así Juan comprendió que este anciano había alcanzado el mismo nivel que él, y había visto al ángel. La anécdota muestra que hace falta alcanzar un cierto estado de pureza y santidad para ver a los ángeles. De todas formas, incluso si pocos cristianos lo alcanzan, es posible sin eso el ser santo, como dijo San Macario el Grande. Es así que ciertos santos fueron dignos de ver ángeles una vez o raras veces en sus vidas, mientras que otros no fueron dignos nunca de ello, a pesar de que sus mentes estaban parcialmente o completamente abiertas a la compresión de las Escrituras. Por la providencia divina, ocurre que gente perfectamente indigna o llevando una vida muy ordinaria pueda ver ángeles, como fue el caso de Balaam. Es verosímil que antes de la caída, Adán y Eva estaban en comunión con los ángeles de luz y conversaban con ellos. El Redentor ha ofrecido esta comunión a la humanidad en general, y en particular a los cristianos que llevan una vida piadosa. Estos últimos se comunican con los ángeles por el pensamiento y los sentimientos íntimos, y aquellos que están totalmente purificados alcanzar verles.
Traducido por hipodiácono Miguel P.
Agosto de 2015
para cristoesortodoxo.com
Categorías:San Ignacio Briantchaninov
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