Educar a los hijos en la honestidad
Por el hieromártir Vladimir, metropolita de Kiev
La mentira es, en un hombre, una mancha vergonzosa, y este vicio se encuentra sin cesar en la boca de la gente desordenada[1].
La vida de los mentirosos es una vida sin honor, y su confusión les acompaña siempre[2].
Entre las virtudes que se deben plantar en el corazón de los hijos con una persistencia particular, la honestidad tiene un lugar importante y fundamental. Por “honestidad”, entendemos un sentimiento de amor a la verdad y una repulsión a la mentira.
Tras la obediencia, esta virtud debería tener el segundo lugar. Si la mentira es la raíz de todos los vicios, entonces la verdad es el principio y el fundamento de todas las virtudes. Por esta razón, la mayor parte de la atención de los padres debería estar centrada en plantar y cultivar la honestidad en sus hijos.
¿Cómo deberían los padres alimentar estar virtud en el alma de sus hijos?
El sentido de la verdad y el deseo de alcanzarla son innatos en cada uno de nosotros, y en consecuencia, en cada hijo. Es cierto que se debilita por el pecado, pero sin embargo, no es eliminado por completo. Esta búsqueda de la verdad se manifiesta en la curiosidad del hijo. El hijo hace preguntas sobre todo, y todo lo que el adulto le dice, lo acepta como la única verdad hasta que sea decepcionado. El hijo inocente y no corrompido no conoce la mentira o la hipocresía; por el contrario, se sonroja, no solo cuando dice una mentira por negligencia, sino también cuando escucha una mentira de labios de otro. El sentido de la verdad es plantado en el corazón de los hijos por Dios mismo. Al hombre le es dejada solamente la necesidad de circular por este camino natural, alimentarlo y reafirmarlo. Es, sobre todo, deber de los padres.
¿Cómo pueden hacerlo? En primer lugar, deben plantar desde la cuna un amor profundo y piadoso por la verdad, y a continuación, alimentar en el hijo un odio profundo y una aversión a la mentira.
- a) La primera tarea llama a los padres a enseñar a sus hijos a amar la verdad en una base religiosa, es decir, como un resultado de su amor por Dios y su sumisión a Él. Los hijos deben amar la verdad porque Dios (que es la verdad inmutable) quiere que digamos la verdad, y porque aborrece toda mentira. Sólo el amor a la verdad fundado en la ley de Dios y en un profundo respeto por Él, podrá pasar todas las pruebas.
- b) La segunda tarea requiere de los padres un cambio franco con sus hijos, mostrándoles que tienen confianza plena en ellos. Creed sus palabras hasta que notéis una mentira. No pidáis pruebas, juramentos o promesas sobre lo que dicen; contentaos con la palabra del Evangelio: “Que tu sí sea un sí, y que tu no sea un no”. Sin embargo, si tenéis una razón firme para dudar de sus palabras, entonces en esta primera ocasión, no les dejéis ver que no les creéis. Intentad estar absolutamente seguros de que han mentido. Cuando estéis seguros de que no han dicho la verdad, llamadlos, ya sea que seáis el padre o la madre, y seriamente, gravemente, pero con amor, miradlos a los ojos y decidles: “Dios prohíbe la mentira. Él está en todo y conoce, no solamente todos nuestros actos, sino también todos nuestros secretos y pensamientos. Los labios engañosos son abominables a Dios”. El sonrojo que aparecerá en el rostro de los hijos les obligará a admitir su mentira y les servirá de lección para el futuro.
- c) Los padres también deben tener cuidado en mostrar a sus hijos amor y piedad a la verdad por su propio ejemplo. Sed honestos y sin hipocresía en todas vuestras acciones y palabras. Por encima de todo mostraos amigos de las verdades divinas de la religión y de la fe. Evitad la indiferencia en la fe y estad particularmente atentos a no mostrar, por ejemplo, que vuestra vida privada no tiene nada que ver con la fe. Desgraciadamente, en las conversaciones de nuestros días, se escucha frecuentemente el espíritu de la mentira en el “Santo de los Santos” mismo. Si os permitís expresar tales pensamientos ante vuestros hijos, no desterráis solamente el amor, la piedad y la religión de sus corazones, sino que matáis también todo sentido de la verdad en ellos. Si no le importa verdaderamente a Dios que comprendamos correctamente o no Su Esencia, o que confesemos la verdadera o falsa fe, entonces ¿por qué deberíamos preocuparnos de la verdad en la vida de todos los días? Y si el que voluntariamente se mezcla con falsas religiones y rechaza la revelación de un Dios perfecto, y es tan complaciente a Dios como el que confiesa la verdadera fe, entonces ¿por qué la verdad debería tener tanto valor? Si, para terminar, los que dicen que no hay religión divinamente inspirada tienen razón, y si el verdadero Dios encuentra que revelarnos la verdad en nuestras relaciones con las cuestiones más importantes de la vida, no vale su pena, entonces ¿cómo se puede exigir de una persona (e incluso más aún de un niño) que diga la verdad en las situaciones menos importantes? He aquí porqué, padres cristianos, para que vuestros hijos amen la verdad, debéis inspirarles ante todo el amor y el respeto a la divina verdad. Si vuestro hijo nota que os acercáis a las verdades religiosas con un espíritu superficial y que no creéis en el Verbo de Dios, ¿qué esperanza tenéis de que tengan el mismo acercamiento a la verdad? Dad prueba, pues, vosotros mismos, de un amor a las verdades de la religión. Alimentadlas en el corazón de vuestros hijos.
En todos los demás aspectos de vuestra vida, sed ciertos y justos. Evitad toda mentira, engaño, hipocresía en vuestras relaciones con los otros. Si vuestros hijos ven que permitís la argucia en vuestras relaciones con otros, que recurrís a la hipocresía, a poner trampas, y ven que sois hipócritas y tramposos, si notan que ante vuestros amigos sois simpáticos y que a sus espaldas os reís de ellos, entonces, rápidamente, vuestro hijo no será mejor que vosotros. Si por el contrario, en todos los aspectos de vuestra vida reveláis que volvéis la espalda a la falsedad y a la hipocresía, a la mentira y a la trampa, entonces vuestros hijos llevarán la verdad en su corazón, y no tendrán la mentira o el engaño en sus labios.
Educar a los hijos a fin de que amen y honren la verdad no es fácil, porque debemos, con persistencia, combatir las mentiras y la falsedad. Para asistirnos en este esfuerzo, estas cuatro reglas podrían sernos útiles:
1) Enseñad a vuestros hijos a odiar la mentira en una perspectiva religiosa volviendo su atención a Dios. Vuestros hijos deben huir de la mentira, no por miedo a un castigo si son descubiertos, sino como un resultado de su comprensión de que Dios prohíbe la mentira y que cada mentira es un pecado ante Dios. Mostrad a vuestros hijos cuán odiosa es la mentira para Dios, refiriéndoos a las palabras de la Santa Escritura: “La mentira es, en un hombre, una mancha vergonzosa…” (1); y de nuevo: “Los labios engañosos son una abominación al Señor…” (Proverbios 12:22). Ayudadlos a comprender que las mentiras han sido la obra del maligno desde los primeros tiempos, cuando engañó a Adán y Eva en el paraíso; por eso, el Señor mismo dice: “Pues es mentiroso y padre de la mentira” (Juan 8:44). Así, enseñad a vuestros hijos que cuando mienten, imitan al maligno y se hacen semejantes a él.
2) No permitáis en vuestros hijos la más pequeña falsedad. Si un hijo se equivoca y lo admite inmediatamente y honestamente, entonces perdonadlo sin dudar. Si la falta es seria, entonces disminuid el castigo pero decidle que el castigo se disminuye porque ha admitido inmediatamente su error. Sin embargo, no deberíais ser demasiado indulgentes para que, si el hijo tiene tendencia a mentir, no saque ventaja de vuestra indulgencia. Si por otro lado, el hijo ha hecho algo malicioso y lo niega, entonces deberíais doblar el castigo, diciendo que no es puesto solamente por la transgresión, sino también por las mentiras. Si el hijo, por venganza u odio pronuncia palabra abusiva con relación a otro, calumniándolo, entonces por eso se le debería dar, no solo el castigo habitual por una ofensa, sino que también debería admitir la ofensa ante todos los que lo han escuchado. La ley de la moral cristiana lo exige.
3) Es imperativo que los padres no mientan ni decepcionen a quien sea. No dejéis que vuestros hijos se decepcionen por los más mayores que ellos, ya sean sus hermanos, hermanas, siervos o amigos, etc… ¡Cuán a menudo sucede que para impedir a un hijo que llore o para calmarlo, los padres lo engañan, lo asustan o le hacen promesas que no cumplen nunca! ¡Esto provoca grandes males! El hijo comprende pronto que ha sido engañado y su fe en las palabras de sus padres y su sentido de la verdad sufre y disminuye.
4) No creéis situaciones en las que vuestro hijo sea conducido deliberadamente o intencionadamente a mentir. Esto sucede por inadvertencia cuando el padre o la madre, encontrándose por alguna situación cualquiera en forma severa y encolerizada, incluso a veces con un cinturón en la mano, llega a su hijo diciendo: “Dime quien ha hecho eso”, o “Te llevarás los azotes si has hecho eso”, etc. ¿Es de sorprender que el hijo asustado mienta? ¿Y qué decir de estos padres que se ríen de las mentiras de sus hijos o las felicitan por haber mentido tan finamente y con tanta astucia? Peor aún, qué decir de esos padres que enseñan a sus hijos a mentir a la gente o a los profesores, para salir airosos y evitarles castigos. Esos padres, si tan siquiera merecen el nombre de padres, son los tentadores de sus propios hijos. ¿Será sorprendente si estos hijos, como resultado de su educación, calumnian, engañan y roban? La experiencia muestra que los que conceden poca importancia a la mentira, no pensarán dos veces si pueden o no engañar o robar.
He aquí, mis lectores cristianos, las reglas que os pueden ser útiles para educar a los hijos en un sentimiento de amor y piedad por la verdad, incluso para instalar una profunda repugnancia y odio hacia la mentira. Enseñad a vuestros hijos a amar la verdad, primeramente por el ejemplo de vuestro amor a la verdad en todas vuestras acciones y palabras.
Enseñadles cuán vil y repugnante es la mentira a los ojos de Dios. No toleréis una pizca de falsedad en la boca de vuestros hijos, y así, no los decepcionéis vosotros, y no permitáis a otros decepcionarles.
En conclusión, cuidaos de no dirigirlos a la mentira intencionadamente o sin intención.
Nuevo hieromártir Vladimir, metropolita de Kiev.
La Voz de la Iglesia, nº 7-8. En inglés: Orthodox Life, nº 4, 1990.
[1] Septuaginta: Sabiduría de Sirac 20:24. Vulgata: Eclesiástico 20:26.
[2] Septuaginta: Sabiduría de Sirac 20:26. Vulgata: Eclesiástico 20:28.
Traducido por psaltir Nektario B.
Categorías:familia ortodoxa
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