Prólogos de Ohrid: 13 de agosto / 31 de julio

 

 13-08

San Eudócimo

Eudócimo nació en Capadocia, de padres virtuosos, Basilio y Eudoquia. Durante el reinado del emperador Teófilo (829-842), Eudócimo fue un joven oficial del ejército. Incluso como oficial, se esforzó por vivir según los mandamientos del Santo Evangelio. Preservando su pureza sin mancilla, evitó conversar con ninguna mujer, excepto con su madre; era misericordioso con los desfavorecidos y necesitados, concienzudo en la lectura de libros santos y más concienzudo en sus oraciones a Dios. Evitó las reuniones vanas y las conversaciones innecesarias. “Entre la multitud y la vanidad mundana, fue como un lirio entre espinas, y como el oro en el fuego”. A causa de sus inusuales buenas otras, el emperador lo nombró general de Capadocia. En esta gran posición, Eudócimo se esforzó por ser justo ante Dios y ante los hombres. Según la providencia de Dios, murió a una edad temprana, a los 33 años. Sus reliquias fueron encontradas y poseen la propiedad de curar. Un hombre demente tocó su tumba e inmediatamente sanó; un niño también tocó su tumba y fue sanado por completo. Tras dieciocho meses, su madre abrió su ataúd y encontró su cuerpo como si aún estuviera vivo, sin ninguna señal de descomposición o corrupción. Salía un maravilloso aroma del cuerpo del santo. Sus reliquias fueron trasladadas a Constantinopla y enterradas en la nueva iglesia de la Santa Theotokos que los padres de este justo Eudócimo construyeron.

La santa mártir Julita

Julita nació en Cesarea, Capadocia. Tuvo una disputa con su vecina sobre unas propiedades. La vecina fue al juez e informó de que Julita era una cristiana, lo cual, en aquel momento, significaba lo mismo que estar fuera de la protección del estado. Santa Julita rechazó con gusto su propiedad en vez de rechazar su fe. Pero incluso después de esto, los impíos paganos no la dejaron en paz sino que la torturaron y finalmente la quemaron viva en el año 303. Así, esta seguidora de Cristo sacrificó su estado y su cuerpo en aras a la salvación de su alma.

San José de Arimatea

El noble José, un hombre rico y miembro del Sanedrín de los judíos, fue secretamente seguidor de Cristo. “Llegada la tarde, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, el cual también era discípulo de Cristo” (Mateo 27:57). “Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero ocultamente, por miedo a los judíos, pidió a Pilato llevarse el cuerpo de Jesús” (Juan 19:38). Junto con Nicodemo, José bajó el cuerpo de Cristo de la cruz y lo puso en su sepulcro. A causa de esto, fue encadenado por los judíos y enviado a prisión. Pero el Señor resucitado se le apareció y le convenció de su resurrección. Más tarde, los judíos lo liberaron de la prisión y lo desterraron de la patria. Fue por todo el mundo predicando el Santo Evangelio de Cristo, y estas “buenas nuevas” las llevó hasta Inglaterra, donde descansó en el  Señor.

San Juan el Exarca

Juan fue un distinguido sacerdote y teólogo búlgaro durante el tiempo del emperador Simeón (892-896). Tradujo el “Hexaemeron” de San Basilio el Grande y la “Exposición de la fe ortodoxa” de San Juan Damasceno al eslavo. Murió pacíficamente en el Señor.

Himno de Alabanza

San José de Arimatea

José, hombre noble y rico,

No se escandalizó de Cristo crucificado,

Sino que cuando el sol se oscureció y la tierra tembló,

Fue a Pilato y le trajo noticias

De que el Señor murió, el Señor Vivificador,

Y el discípulo secreto, así se hizo público.

Cuando el pueblo se escondió, el secreto se hizo público,

Y así el sabio José, en un día adquirió la fama.

Y junto con Nicodemo, el cuerpo de Cristo

En su jardín y en una tumba nueva lo pusieron.

Los judíos espías lo oyeron y lo contaron,

Y al justo José lo encadenaron.

En la oscura mazmorra, José gemía

Mientras su Señor en el Hades resplandecía.

José reflexionó sobre su recuerdo de Cristo,

Mencionando sus milagrosas obras,

Milagros, palabras y muchas profecías,

Ante él, se puso en presencia de Dios,

Y ahora en la oscuridad está en todas partes,

Días oscuros, noches, tardes y mañanas

Tras un destello radiante, más que el sol, más radiante,

¡Oh desesperada oscuridad, más oscura que el Hades!

Pero he aquí de repente en la mazmorra amaneció:

El Resucitado apareció al siervo encadenado.

Oh José, bravo y noble

Del Resucitado no te escandalizaste.

Sobre el Cristo muerto, informaste a Pilato

Y reconociste y glorificaste al Resucitado.

Que la tierra de Inglaterra honorablemente te glorifique

A ti, pues en ella plantaste la primera semilla de salvación.

Reflexión

Los ascetas trabajan en el desierto para eliminar su voluntad y vivir según la voluntad de Dios.  Algunos piensan erróneamente que el anacoreta vive completamente aislado. Ningún anacoreta piensa de esta forma. Viven en compañía de Dios, los ángeles de Dios y los santos que han encontrado reposo en el Señor. Allí donde esté la mente de un hombre, allí también está la vida de un hombre. La mente del anacoreta se encuentra entre las más grandes, más puras y más numerosas compañías en la que un hombre puede estar posiblemente. Una vez, Abba Marcos, comentó a San Arsenio el Ermitaño: “¿Por qué razón te alejas de nuestra compañía y de la conversación con nosotros?”. Arsenio respondió: “Dios sabe que os amo a todos, pero no puedo estar junto con Dios y con un hombre. En el cielo, miles y miles y miles  han tenido una voluntad y, en los hombres, hay muchas y variadas voluntades. Por eso no puedo abandonar a Dios y estar con los hombres”.

Contemplación

Contemplemos el castigo de Dios que cayó sobre Abimelec y los siquemitas (Jueces 9)

1. Cómo Abimelec, con la ayuda de los siquemitas, mató a setenta de sus hermanos;

2. Cómo Abimelec mismo, después de esto, mató a los siquemitas y aró la tierra, sembrándola con sal;

3. Cómo Abimelec, después de muchas victorias, fue asesinado por una mujer que, desde una torre, tiró un trozo de rueda de molino sobre su cabeza;

4. Cómo la maldición de Joatam, hijo de Gedeón, sobrevino sobre los siquemitas y Abimelec.

Homilía

Sobre la última espera

“Por lo cual, carísimos, ya que esperáis estas cosas, procurad estar sin mancha y sin reproche para que Él os encuentre en paz” (2ª Pedro 3:14).

Hermanos, ¿cuál es nuestra última espera? En la noche, esperamos el día, y durante el día esperamos la noche, y nuevamente el día y la noche. Pero esta espera no es nuestra última espera. Hermanos, ¿cuál es nuestra última espera? Con gozo, tememos esperando la tristeza, y en la tristeza permanecemos con la esperanza del gozo y nuevamente la tristeza, y de nuevo el gozo. Pero aún así, estas esperas no son nuestras últimas esperas. Hermanos, nuestra última espera es la espera del Juicio de Dios. Cuando el juicio de Dios venga, el Día Temible “que arderá como un horno” (Malaquías 4:1), entonces daremos la bienvenida a todo lo que nos merecemos; un día, para algunos, sin cambio en la noche, y una noche para otros, sin cambio en el día; gozo para algunos sin cambio a la tristeza, y tristeza para otros sin cambio en el gozo. Hermanos, esta es la última espera de la raza humana, lo sepa o no lo sepa, lo piense o no lo piense.

Pero vosotros, los fieles, debéis saber esto y debéis pensar en esto. Que este conocimiento sea el cenit de todo vuestro conocimiento, y que este pensamiento dirija todos los demás pensamientos. En el conocimiento y la contemplación de estas cosas, incluid aquello que es más importante aún: incluid vuestra diligencia para que estéis “sin mancha y sin reproche para que Él os encuentre  en paz” (o dicho de otra forma; puros y sin macha). Procurad diligentemente sed puros de mente y corazón, corregid vuestra conciencia y vuestra paz con Dios. Sólo de esta forma, esta última espera no será temible en lo inesperado, ni os arrojará en la noche sin día o en la tristeza sin júbilo. Como todo lo demás en la vida, el Señor Jesús fue una sorpresa para el hombre, y así será de inesperada su Segunda Venida, en poder y gloria. Inesperado fue su nacimiento de la Santísima Virgen, inesperada fue su pobreza, inesperado también fueron sus milagros y toda palabra y humillación, así como su muerte voluntaria, la resurrección, la ascensión, la Iglesia y la difusión de su fe. Inesperada será su Seguida Venida, y su aparición será más temible que todas las otras apariciones.

Oh Señor, Justo Juez, ¿cómo nos encontraremos contigo: revestidos de pureza y sin mancha, e incluso en paz? Ayúdanos, ayúdanos para que así como sea posible, podamos prepararnos para el temible encuentro contigo.

Traducido por psaltir Nektario B. (P.A.B)



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