El santo profeta Samuel
Samuel fue el decimoquinto y último juez de Israel. Vivió mil cien años antes de Cristo. Nació de la tribu de Leví, siendo sus padres Elkana y Ana, en un lugar llamado Ramata o Arimatea, donde también nació el noble José (José de Arimatea). La estéril Ana suplicó a Dios que le concediera a Samuel, mediante grandes lamentos, y lo dedicó a Dios cuando tenía tres años. Viviendo en Siló, cerca del arca de la alianza, Samuel, a los doce años, tuvo una verdadera revelación de Dios con relación a los castigos que aguardaban ante la casa del sumo sacerdote Elí, a causa de la inmoralidad de sus hijos, Ofní y Fineés. Esta revelación se materializó pronto: los filisteos vencieron a los israelitas, asesinaron a los hijos de Elí y robaron el arca de la alianza. Cuando el mensajero informó a Elí de esta tragedia, cayó muerto en el suelo, y expiró a los noventa y ocho años de su vida. Lo mismo ocurrió con su nuera, la mujer de Fineés. Desde entonces y durante veinte años, los israelitas fueron los esclavos de los filisteos. Tras este periodo, Dios envió a Samuel al pueblo para predicar el arrepentimiento si deseaban ser liberados de sus enemigos. El pueblo se arrepintió y rechazó a los ídolos extraños que habían servido y reconocieron a Samuel como profeta, sacerdote y juez. Así pues, Samuel partió con un ejército contra los filisteos y con la ayuda de Dios los confundió y los venció y liberó la tierra y al pueblo. Tras esto, Samuel juzgó pacíficamente a su pueblo hasta la vejez. Viéndole anciano, la gente le pidió que estableciera un rey en su lugar. Samuel intentó en vano persuadirlos, diciéndoles que Dios es su único rey, pero el pueblo persistía en su demanda. Incluso aunque su demanda no complacía a Dios, Dios mandó a Samuel ungir a Saúl, el hijo de Kish, de la tribu de Benjamín, como su rey. Saúl reinó durante poco tiempo y Dios lo rechazó a causa de su impudicia y desobediencia, y mandó que se ungiera a David, el hijo de Jesé, como rey. Antes de su muerte, Samuel reunió a todo el pueblo y se despidió de ellos. Cuando Samuel murió, todo Israel lloró por él y lo enterraron honorablemente en su casa de Ramata.
El sacerdote y mártir Felipe, obispo de Heraclion, con Severo, el sacerdote, y Hermes, el diácono
Con toda probabilidad, parece que fueron eslavos. Sirvieron a Dios en Tracia y fueron los primeros entregados a la tortura por Cristo. Cuando los paganos se apresuraban a incendiar una iglesia cristiana, el valiente Felipe dijo a sus ancianos: “¿Pensáis que Dios está encerrado entre estas paredes? Él vive en nuestros corazones”. La iglesia fue destruida, todos los libros fueron quemados, y estos sacerdotes fueron conducidos a Jedrene, donde, tras ser encarcelados y torturados, fueron arrojados, medio quemados, al río Maritsa. Treinta y ocho cristianos más también murieron con ellos en el martirio. Se piensa que sufrieron y murieron durante el reinado de Diocleciano.
Himno de Alabanza
El santo profeta Samuel
Samuel el justo, siervo del Dios vivo,
De su pueblo, juez amado,
Respetó a Dios, por encima de todo,
Y la voluntad de Dios, para él, era un mandato.
Por voluntad de Dios, corrigió la voluntad del pueblo,
Y por los pecados del pueblo, se arrepintió ante Dios.
Sacerdote, profeta y juez justo,
En estas tres formas, Samuel glorificó a Dios.
Con cada palabra, con cada obra,
Mediante el trabajo, la oración, los sacrificios y el alimento,
Con todo su ser sirvió a Dios,
Ofreció este ejemplo a los gobernantes del mundo,
Pues en su pueblo nadie hace el bien,
El que se aparta de la ley de Dios,
El que se escucha a sí mismo y a la gente y no a Dios,
En lo profundo del abismo insondable caerá.
Como Saúl cayó y otros con él
Todos cómplices del pecado del pueblo.
Sólo un esclavo de Dios puede ser un gobernante
Y beneficiar a su pueblo eternamente.
Esto enseña Samuel con palabras y obras,
A través de los muchos siglos, esta enseñanza perdura.
Reflexión
Arrepentios antes de que la muerte se acerque a la puerta de vuestra vida y se abra la puerta del juicio. Arrepentios antes de la muerte y aunque no conozcáis la hora de la muerte, arrepentios hoy, incluso ahora, y cesad de repetir vuestro pecado. Así reza san Efrén el Sirio:
Antes de que la rueda del tiempo detenga mi vida, ten piedad de mi.
Antes de que el viento de la muerte sople y enferme, y los heraldos de la muerte aparezcan sobre mi cuerpo, ten piedad de mi.
Antes de que el sol majestuoso de las alturas se oscurezca para mi, ten piedad de mi, y que Tu luz brille para mi desde lo alto y disperse la temible oscuridad de mi mente.
Antes de que la tierra vuelva a la tierra y se descomponga, y antes de la destrucción de su belleza singular, ten piedad de mi.
Antes de que mis pecados me traicionen en el juicio y me avergüencen ante el Juez, ten piedad de mí, oh Señor, lleno de mansedumbre.
Antes de que las huestes vengan precediendo al Hijo del rey para reunir nuestra miserable raza ante el trono del Juez, ten piedad de mi.
Antes de que el sonido de la trompeta suene antes de Tu venida, perdona a tus siervos y ten piedad de mi, oh Señor Jesús.
Antes de que cierres tu puerta ante mí, oh Hijo de Dios, y antes de que me convierta en alimento de las llamas inextinguibles del hades, ten piedad de mi.
Contemplación
Contemplemos la maravillosa victoria de David sobre Goliat (1º Samuel // 1º Reyes 17):
1. Cómo Goliat, temible en cuerpo, armadura y espada, desafió al ejército de Israel;
2. Cómo David, con la esperanza puesta en Dios, vino con una honda y piedras y mató a Goliat;
3. Cómo David venció por su creencia en que “Dios es el Señor de la batalla” (1º Samuel // 1º Reyes 17:47), una batalla entre creyentes e incrédulos.
Homilía
Sobre la conversión de Egipto al Señor
“El Señor se dará a conocer a Egipto; los egipcios conocerán en aquel día al Señor; le servirán con sacrificios y ofrendas; harán votos al Señor y los cumplirán” (Isaías 19:21).
¡Oh, cuán mutable es el corazón del hombre! Pero, de todos estos cambios, uno es el más vergonzoso de todos: cuando un creyente se convierte en un incrédulo. De todos sus cambios, uno es el más glorioso de todos: cuando el incrédulo se convierte y se hace creyente. El primer cambio sucedió con los israelitas, que mataron a Cristo, y el otro sucedió con los egipcios, que creyeron en Cristo. En un tiempo, Egipto fue el mayor perseguidor de los que creían en el único Dios vivo, pues por aquel entonces, tenían muchos dioses sin vida, ídolos y cosas a las que adoraban, fábulas y adivinos por los que se engañaban. Pero he aquí lo que predice el profeta. ¡Qué maravillosa visión! Los egipcios reconocerán al único Dios vivo cuando el Señor aparezca en la carne entre los hombres. Los ídolos serán destruidos, los templos de los demonios y de los animales serán derribados y el altar de la oblación del Dios vivo se alzará y será establecido. El Sacrificio sin sangre se ofrecerá en lugar del sacrificio sangriento, y el racional se establecerá en lugar del irracional. Cientos de miles de monjes tomarán sobre sí los votos de pobreza, obediencia, ayuno y oración por amor al Señor. Los grandes ascetas aparecerán en este Egipto que una vez estuvo oscurecido, así como los más valientes mártires de Cristo el Señor, las mentes más iluminadas, los taumaturgos con mayor discernimiento. ¡Qué maravillosa visión! ¡Y qué maravillosa es la realización de esta visión! San Juan Crisóstomo escribe: “Ni el sol, junto con la multitud de las estrellas, es tan resplandeciente como el desierto de Egipto con todos sus monjes”. Ciertamente, todo se cumplió, todo esto que fue visto y contado por Isaías, el hijo de Amós, el discerniente y verdadero profeta.
Oh compasivo Señor, que mostraste tu misericordia sobre Egipto, el que una vez persiguió a tus fieles, y lo iluminaste con la luz de la verdad. Ilumínanos también a nosotros y fortalécenos por tu Espíritu Santo y por el ejemplo de los grandes cristianos de Egipto.
Traducido por psaltir Nektario B. (P.A.B)
Categorías:prólogos de Ohrid
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