Por San Teófano el Recluso
En el alma encontramos tres poderes: el intelecto, la voluntad, el corazón, o, como dicen los santos padres, los poderes intelectuales, combativos y del deseo. A cada uno de ellos se le ha asignado unos ejercicios curativos por parte de los santos ascetas. Estos ejercicios resumidos son receptivos y propicios para la gracia. No han de ser ideados según cualquier teoría, sino más bien seleccionados de los trabajos ascéticos particularmente adecuados para cada poder:
Para la mente o intelecto
1) Lectura y escucha de la Palabra de Dios, los escritos de los santos padres y la vida de los santos. 2) Estudio e impresión sobre uno mismo de todas las verdades establecidas por Dios en breves exposiciones (catequesis). 3) Preguntar a los más experimentados. 4) Conversaciones informativas mutuas con amigos.
Para la voluntad
1) Sumisión a todas las reglas de la Iglesia. 2) Sumisión al orden civil, al deber familiar, puesto que son conductos de la voluntad de Dios. 3) Obediencia a la voluntad de Dios tal y como se manifiesta en su destino. 4) Obediencia a la conciencia en la elaboración de las buenas obras. 5) Sumisión de uno mismo al espíritu que es celoso de cumplir sus votos.
Para el corazón
1) Asistencia a los santos servicios de la Iglesia. 2) Oración, como lo especifica la Iglesia; cumplimiento de la regla de oración en el hogar. 3) Uso de santas cruces, iconos y otros objetos sagrados y sustancias. 4) Observancia de las santas costumbres establecidas y promovidas por la Iglesia…
Hay tres poderes: el intelecto, la voluntad y los sentidos y se han establecido ejercicios correspondientes para ellos. Actúan directamente en el desarrollo de los poderes, pero de una forma en que no sofocan el espíritu, al contrario, lo inflaman cada vez más. Este último sirve como una medida para estabilizar al primero, que se somete a sí mismo a este hasta la sumisión muda o incluso al cese total.
Ejercicios que desarrollan el intelecto y alientan también la vida espiritual.
Se produce un desarrollo intelectual cristiano cuando todas las verdades de la fe se impregnan tan profundamente en el intelecto que toda la existencia intelectual es constituida sólo en estas verdades. Cuando comienza a razonar sobre algo, razona según lo que conoce de las verdades cristianas, y nunca haría el menor movimiento sin ellas. El apóstol llama a esta vigilancia la imagen de una mente sana (2ª Timoteo 1:7).
Ejercicios o trabajos relacionados con esto son: la lectura y escucha de la Palabra de Dios, la literatura patrística, las vidas de los santos padres, discusiones mutuas y el preguntar a los más experimentados.
Es bueno leer o escuchar, mejor que mantener una discusión mutua, e incluso mejor preguntar a los más experimentados.
Lo más fructífero es la Palabra de Dios, después la literatura patrística y las vidas de los santos. Casualmente, es necesario saber que las vidas de los santos son mejor para los principiantes, la literatura patrística para los intermedios, y la Palabra de Dios para los expertos.
Todas estas son las fuentes de la Verdad, así como los medios para guiarnos por ellas; obviamente, imprimirlas en la mente ayuda también como preservar el espíritu celoso.
A menudo, un texto puede excitar el espíritu durante más de un día. Hay vidas cuyo simple recuerdo es suficiente para alentar el celo. También hay pasajes en los escritos patrísticos que inspiran. Por tanto, tenemos esta buena regla: anotad estos pasajes y guardadlos, para cuando necesitéis más tarde alentar vuestro espíritu.
Otras veces, ni el trabajo externo ni interno ayuda al espíritu a permanecer tranquilo. Apresúrate a leer algún texto de algún sitio. Si esto no te ayuda, acude a alguien para hablar de ello. Esto último, hecho con fe, raramente queda sin fruto.
Hay dos clases de lectura: una ordinaria, casi mecánica, y otra discriminatoria, según la necesidad espiritual y el consejo. Pero la primera clase tampoco es muy usual. Es, como ya hemos dicho, lo que simplemente se repite y no se estudia.
Es muy necesario para todos tener a alguien con quien se pueda discutir sobre temas espirituales, alguien que ya conozca nuestros problemas y a quien podamos revelar audazmente todo sobre nuestra alma. Es mejor si sólo es una persona; dos son demasiadas. Debemos evitar a toda costa las conversaciones ociosas desarrolladas sólo para pasar el tiempo.
He aquí una regla para la lectura:
Antes de leer debemos vaciar el alma de todo (1).
Debemos despertar el deseo de saber acerca de lo que leemos.
Dirijámonos a Dios en oración.
Sigamos con atención lo que estamos leyendo y coloquémoslo en nuestro corazón abierto.
Si algo no llega a nuestro corazón, permanezcamos detenidos hasta que llegue.
Por supuesto, deberíamos leer muy despacio.
Detengamos la lectura cuando el alma ya no quiera alimentarse con la lectura. Esto significa que está llena. Si el alma encuentra un pasaje absolutamente impresionante, detengámonos allí y no continuemos leyendo.
El mejor momento para la lectura de la Palabra de Dios es por la mañana; la vida de los santos después de la comida y la lectura de los santos padres, antes de ir a dormir. De esta forma podremos alimentarnos un poco cada día.
Durante tales ocupaciones, debemos mantener continuamente presente un objetivo principal: interiorizar la verdad en uno mismo y despertar el espíritu. Si la lectura o la conversación no se realizan, entonces, lo que se produzca después será una discusión vacía o el movimiento ocioso de lengua y oídos. Si se hace con inteligencia, entonces las verdades se interiorizan por sí mismas y crecen en el alma, y una cosa ayuda a la otra. Pero si la lectura o la conversación se desvían de su fin adecuado, entonces no hay ni una cosa ni otra, la verdad ha entrado en la cabeza como si fuera la arena, y el espíritu se vuelve frío y duro, y se hincha.
Impresionar el espíritu no es lo mismo que buscarlo. Esto solamente requiere que clarifiquéis cuál es la verdad, y contenerla en vuestra mente hasta que se vinculen juntas. Que no haya deducciones o limitaciones, sólo el rostro de la verdad.
El método más fácil para esto podría ser considerado legítimamente el siguiente: toda la verdad está en la catequesis. Cada mañana tomad la verdad de ella y clarificadla en vosotros mismos, llevadla en vuestra mente y alimentaos con ella mientras sustente el alma, un día, dos días o más. Haced lo mismo con otra verdad, y continuad así hasta el final. Este es un método fácil y aplicable a todos. Los que no saben cómo leer deberían pedir una verdad y proceder según ella.
Podemos ver que la regla para todos es esta: imprimir la santa verdad de forma que os despierte. Los métodos para el cumplimiento de esta regla varían, y no es posible prescribir la misma para todos.
Así, la lectura, la escucha y la conversación que no imprimen la verdad o despierta el alma podrían ser considerado malo, ya que aleja de la verdad. Es una enfermedad el leer muchos libros sólo por curiosidad, cuando únicamente la mente sigue lo que está siendo leído, sin conducirlo al corazón o sin deleitarse en su sabor.
Esta es la ciencia del sueño; no es creativa, no acelera el éxito, sino que es devastadora y siempre conduce a la arrogancia. Todo vuestro trabajo debería estar limitado, como hemos dicho, a lo siguiente: clarificar la verdad y guardarla en la mente hasta que el corazón la deguste. Los santos padres lo dicen de forma simple: recuérdala, llévala en la mente y tenla siempre ante tus ojos.
Ejercicios para desarrollar la voluntad, centrándose también en el despertar del espíritu
Desarrollar la voluntad significa inculcar en ella buenas disposiciones o virtudes: la humildad, la mansedumbre, la paciencia, la continencia, la sumisión, la amabilidad, etc., para que, combinándolas e injertándolas en la voluntad, las virtudes constituyan eventualmente su verdadera naturaleza, y cuando algo se lleve a cabo por la voluntad, pueda ser hecho según su inspiración y su espíritu, y puedan gobernar y reinar sobre nuestras obras.
Tal disposición de la voluntad es lo más seguro y estable. Pero en la medida en la que sea contraria al espíritu del pecado, su logro requerirá trabajo y sudor. Por eso, esta actividad está dirigida en su mayor parte contra la principal enfermedad de la voluntad, esto es obstinación, la insumisión, la intolerancia y el yugo.
Esta enfermedad es sanada por la sumisión a la voluntad de Dios, con la negación a uno mismo y a cualquier otro. La voluntad de Dios es revelada por medio de varias formas de obediencia que cada persona lleva. Su primer y más importante requerimiento es la observación de las leyes o mandamientos según el deber o llamamiento de cada persona; lo siguiente es observar las reglas de la Iglesia, los dictados del orden civil y familiar, los dictados de las circunstancias que se efectúan por la voluntad providencial, y las demandas de un espíritu celoso, todo hecho con discernimiento y consejo.
Todo esto está dentro del campo de las obras justas que se abre para todos. Por lo tanto, sabed sólo cómo organizar esto para vosotros mismos y no experimentaréis una escasez de medios para desarrollar la voluntad.
Por eso debéis clarificar la suma total de buenas obras que os es posible hacer, en vuestra posición, llamado y circunstancias, junto con una evaluación de qué, cuándo, cómo, en qué medida y qué podéis y debéis hacer.
Habiendo clarificado todo esto, determinad la línea general de las obras y su orden, para que nada de lo que hagáis sea accidental. Recordad al mismo tiempo que esto sólo es un esbozo, y los detalles deben cambiar según lo que es requerido por las circunstancias. Hacedlo todo con discernimiento.
Por tanto, lo mejor es ir al día sobre todos los posibles sucesos y hechos.
Aquellos que están acostumbrados a hacer buenas obras nunca predeterminan lo que van a hacer, sino que hacen siempre lo que Dios les manda, porque todo proviene de Dios. Él revela sus propios designios con nosotros por medio de diferentes eventos.
Dicho sea de paso, todo esto son solo obras. Hacerlas sólo os endereza. Con el fin de desembocar también en las virtudes por medio de ellas, debéis mantener concienzudamente un verdadero espíritu de buenas obras. Para ser más preciso, hacedlo todo con humildad y temor de Dios según la voluntad de Dios y para Su gloria. El que hace algo por autosuficiencia, con osadía y audacia, por autosatisfacción o por complacer al hombre, no importará cuán justas sean sus obras, pues sólo fomenta dentro de sí un espíritu maligno de auto justificación, arrogancia y fariseísmo.
Tener un espíritu recto, también debería estar en el recuerdo de las leyes, especialmente en la ley de la constancia y la gradualidad, esto es, siempre empezar con lo pequeño y ascender a lo que es mayor. Entonces, una vez que empecéis, no os detendréis.
Por eso, podéis evitar:
La vergüenza de que no seáis perfectos, pues la perfección no viene toda de una vez. Ya llegará el tiempo.
Los pensamientos de que ya lo habéis hecho todo, pues no hay fin en las alturas.
Aspiraciones arrogantes, hazañas ascéticas más allá de vuestras fuerzas.
La última etapa será cuando vuestras obras se hayan convertido en algo natural para vosotros, y la ley ya no pese sobre vosotros como una carga.
El que logra este gran éxito es el que es bendecido con la gracia de vivir como un hombre activamente virtuoso, especialmente si ha sido enseñado en esta ciencia. No tendrá que repetir y rehacer cualquier fallo que haya permitido por ignorancia e inexperiencia. Como dicen, incluso si no leéis o intelectualizáis, encontrad sólo a un hombre reverente, y rápidamente aprenderéis el temor de Dios. Esto es aplicable a cualquier virtud.
Dicho sea de paso, es bueno elegir una destacada obra virtuosa según nuestro carácter y posición, y aferrarnos a ella sin vacilar; será el fundamento o la base desde la que podáis llegar a otros. Os salvará en tiempo de desesperación, pues será un fuerte recordatorio y una rápida inspiración. Lo más confiable de todo es la limosna, pues conduce hasta el Rey.
Esto sólo concierne a las obras y no a las disposiciones, que deben tener su propio marco interno basado en el espíritu, y son, en cierta medida, independientes de la conciencia y la libre voluntad, que son las que el Señor concede. Todos los santos aceptan esto como el principio del temor a Dios, y el fin de para ser amados. En medio están todas las virtudes, una construida sobre otra. Aunque quizá no sean todas lo mismo, inevitablemente están construidas sobre la humildad, la compunción, el arrepentimiento y el dolor por los pecados, que son la esencia de la virtud. Una descripción de cada virtud, su naturaleza, actividad, grados de perfección y desviaciones de ellas, es el tema de libros específicos e instrucciones patrísticas. Conozcamos todo esto mediante la lectura.
Esta clase de actividad virtuosa desarrolla directamente la voluntad e impregna a los virtuosos en ella. Al mismo tiempo también mantiene al espíritu en tensión constante. Así como la fricción causa la efusión, así mismos las buenas obras enardecen el corazón. Sin ellas, un espíritu buen espíritu también se enfría y se disipa. Esto es lo que normalmente sucede con los que no hacen nada, o con aquellos que se limitan simplemente a no hacer mal e injusticia. No, debemos también encontrar buenas obras para llevarlas a cabo. A propósito, también están los que hacen demasiado alboroto por sus obras, y por tanto rápidamente se cansan y disipan el espíritu. Todo debe ser hecho con moderación.
Desarrollo del corazón
Desarrollar el corazón significa desarrollar en él un gusto por las cosas santas, divinas y espirituales, para que cuando se encuentre en medio de estas cosas, se sienta como si estuviera en su elemento. Encontrarlas dulces y benditas, sería indiferente a todo lo demás, sin gusto por nada, e incluso, sería encontrarlo repulsivo. Toda la actividad espiritual del hombre se centra en el corazón. Las verdades se imprimen en él, y las buenas disposiciones están enraizadas en él. Pero su principal labor es desarrollar el gusto por lo espiritual, como hemos mostrado. Cuando la mente ve todo el mundo espiritual y sus diferentes componentes, en la voluntad surgen diferentes y buenos principios. El corazón, bajo su influencia, probará la dulzura en todo esto e irradiará ternura. Este deleite por lo espiritual es el primer signo de una regeneración de un alma sofocada por el pecado. Por lo tanto, el desarrollo del corazón es un punto importante, incluso en las primeras etapas.
La obra dirigida a él son todos los servicios de nuestra Iglesia en todas sus formas, comunes y personales, en el hogar y en la iglesia, y se llevan a cabo principalmente mediante el espíritu de oración que se mueve en él.
Los servicios de la Iglesia, esto es, todos los servicios diarios, junto con toda la disposición de los iconos de la iglesia, las velas, el incienso, el canto, los movimientos del clero, así como los servicios para diversas necesidades (2), y después, los servicios en el hogar, junto con el uso de objetos religiosos, como los iconos santificados, el aceite santo, las velas, el agua bendita, la cruz y el incienso, todas estas cosas juntas actúan sobre todos los sentidos (la vista, el oído, el olfato, el tacto y el gusto) y son los retazos que limpian los sentidos de un alma atormentada. Son lo más fuerte y la única forma confiable para hacerlo. El alma se atormenta por el espíritu del mundo, y es poseída por el pecado que vive en el mundo. La estructura entera de los servicios de nuestra Iglesia, con su tono, sentido, poder de fe, y especialmente la gracia que se concede a través de ellos, tiene un invencible poder para alejar al espíritu del mundo. Liberando al espíritu de la onerosa influencia del mundo, permite al espíritu respirar libremente y probar la dulzura de la libertad espiritual. Al caminar en la iglesia, caminamos por un mundo completamente diferente, somos influenciados por él, y cambiamos según él. Lo mismo sucede cuando nos rodeamos de objetos sagrados. Penetran frecuentes impresiones del mundo espiritual más eficazmente en nuestro interior y se produce así una transformación del corazón mucho más rápidamente. Por lo tanto:
1) Es necesario establecer un patrón para poder asistir a la iglesia tan a menudo como sea posible, por lo general a los maitines, la Liturgia y las Vísperas. Tener deseo por esto, e ir allí a la primera oportunidad (al menos una vez al día), y si podéis, permaneced sin salir. Nuestra iglesia es el cielo en la tierra. Apresuraos a la iglesia con la fe de que es un lugar donde habita Dios, donde Él mismo promete escuchar con prontitud las oraciones. Permaneciendo en la iglesia, estad como si estuvierais ante Dios mismo, con temor y reverencia, y expresadlo por medio de la estancia en pie paciente, las postraciones, y la atención a los servicios sin pensamientos errantes, relajación o crudeza.
2) No debéis olvidar otros servicios (como los servicios personales), ya sean en la iglesia o en el hogar. Ni debéis descuidar vuestras oraciones caseras con todo su tono eclesiástico. Deberíais recordar que los servicios del hogar son sólo un suplemento de los servicios de la Iglesia y no un sustituto. El apóstol, aconsejándonos no privarnos de una sinaxis, nos informó que todo el poder de los servicios pertenece a la adoración común.
3) Debéis observar todas las solemnidades de la Iglesia, los rituales, las costumbres, las reglas y cubriros con ellas en todas sus formas, para que siempre permanezcáis en un ambiente particular. Esto es sencillo de hacer. Tal es la naturaleza de nuestra Iglesia. Sólo debemos aceptarlo con fe.
Pero lo que da más poder a los servicios de la Iglesia es el espíritu orante. La oración es una obligación que lo abarca todo, así como un medio totalmente efectivo. Por medio de esto, las verdades de la fe son impresas en la mente y la buena moral en la voluntad. Pero por encima de todo alienta al corazón en sus sentimientos. Los dos primeros funcionan bien cuando una cosa (la oración) está presente. Por tanto, la oración debe comenzar a desarrollarse antes que nada, y continuar de manera constante y sin descanso hasta que el Señor otorgue la oración al que ora.
Los principios de la oración son aplicados a la conversión en sí, porque la oración es el anhelo de la mente y del corazón por Dios, que es lo que sucede en la conversión. Pero la falta de atención o la incapacidad pueden extinguir esta chispa. Entonces, de inmediato, debemos comenzar la actividad de la que ya hemos hablado, con el fin de alentar un espíritu de oración. Además de la realización de los servicios y la participación en ellos, como lo hemos descrito, lo más parecido y relacionado con esto es la oración personal, donde sea mientras que se lleve a cabo. Sólo hay una regla para esto, acostumbrarse a orar. Por eso, debéis:
1) Elegir una regla de oración, para la mañana, la tarde y las oraciones diarias.
2) Empezar en primer lugar con una regla corta, para que vuestro desacostumbrado espíritu no cree una aversión a esta labor.
3) Orad siempre con temor, diligencia y toda atención.
4) Esto requiere: permanecer en pie, postraciones, arrodillarse, hacer la señal de la cruz, leer y a veces cantar.
5) Cuanto más a menudo oréis, mejor. Algunas personas rezan un poco cada hora.
6) Las oraciones que leéis están escritas en el libro de oración. Pero es bueno acostumbrarse a varias, para que el espíritu se enardezca cada vez que las comience.
7) La regla de oración es simple: en pie durante la oración, con temblor y temor, decidla como si estuvieseis hablando a Dios al oído, acompañándola con la señal de la cruz, las postraciones y las inclinaciones, correspondiendo al movimiento del espíritu.
8) Una vez que hayáis elegido una regla deberíais siempre cumplirla, pero esto no significa que añadáis algo según el deseo del corazón.
9) Leer y cantar en voz alta, en voz baja, o en silencio, es indistinto, porque el Señor está cerca. Pero a veces es mejor orar de una manera, y otras veces de otra.
10) Debéis tener en cuenta firmemente los límites de vuestras oraciones. Una buena oración es la que termina con vuestra postración ante Dios con el sentimiento de que: “Tú que conoces los corazones, sálvame”.
11) Hay etapas de oración. La primera etapa es la oración corporal, con la lectura, las postraciones y el permanecer en pie. Si la atención se distrae, el corazón no siente, y no hay entusiasmo, lo que significa que no hay paciencia, trabajo o promesa. Independientemente de esto, estableced vuestros límites y orad. La segunda etapa es la oración atenta: la mente se acostumbra a centrarse durante la oración y lo dice todo con conciencia, sin escabullirse. La atención se mezcla con las palabras escritas y las repita como propias. La tercera etapa es la oración de los sentidos; la atención alienta el corazón, y lo que piensa con atención se convierte en sensación en el corazón. En la mente estaba la palabra compungida, en el corazón está la compunción; en la mente, el perdón; en el corazón, un sentimiento de su necesidad e importancia. El que ha pasado sobre el sentido reza sin palabras, pues Dios es un Dios del corazón. Por tanto, esta es la cumbre del desarrollo de la oración: mientras se ora, pasar de un sentimiento a otro. La lectura puede detenerse, al igual que los pensamientos; entonces sólo hay un perdurable sentimiento con los signos conocidos de la oración. Tal oración se produce muy poco al principio. El sentimiento orante viene sobre nosotros en la iglesia y en el hogar… este es el consejo común de los santos: no permitáis que vuestra atención se desvanezca; cuando el sentimiento esté presente, cesad toda actividad y permaneced en esta. San Juan el Ayunador dice: “Un ángel ora contigo”. La atención a esta manifestación de oración madura el desarrollo de la oración, y la falta de atención diezma tanto el desarrollo como la oración misma.
12) Sin embargo, no importa cuán perfecto sea uno en la oración. La regla de oración no debería ser abandonada sino que siempre debería tenerse como prescrita y siempre comenzada con oración activa. La oración mental debería venir con ella, y luego la oración del corazón. Sin la regla, la oración del corazón se pierde, y la persona pensará que está orando, pero en realidad no lo está.
13) Cuando el sentimiento de oración asciende a lo incesante, entonces comienza la oración espiritual, un don del Espíritu de Dios que ora por nosotros. Esta es la última etapa la oración alcanzable. Pero se dice que hay también una oración incomprensible para la mente, o que sobre pasa los límites de la conciencia (como es descrito por San Isaac el Sirio).
14) El medio más sencillo para ascender a la oración incesante es el hábito de hacer la oración de Jesús y enraizarla en uno mismo. Los hombres más experimentados en la vida espiritual, que fueron iluminados por Dios encontraron que esto era el sentido más simple y efectivo para confirmar el espíritu en todas las actividades espirituales, así como en toda la vida espiritual y ascética, y dejaron detalladas guías para ello en sus instrucciones.
Trabajando en el ascetismo buscamos la purificación del corazón y la renovación del espíritu. Hay dos formas de encontrar esto: la primera es el camino de la actividad, esto es, haciendo aquellos trabajos ascéticos que hemos esbozado previamente, y la segunda es el camino de la mente, volver la mente hacia Dios. En la primera forma, el alma se purifica y recibe a Dios, en la segunda, Dios elimina toda impureza y viene a morar en el alma purificada. Teniendo en cuenta esta última como perteneciente sólo a la oración de Jesús, San Gregorio el Sinaita dice: “Adquirimos a Dios por cualquier actividad, trabajo o ingenio invocando el nombre de Jesús”. Así, supone que el primer camino es más largo que el segundo; el segundo es más rápido y más efectivo. Otros después de él han dado el primer lugar a la oración de Jesús sobre la lucha espiritual. Ilumina, fortalece, alienta, vence a todos los enemigos visibles e invisibles, y nos conduce a Dios. ¡Así es de poderosa y eficaz! El nombre del Señor Jesús es un tesoro de bendiciones, fuerza y vida en el espíritu.
De esto se desprende que cualquier penitente, o cualquier persona que comience a buscar el Señor, pueda y deba aprender las instrucciones completas para hacer la oración de Jesús. A partir de ahí se puede poner todo lo demás en práctica, porque mediante esto, se fortalecerá más rápido, madurará espiritualmente de forma más rápida y entrará en el mundo interior. Sin saber esto, otras personas, o al menos una gran parte de ellas, se detiene en las actividades corporales y las del alma, y pierden casi todo su trabajo y tiempo.
Esta actividad se conoce como un “arte”. Es muy simple. En pie con conciencia y atención en el corazón, pronunciad sin cesar: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”, sin imaginar cualquier otra clase de imagen o rostro, sino con fe en que el Señor os verá y os asistirá.
Para llegar a ser fuertes en esto, debéis asignar un tiempo por la mañana o por la tarde, durante unos quince minutos, media hora o más, tanto como podáis, para recitar esta oración. Debería ser después de las oraciones de la mañana o de la tarde, en pie o sentados. Esto se convertirá en el principio de una práctica habitual.
Así, durante el día, obligaos minuto a minuto a decirla, sin importar lo que estéis haciendo.
Será cada vez más habitual, y empezará así a obrar por sí misma durante cualquier trabajo u ocupación. Cuanto más resueltamente lo hagáis, más rápidamente progresaréis.
Vuestra conciencia debe mantenerse indefectiblemente en el corazón, y durante la práctica vuestra respiración debe aliviarse como resultado de la tensión con la que la practicáis. Pero la condición más importante es la fe de que Dios está cerca y os escucha. Decid la oración al oído de Dios.
Esta práctica habitual proporcionará la calidez al espíritu, después la iluminación, y a continuación, el éxtasis. Pero para adquirir todo esto, a veces se tardan años.
En principio, esta oración es sólo una oración activa, como cualquier otra actividad. Luego se convierte en una oración mental, y finalmente se arraiga en el corazón.
Algunos se han extraviado del camino recto por esta oración. Por tanto, se debería aprender de alguien que la conozca. La decepción viene principalmente por poner la atención en la cabeza en vez de en el pecho.
El que tiene su atención centrada en el corazón está a salvo. Incluso más salvo está el que se arrodilla ante Dios con contrición a cada hora, con la oración de que será liberado de la decepción.
Los santos padres dan instrucciones detalladas sobre esta actividad. Así, el que quiera ocuparse en esta labor debería leer estas instrucciones y desechar todo lo demás. Las mejores instrucciones son las de San Hesiquio, San Gregorio el Sinaita, San Filoteo del Sinaí, San Teolepto, San Simeón el Nuevo Teólogo, San Nilo de Sora, el hieromonje Doroteo, en el prólogo a San Barsanufio y en la vida de San Paisios.
El que se vuelve habitual en esto, habiendo pasado por todo lo expuesto anteriormente, es un practicante de la vida cristiana. Madurará en su purificación y en la perfección cristiana y adquirirá su deseada paz estando con Dios.
Esta es la actividad para los poderes del alma, que son adaptables a los movimientos del espíritu. Aquí vemos cómo cada uno de ellos está adaptado a la vida del espíritu, o al sentido espiritual. Pero también conducen a la fortificación de las condiciones primarias interiores, a saber: para la actividad mental, la concentración de la atención; para la actividad de la voluntad, la vigilancia; para la actividad del corazón, la sobriedad. La oración las cubre todas y las abarca todas. Incluso la producción de esto no es otra cosa que el trabajo interior que hemos descrito previamente.
Todas estas actividades son asignadas para el desarrollo de los poderes del alma en el espíritu de una nueva vida. Esto es lo mismo que la infusión del alma con el espíritu, o su elevación al espíritu y su mezcla con él. En la conversión, el espíritu se renueva, pero en el alma aún permanece una mancha indefectible de insumisión y una aversión al espíritu y a todo lo espiritual. Todas estas actividades, penetradas por elementos espirituales, producen que el alma crezca en el espíritu y lo mezcle con él. Por eso, está claro cuán esenciales son estas actividades y el perjuicio que se causan aquellos que las abandonan. Tienen razón en que sus trabajos sean infructuosos. Sudan por la labor pero no ven fruto; pronto se enfrían, y entonces todo llega a su fin.
Pero debemos recordar que todos los frutos de estos trabajos proceden de un espíritu celoso e investigador. Conduce a la renovación del poder de la gracia por medio de estas actividades y hace caer la vida en el alma. Sin esto, todas estas actividades están vacías, frías, sin vida y sin sentido. La lectura, las postraciones, los servicio y todo lo demás es infructuoso cuando no hay espíritu interior. Pueden enseñar vanagloria y fariseísmo, lo cual se convierte en su único soporte. Por eso, el que no tiene espíritu decae cuando se encuentra con cualquier oposición. ¿Por qué? Ellos mismos son una tortura. Pues el espíritu transfiere el poder al alma, que hace al alma tan bien dispuesta a estas actividades que no tiene suficiente con ellas y quiere recurrir siempre a más.
Así, es extremadamente necesario cuando llevemos a cabo estas actividades tener siempre en mente que el espíritu de vida debe enardecer en el interior, y debemos dejarnos caer ante Dios nuestro Salvador con humildad y dolor de corazón. Esta etapa se alimenta y se preserva mejor por la oración y la actividad orante. Debemos vigilar que no nos detengamos con estas actividades solas porque también alimentan el alma. Esto podría causarnos el permanecer con ellas en alma a costa del espíritu. Esto sucede, quizá, más a menudo con la lectura, y generalmente con cualquier estudio e incorporación de la verdad.
Notas
1. Esto es, de los pensamientos y cuidados que distraen (traduc.)
2. Como los molebens, panikidias, etc. (traduc.).
De El Camino a la Salvación, traducción del bienaventurado Serafín Rose y Saint Herman of Alaska Brotherhood (Platina, 1996), pp. 242, 247-261.
Traducido por P.A.B
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