El lugar del bienaventurado Agustín en la Iglesia Ortodoxa, parte 3/4

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3ª parte

Opiniones en el siglo VI, Oriente y Occidente.

Una vez que la controversia sobre la gracia hubo cesado de turbar a Occidente (Oriente no prestó mas que poca atención a ella, estando su propia enseñanza protegida y no sometida a ningún ataque), la reputación de Agustín permaneció estable: era un gran Doctor de la Iglesia, bien conocido y respetado en todo el Occidente, aunque menos conocido pero respetado igualmente en Oriente.

La opinión occidental sobre él puede ser percibida en la forma en la que se refiere a él San Gregorio el Dialoguista, papa de Roma, un Padre ortodoxo reconocido por el Oriente tanto como por el Occidente. En una carta a Inocencio, prefecto de África, San Gregorio escribe (teniendo en su mente, en particular, los comentarios de Agustín sobre las Escrituras): “Si deseáis ser saciados con un alimento delicioso, leed los libros del bienaventurado Agustín, vuestro compatriota, y no busquéis nuestra paja en comparación con su fino trigo” (Epístolas, Libro II, 37). Por otra parte San Gregorio lo llama “San Agustín” (ibídem, 54)

En Oriente, donde no había razón para discutir sobre Agustín (cuyos escritos eran aún poco conocidos), la opinión sobre el Bienaventurado Agustín puede ser vista incluso más claramente con ocasión del mayor evento de ese siglo, cuando los Padres de Oriente y Occidente se reunieron para el quinto Concilio Ecuménico, que tuvo lugar en Constantinopla en 553. En las Actas de este Concilio, el nombre de Agustín es mencionado numerosas veces. Así, durante la primera sesión del Concilio, la carta del Santo Emperador Justiniano, que contenía el pasaje siguiente, fue leída en la asamblea de los Padres: “Declaramos además que nos mantenemos firmes en los decretos del cuarto Concilio, y que en todo seguimos a los Santos Padres, Atanasio, Basilio, Gregorio de Constantinopla, Cirilo, Agustín, Proclo, León y sus escrito sobre la fe verdadera” (Los Siete Concilios Ecuménicos, Eerdmans ed, p. 303).

Otra vez, en la “Sentencia” final del concilio, cuando los Padres invocaron la autoridad del bienaventurado Agustín sobre cierto punto, se refirieron a él de esta forma: “Numerosas cartas de Agustín, de venerable memoria y que ante todos brilló de una manera resplandeciente entre los obispos africanos, fueron leídas …” (Ibid, p.309)

Finalmente, el papa de Roma, Virgilio, que fue a Constantinopla, pero que rehusó tomar parte en el Concilio, en la “Carta Decretal” que publicó algunos meses más tarde (mientras aún se encontraba en Constantinopla) aceptando finalmente el Concilio, tomó como ejemplo de su propia retracción al bienaventurado Agustín, del que habla en estos términos: “Es manifiesto que nuestros Padres, y especialmente el Bienaventurado Agustín, que fue ilustre en su fe en las Divinas Escrituras y un maestro en la elocuencia romana, retiró algunas de sus propias obras, y corrigió algunas de sus propias palabras, y añadió lo que había omitido y que más tarde, finalmente descubrió” (ibid, p. 322).

Es, pues, evidente, que en el siglo VI el Bienaventurado Agustín era reconocido como un Padre de la Iglesia, del que se hablaba en términos de gran respeto, respeto que no es atenuado por el reconocimiento del hecho de que enseñara algunas veces imprecisamente y que debió de corregirse a sí mismo.

En los siglos siguientes, el pasaje de la carta del santo emperador Justiniano, en el que enumera a Agustín entre los principales Padres de la Iglesia, fue citado por los escribas latinos en sus disputas teológicas con el Oriente (el texto de las Actas de este Concilio, no habiendo sido conservado mas que en latín), con la intención precisa de establecer la autoridad de Agustín así como de otros Padres occidentales en la Iglesia Universal. Veremos como los principales Padres orientales de este período aceptaron a Agustín como Padre ortodoxo, y al mismo tiempo cómo nos legaron la actitud ortodoxa exacta hacia los Padres que, como Agustín, cayeron en algunos errores.

El siglo noveno: San Focio el Grande

La teología del Bienaventurado Agustín (y no ya su teología sobre la gracia solamente) fue controvertida por primera vez en Oriente hacia finales del siglo IX, ligada con el famoso debate sobre el Filioque (la enseñanza de la doble procesión del Espíritu Santo: del Padre y del Hijo, y no del Padre solamente, como el Oriente había siempre profesado). Esto ocasionó, por

primera vez en Oriente, el examen atento de toda la teología de Agustín por un Padre griego (San Focio); pues los Padres de Francia, que se habían opuesto a él por el problema de la Gracia, aunque hubiesen enseñado con el espíritu oriental, vivían en Occidente y escribían en latín.

La controversia del siglo IX sobre el Filioque es un vasto tema sobre el cuál ha sido recientemente publicado un libro fuertemente instructivo (Richard Haugh, Focio y los Carolingios, Belmont, Mass, 1975). Aquí nos concentraremos únicamente en la actitud de San Focio sobre el Bienaventurado Agustín. Esta actitud es esencialmente la misma que la de los Padres de Francia del siglo V, pero San Focio da una explicación más detallada de lo que es el punto de vista ortodoxo sobre un gran y santo Doctor que erró en materia de doctrina.

En una de sus obras, su Carta al Patriarca de Aquileia (que era uno de los apologistas del Filioque más observados en Occidente, en la época de Carlomagno), San Focio responde a diversas objeciones. A la afirmación: “El gran Ambrosio, así como Agustín, Jerónimo y algunos otros escribieron que el Espíritu procede igualmente del Hijo”, san Focio redarguye: “Si diez, o incluso veinte Padres dijeron eso, seiscientos o incluso una multitud no lo han dicho. ¿Quiénes son aquellos que ofenden a los Padres? ¿No son aquellos, que aprisionando la fe íntegra de algunos Padres en algunas palabras, poniéndolas en   contradicción con los concilios, los prefieren a la multitud innumerable (de otros Padres)? ¿O son aquellos que eligen por defensores a todos los otros Padres? ¿Quién ofende a los bienaventurados Agustín, Jerónimo y Ambrosio? ¿Son aquellos que los fuerzan a entrar en contradicción con nuestro Maestro y Preceptor común, o bien son los que, no haciendo nada parecido, desean que todos sigan el decreto del Maestro común?

Entonces San Focio presenta una objeción típica de esta mentalidad latina, a menudo, demasiado ligada en su lógica: “Si enseñan correctamente, entonces toda persona que los considera como Padres debe aceptar sus ideas; pero si no han hablado con piedad, deben ser rechazados junto con los herejes”. La respuesta de San Focio a esta mentalidad racional es un modelo de profundidad, de sensibilidad y de compasión con los cuales un verdadero ortodoxo ve a los que han errado de buena fe: “¿No ha habido circunstancias complejas que han forzado a muchos Padres a expresarse de una manera imprecisa, en parte para responder, adaptándose a las circunstancias, a los ataques de los enemigos, y a veces por razón de la ignorancia humana a la cual también ellos estaban expuestos? … Si algunos han hablado con imprecisión, o incluso, por alguna razón que desconocemos, se han desviado del camino recto, pero si no han sido contestados y nadie los ha conducido a conocer la verdad, los admitimos en la lista de los Padres, como si no hubiesen dicho tal o cual cosa, en razón de la rectitud de su vida, de su virtud remarcable o de su fe irreprochable en todo otro concepto. No sigamos, sin embargo, sus enseñanzas allí donde se hayan salido del sendero de la verdad … En cuanto a nosotros, sabiendo que algunos de nuestros Santos Padres y Doctores se han apartado de la fe de los verdaderos dogmas, no aceptemos como doctrina estas enseñanzas en las que se han apartado, sino que abracemos a los hombres. Así, igualmente en el caso en el que uno haya afirmado que el Espíritu procede del Hijo, no aceptemos lo que se opone a las palabras del Señor, pero no lo apartemos del rango de los Padres”.

En un tratado posterior consagrado a la Procesión del Espíritu Santo, la Mystagogia, San Focio habla en el mismo espíritu de Agustín y de otros que erraron en lo que concierne al Filioque, y de nuevo defiende a Agustín contra los que querrían sin razón situarlo contra la tradición de la

Iglesia, exhortando a los latinos a cubrir los errores de sus Padres “por medio del silencio y la gratitud” (Focio y los Carolingios, pp. 151-153).

Si la enseñanza de Agustín sobre la Santa Trinidad, como aquella sobre la Gracia, no obtiene su objetivo, no es porque se encontrase en el error sobre algún punto en particular; pues, tomando conciencia de la enseñanza oriental sobre la Santa Trinidad en su plenitud, no habría enseñado probablemente que el Espíritu procede “igualmente del Hijo”. Es más bien que acercó toda la dogmática desde un punto de vista “psicológicamente” diferente, que no estaba demasiado adecuado al de la cercanía oriental en su expresión de la verdad sobre nuestro conocimiento de Dios; aquí, como sobre la Gracia y también otras doctrinas, la cercanía mas ligada de los latinos, no es tanto “mala” como “limitada“. Algunos siglos más tarde, el famoso Padre oriental, San Gregorio Palamás, estaba en posesión de ejecutar ciertas formulaciones latinas de la Procesión del Espíritu Santo (mientras que no era cuestión de Procesión de la Hipóstasis del Espíritu Santo), añadiendo: “No debemos comportarnos de una manera tan inconveniente, querellándonos vanamente con palabras”. Pero incluso para los que enseñaron incorrectamente a propósito de la Procesión de la Hipóstasis del Espíritu Santo (como lo supuso San Focio en lo que concierne al Bienaventurado Agustín), si enseñaron así antes de que el tema hubiese sido debatido en toda la Iglesia y que la doctrina ortodoxa les hubiese sido presentada claramente, deben ser tratados con clemencia y “no ser expulsados del rango de Padres”.

El Bienaventurado Agustín mismo, debemos añadir, era, de hecho, digno de la condescendencia amante que muestra San Focio hacia sus errores. En la conclusión de su libro “Sobre la Trinidad”, escribió: “Oh Señor, Único Dios, Dios Trinidad, todo lo que he dicho en estos libros que sea de Ti, lo puedan reconocer los que son Tuyos, y si alguna cosa viene de mi, pueda ser perdonada a la vez por Ti y por los que son Tuyos”.

En el siglo IX, pues, mientras que otro error importante del Bienaventurado Agustín, expuesto, se convertía en tema de controversia, el Oriente ortodoxo continuaba considerándole como un Santo y un Padre.

Los siglos tardíos: San Marcos de Éfeso.

En el siglo XV, en el concilio de “Unión” de Florencia, se presentó una situación análoga a la de la época de San Focio: Los latinos citaron a Agustín como autoridad (a veces incorrectamente) para doctrinas tan variadas como el Filioque y el purgatorio, y un gran teólogo de Oriente les respondió.

En su primera argumentación contra los griegos a favor del fuego purificador del purgatorio, los latinos utilizaron el texto de la carta dirigida por el santo emperador Justiniano a los Santos Padres del Quinto Concilio Ecuménico (citado anteriormente) a fin de establecer la autoridad ecuménica del Bienaventurado Agustín en la Iglesia así como la de otros Padres occidentales. A esto San Marcos de Éfeso respondió (en su “Primera homilía sobre el fuego del purgatorio”, Cap. 7): “En primer lugar habéis citado algunas palabras del Quinto Concilio Ecuménico, que determinan que en todo debemos seguir a estos Padres de quienes habéis citado los propósitos, y aceptar completamente lo que han dicho; entre esto se encuentran Agustín y Ambrosio que, sea dicho, enseñan más expresamente que los otros sobre el tema de este fuego purificador.

Pero estos propósitos no nos son conocidos, pues no poseemos el libro de las Actas del Concilio: he aquí porque os pedimos que nos lo presentéis, si lo tenéis en alguna versión griega. Pues estamos muy asombrados de que en este texto Teófilo figure igualmente entre los otros Doctores; Teófilo es conocido en todos lados, no por ninguno de sus escritos, sino por su infamia, en razón del loco encarnizamiento contra San Juan Crisóstomo” (Archimandrita Ambrosio Pogodin, “San Marcos de Éfeso y la Unión de Florencia, pp. 65-66, Jordanville, N. Y., 1963).

Es solamente contra Teófilo, y no contra Agustín o Ambrosio, contra quien protesta San Marco, negándose a recibirlo como Doctor de la Iglesia. Más allá, en este tratado (cap. 8 y 9), San Marcos examina las citas tomadas del “bienaventurado Agustín” y del “divino Padre Ambrosio” (una distinción que es retenida por los Padres Ortodoxos en los siglos tardíos), negando algunas y aceptando otras. En otros escritos de San Marco durante este Concilio, utiliza los escritos del mismo Agustín como fuente ortodoxa (bien entendido a partir de traducciones griegas de algunas de sus obras, realizadas después de San Focio). En sus “Respuestas a las dificultades y cuestiones de los cardenales y otros profesores latinos” (cap.

3), San Marcos cita “Los soliloquios” y “Sobre la Trinidad”, haciendo referencia al autor como “el Bienaventurado Agustín”, utilizando con pertinencia sus citas contra los latinos del concilio (Pogodin, obra citada, pp. 156-158). En uno de sus escritos, “Los capítulos silogísticos contra los latinos” (cap. 34), se refiere incluso al “divino Agustín” cuando de nuevo cita favorablemente su “Sobre la Trinidad” (Pogodin, obra citada, p. 268). Debe ser notado que San Marcos pone atención, cuando cita más allá a un teólogo latino que no tiene autoridad en la Iglesia Ortodoxa, en no darle un título de honor cualquiera, que no sea el de “bienaventurado” o “divino”; así, Tomás de Aquino es para él, solamente, “Tomás, el profesor de latín” (Ibíd, cap. 13; Pogodin, obra citada, p. 251).

Como San Focio, San Marcos, viendo que los teólogos latinos citaban errores de algunos Padres contra la enseñanza de la misma Iglesia, sintió que era necesario establecer la enseñanza ortodoxa concerniente a los Padres que erraron sobre algunos puntos. Hizo aquí como San Focio, pero sin referirse a Agustín, a quien intenta justificar los errores y situarlos en su mejor esclarecimiento posible, ni a ningún otro Padre occidental, sino a un Padre oriental que cayó en un error, ciertamente no menos serio que los de Agustín. He aquí lo que escribió San Marcos: “En lo que concierne a las propuestas que son citadas del bienaventurado Gregorio de Nisa, sería mejor guardar sobre ellos silencio, y sobre todo no esforzarse, por la salvación de nuestra propia defensa, a desvelarlos en lugar público. Pues el Doctor aparecía visiblemente de acuerdo con los dogmas de los origenistas que asignaron un fin a los tormentos”. Según san Gregorio (continúa San Marcos) “vendrá una restauración final de todo, e incluso de los demonios, para que Dios, dice, pueda ser todo en todos, según la palabra del Apóstol”. En la medida en la que estas palabras fueron igualmente citadas, entre otras, debemos en principio responder a esto como lo hemos recibido de nuestros Padres. Es posible que se hayan producido algunas alteraciones e inserciones debidas a algunos herejes u origenistas … Pero si tal fuera la verdadera opinión del Santo, esto sucedió cuando este punto estaba sujeto a disputa y no había sido definitivamente condenado y rechazado por la opinión opuesta, como ésta fue expuesta en el Quinto Concilio Ecuménico; también, no hay nada de sorprendente en el hecho de que él, un ser humano, erró en cuanto a definir precisamente la verdad, mientras que lo mismo sucedió a muchos otros antes que a él, como a San Ireneo de Lyon, San Dionisio de Alejandría y otros. Así, estas propuestas, si fueron sostenidas realmente por el maravilloso Gregorio concerniendo a este fuego, no indican una purificación especial

(como lo querría la doctrina del purgatorio …) sino que introducen una purificación final y una restauración final de todo; pero de ninguna manera son convincentes para nosotros, que creemos en el juicio corriente de la Iglesia y estamos guiados por las Sagradas Escrituras, sin creer lo que cada uno de los Doctores a escrito como su opinión personal. Si cualquier otro ha escrito de igual manera sobre este fuego purificador, no debemos aceptarlo de ninguna manera”. (Primera homilía sobre el fuego del purgatorio, 11; Pogodin, obra citada, pp. 68-69).

De una manera significativa, los latinos fueron golpeados por esta respuesta y delegaron en su principal teólogo, el cardenal español Juan de Torquemada (tío del famoso Gran Inquisidor de la Inquisición española) para responder, cosa que hizo por estas palabras: “Gregorio de Nisa, sin ninguna duda uno de los más grandes entre los Doctores, transmitió de la manera más clara la doctrina del fuego del purgatorio …; Pero lo que decís en respuesta a esto, el que un ser humano pueda engañarse, nos parece extraño; pues Pedro y Pablo también, y los otros Apóstoles, y los cuatro Evangelistas eran igualmente hombres, sin hablar incluso de Atanasio el Grande, de Basilio, de Ambrosio, de Hilario y de los otros Padres de la Iglesia que eran igualmente hombres y podrían, pues, engañarse. ¿No pensáis que esta respuesta que nos dais, sobrepasa lo lógico? Pues la fe, toda entera, vacila, y el Antiguo y el Nuevo Testamento, trasmitido hasta nosotros por hombres, es asunto para dudar, pues, si seguimos vuestra aserción, no sería imposible para ellos engañarse. Pero entonces, ¿qué queda de sólido en las Sagradas Escrituras? ¿Qué tendremos de estable? Reconocemos también que es posible para un hombre engañarse en tanto que ser humano, actuando según su propio poder, pero mientras que esta guiado por el Espíritu Santo y prueba la piedra de toque de la Iglesia, en estos puntos que se trasladan a la fe común como enseñanza dogmática, entonces, lo que escribe, lo afirmamos, y es absolutamente verdad” (Respuesta de los latinos, 4; Pogodin, obra citada, pp.

94-95)

El fin lógico de esta búsqueda latina de la “perfección” en los Santos Padres es, bien entendida, la infalibilidad papal. Esta posición es exactamente la misma en su lógica que aquella defendida en otro tiempo contra San Focio como que, si Agustín y otros han enseñado incorrectamente sobre un punto cualquiera, entonces deben ser “rechazados junto con los herejes”.

San Marcos de Éfeso, en su nueva respuesta a esta declaración, repite el punto de vista ortodoxo de que “es posible para alguien ser un Doctor y al mismo tiempo no decir algo de una forma absolutamente correcta. ¿Con qué necesidad, si no, habrían convocado los Santos Padres, los Concilios Ecuménicos?”, y que tales enseñanzas privadas (en oposición a la infalibilidad de las Escrituras y de la Tradición de la Iglesia) “no debemos creerlas de una manera absoluta o aceptar sin examen”. Entra, entonces, en muchos detalles, con numerosas citas tomadas de su Libro, para mostrar que San Gregorio de Nisa no enseñó, de hecho, el error que le era atribuido (que no es nada menos que la negación del tormento eterno en el infierno, y el de la salvación universal), y da como propuesta que hacen definitivamente autorizada sobre la cuestión, a la del mismo Agustín.

“Que solamente las Escrituras Canónicas sean infalibles, esto es afirmado por el bienaventurado Agustín en las palabras que escribió a Jerónimo: “Conviene conceder tal honor y tal veneración solamente a los libros de la Escritura que son llamados “canónicos”, pues creo absolutamente que ninguno de los autores que las han escrito no han errado en nada

… Pero para otros escritos, aun cuando la excelencia de sus autores sea grande en santidad y

conocimiento, cuando los leo, no acepto su enseñanza como verdad sobre la única base de que es así como lo han escrito y pensado”.   Después, en la carta a Fortunato: “No debemos considerar el juicio de un hombre, aun cuando este hombre haya sido ortodoxo y poseyó una alta reputación, de la misma manera que aceptamos la autoridad de las Escrituras canónicas, hasta el punto de considerar como inadmisible, en razón del respeto debido a este hombre, el desaprobar y rechazar alguna cosas en sus escritos si nos venía a descubrir que no había enseñado más que la verdad que, con ayuda de Dios, había sido alcanzada por otros o por nosotros mismos; y espero que los lectores actuarán igualmente así con mis propios escritos” (San Marcos de Éfeso, Segunda Homilía sobre el fuego del purgatorio, 15-16; Pogodin, obra citada, pp. 127-132).

Así pues, las últimas palabras sobre el bienaventurado Agustín, son las del mismo Agustín; y la Iglesia ortodoxa a través de los siglos no ha cesado, de hecho, de tratarlo exactamente como él deseó.

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