Prólogo
Muchos autores se han preguntado y siguen preguntándose sobre el origen del Islam.
Para San Juan Damasceno, la nueva religión era una herejía cristiana. Algunos estudiosos judíos1 se han limitado a poner de manifiesto la influencia ejercida por el Antiguo Testamento, el Talmud y otras fuentes rabínicas sobre Mahoma y el Corán, sobre la legislación islámica y la interpretación del Corán. Según otros estudiosos2, el Islam sería una herejía judeo-cristiana.
Para Abu Mussa Al-Hariri (seudónimo de P. Yusef Azzi), el Islam sería precisamente la extensión de la secta de los Ebionitas, una de las herejías judeo-cristianas de los primeros siglos de la Iglesia.
Hanna Zakarias, opina que el Islam es nada menos que una creación hebrea. Esta última interpretación no explicaría, sin embargo, la existencia de ciertos elementos en la religión musulmana, tales como la fe coránica en Jesucristo como Mesías, Profeta y Palabra de Dios.
Lo que es coincidente es que todas estas teorías muestran la gran influencia judía sobre el Islam. En efecto, como veremos, las grandes fuentes de la religión de Mahoma son el Antiguo Testamento, el Talmud, otras fuentes rabínicas; y del lado cristiano, no los Evangelios, ni los Santos Padres, sino las herejías judaizantes.
Nosotros sabemos que el Nuevo Testamento completa el Antiguo, que Cristo no vino a anular la ley, sino a darle cumplimiento. Y sabemos también que en el mismo Antiguo Testamento la revelación de Dios se dio de un modo pedagógico. Por eso quien se queda en las enseñanzas del Antiguo Testamento, olvidando las del Nuevo no conoce el culmen de la Revelación. Y quien se queda con las enseñanzas del Pentateuco, minusvalorando el progreso que significan los libros posteriores en el Antiguo Testamento, desconoce aún más el mensaje de Dios. Esto último hacen los hebreos.
El Islam intentó hacer otro tanto, pero su regresión fue mayor todavía.
Sólo pretendemos presentar algunos elementos de comparación que muestran la tendencia judaizante del Islam. Es decir, una vuelta a las enseñanzas vetero-testamentarias primeras (olvidando incluso el progreso dogmático que el Antiguo Testamento contiene), y aún una regresión con respecto a éstas.
Lo ha dicho el mismo Santo Padre, en el libro entrevista “Cruzando el umbral de la Esperanza”, capítulo 15: “Cualquiera que conociendo el Antiguo y el Nuevo Testamento, lee el Corán, ve con claridad el proceso de reducción de la Divina Revelación que en él se lleva a cabo. Es imposible no advertir el alejamiento de lo que Dios ha dicho de Sí mismo, primero en el Antiguo Testamento por medio de los profetas y luego de modo definitivo en el Nuevo Testamento por medio de su Hijo. Toda esa riqueza de la autorrevelación de Dios, que constituye el patrimonio del Antiguo y del Nuevo Testamento, en el islamismo ha sido de hecho abandonada”.
Se puede alegar que algunas de las semejanzas, no pasan de ser coincidencias culturales de una época (por ejemplo, el modo de sepultura). Lo que no deja de ser sintomático, es que permanecieron a través de los siglos. Es que dichas coincidencias culturales no son meramente tales sino especies de preceptos ceremoniales religiosos. De hecho en ambas religiones (judaísmo e islamismo) podemos ver la fuerza preponderante de los ritos religiosos externos.
I- Fuentes hebreas y rabínicas del Corán
D. Sidersky3, Abraham Katsch4 y A. Geiger5, ponen en evidencia que las fuentes del Corán (y la de sus antiguos y más autorizados comentaristas) fueron en gran parte el Talmud y otros escritos judeo-rabínicos.
– El mismo nombre árabe «Qur`an (Corán) que designa el Libro sagrado del Islam va unido al vocablo hebreo «Miqra» (idéntica raíz – q r `- en hebreo y en árabe), que encierra el significado de leer, recitar: Miqra designa los Libros de Antiguo Testamento.
– Al igual que los hebreos, cuando el Corán se refiere a la Santa Biblia no designa el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento con estas mismas palabras sino respectivamente con el vocablo hebreo «Torah» (estrictamente el Pentateuco e «Ingil» (término griego «euangelion» arabizado).
– El Corán distingue claramente los libros que componen el Antiguo Testamento Torah (Pentateuco), Salmos de David (Sura 21,105) y los Profetas (p.ej. Jonás), desde Adán a Juan Bautista, pasando por los Patriarcas (Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Ismael, Moisés y su hermano el sacerdote Aarón), los Jueces (por ej. Ehud), los reyes, (Saulo llamado Talu, David y Salomón); en cambio, no menciona ninguno de los Apóstoles de Jesús.
– En el Corán, fuera de los escasos relatos sobre la infancia de Juan Bautista, la Virgen María, de Jesús y algunos de sus milagros (de niño y de adulto), se encuentran interminables cuentos y leyendas -con un sin número de repeticiones- referentes a diversos personajes del Antiguo Testamento, de modo particular, Abraham, Noé y José, hijo de Jacob. Resulta particularmente extraño, p.ej., cómo el Corán, que presenta la historia de José hasta los más mínimos detalles talmúdicos, ignora por completo la figura de José, esposo de María y padre putativo de Jesús, no obstante que aparece en los evangelios apócrifos cristianos, que sin duda fueron conocidos y usados en la redacción del Corán en lugar de los Evangelios canónicos.
– El Corán se «inspiró» en el Talmud y otras fuentes rabínicas, midrásicas y targúmicas (según demuestran autores tales como Sidersky, Geiger y Katsch): después del fratricidio de Caín (no es mencionado el nombre de Abel) se lee la siguiente declaración coránica: «Quien mata a un alma (una persona) mata a toda la humanidad». Esta frase proviene directamente del Talmud. Los Rabinos querían, explicar el plural hebreo «dammim» (sangres, plural de sangre) en el discurso de Dios a Caín: «la voz de la sangre (literalmente de las sangres) de tu hermano clama a Mí desde la tierra» (Génesis 4:10). Para justificar el uso del plural, los Rabinos escribieron: «El que mata a un alma en Israel, es como si hubiera matado a todo Israel».
– Caín, perplejo ante el cadáver de su hermano, el primer asesinado sobre la faz de la tierra, aprende la lección de la sepultura de dos águilas que, ante sus ojos luchan entre sí. Caín la imita enterrando al hermano al que ha dado muerte. Así cuenta la historia el Talmud.
– José, hijo de Jacob, fue solicitado por la mujer de Putifar. Mientras que el libro del Génesis (39:6-19) narra sobriamente la belleza del joven y el tentativo frustrado de la seductora, el Talmud, seguido luego por el Corán (Sura 12,21-34) refiere un episodio pintoresco: las amigas de aquella mujer le reprochan su pasión por José. Ella las invita a que vayan a su casa donde les preparó un banquete y les rogó que la ayudaran a prepararlo dando a cada una de ellas un cuchillo. Cuando vieron a José delante de ellas, le hallaron tan bien parecido que se hicieron cortes en las manos. La Biblia narra simplemente que José huyó de la mujer. El Talmud, en cambio, y también el Corán sugieren que casi estaba para sucumbir a la seducción y que «la imagen de su padre (Jacob) se le apareció» -el Corán dice que fue una «señal de su Señor» (Sura 12,24).
– De Salomón, el Talmud y el Corán cuentan que conocía las lenguas de los animales.
Todos estos ejemplos nos muestran el origen rabínico del Corán. Un estudioso paquistaní-musulmán -Zafar ad-Din Khan-, cayendo en la cuenta de las analogías entre los relatos talmúdicos y los coránicos, escribe en su obra «El Talmud»: «Puede ser que el Talmud se inspirara en el Corán…» primero de todo el tal Khan no está seguro de ello. Luego, es sabido que el Corán es muy posterior al Talmud (redactado dos siglos antes de Cristo y continuado hasta el quinto d.C.).
Preciso es hacer notar que la postura respetuosa que adopta el Corán con relación a la Virgen María y a Jesucristo, su Hijo, está a las antípodas de la difamatoria del Talmud. No obstante, las fuentes del Corán, por lo que se refiere a la persona de Jesucristo y a otros personajes del Nuevo Testamento son los evangelios Apócrifos cristianos. Quizás este recurso coránico a leyendas, tanto rabínicas como cristianas (el niño Jesús que habla, juega con la arcilla y con ella crea pájaros) se explica por la profesión mercantil del profeta quien durante sus viajes escuchaba a sus colegas judíos y cristianos, más propensos a los cuentos y leyendas populares que el verdadero y sobrio contenido de los textos sagrados.
He aquí un ejemplo evidente: la confusión coránica entre Mariam, hija de Amrám (en el Corán Imran) y hermana de Moisés y de Aarón, y María, Madre de Jesús. Esta identificación coránica (muy poco defendida por los exegetas musulmanes) entre Myriam hermana de Aarón y la Virgen María, la cual vivió muchos siglos después (Sura 3,33 ss.) se explica con la confusión de los cuentos de los mercaderes hebreos y cristianos, y con la leyenda judeo-talmúdica (baba bathra 18) según la cual Myriam, la hermana de Moisés no conoció la corrupción de la tumba. Ahora bien, también los cristianos profesaban (y profesan) idéntica posición respecto a María, Madre de Jesús; por lo que al menos la existencia de estos dos elementos habrían contribuido a la confusión coránica (Cf. Sidersky, o.c.).
Letras misteriosas que encabezan las Suras coránicas.
Los comentaristas del Corán, tanto antiguos como modernos, reconocen su incapacidad y perplejidad cuando tratan de ofrecer una explicación plausible y verídica sobre el significado de algunas letras que aparecen en el Libro sagrado de los musulmanes, el cual se declara estar escrito y revelado en lengua árabe «clara». Después de muchos tentativos infructuosos, han acabado admitiendo que «Allah a`lam», “Dios de eso sabe más».
La Sura (capítulo) 19-Mariam, comienza con las consonantes «k h y `s». En árabe, la raíz formada por estas letras carece de significado. En hebreo, estas consonantes coránicas formarían dos palabras (añadiendo, naturalmente, las vocales): Koh ya `ats: «Así (el Señor) ha ordenado», equivalente a la expresión: «Oráculo del Señor» (hebreo «ne´um YAHWA») que se encuentra en los libros proféticos del Antiguo Testamento.
La Sura 36, lleva por título «YA SIN», dos letras árabes (sin las vocales). Más tarde, «Yassin» se convirtió en nombre personal o de familia…En árabe, no tiene significado. ¿No serían, quizás, las iniciales de Yhwh Shaddai», el Señor Omnipotente?
II – Las fuentes judeo-cristianas del Corán
El Corán no habla de «Evangelios» sino de «El Evangelio», en singular, y acompañado del artículo determinado. Abu Musa Al-Hariri (en su obra «Un sacerdote y un profeta») es del parecer que se trata del «Evangelio según los Hebreos» ya mencionado por San Jerónimo, libro que el mismo Hariri identifica con el evangelio de los Ebionitas, secta judeo-cristiana que ya admitía ya negaba la divinidad de Jesús (una tal fluctuación puede vislumbrarse en el mismo Corán) y que insistía en la prestación de la ayuda a los pobres, sobre todo huérfanos y viudas, solicitud que encontramos repetidas veces en el Corán.
Al-Bujari, autorizado y prestigioso coleccionista de Hadith (tradiciones de hechos y dichos del profeta Mahoma), en el libro «Revelación» (p. 7) escribe del obispo (presbítero, sacerdote) Waraqa hijo de Naufal, primo hermano de Jadiya, primera esposa de Mahoma:
«Era -dice- un hombre que se hizo cristiano en el tiempo de la «jahiliia» (de la ignorancia, oscurantismo, e.d., antes del Islam). Éste escribía (e.d., copiaba, explicaba, interpretaba) el Evangelio Hebreo según la voluntad de Dios…» Cuando Waraqa oyó a su prima Jadiya describir los fenómenos extraordinarios de que era objeto su esposo Mahoma, exclamó: «Es ésta la Ley de Moisés». Al-Bujari, continúa diciendo: «Y Muerto Waraqa», se entibió (o: se interrumpió) la revelación (a Mahoma)».
Es de notar que Waraqa, en Arabia (según la versión musulmana) y al menos después de seis siglos de existencia del cristianismo entre los árabes (cf. He.2:11), en los años treinta del séptimo siglo d.C., «lee» (copia o traduce) el «Evangelio Hebreo». ¿No sería un hebreo, o más concretamente, un judeo-cristiano?
Luego, el anciano Waraqa, en el siglo séptimo d.C. y el ventésimo después de Moisés, relaciona una hipotética profecía de Mahoma no a la de Jesús sino más bien a la de Moisés. Fácil es responder que, para los musulmanes, Mahoma es un legislador al igual que Moisés, éste con la Torá (sobre todo los diez mandamientos) y Mahoma con la «Sari`a», ley, norma, práctica de vida para el musulmán. Pero un creyente musulmán no debería ignorar a Jesús y Su Ley, la ley del amor y la contenida en el «Discurso de la Montaña» (cf.Mt. 5,1-12; Lc.6,20-23).
El verdadero motivo de esta relación espontánea del anciano Waraqa es que, el esposo de su prima Jadiya, que jamás podrá aproximarse a la persona sublime de Jesús, se esforzará por acercarse aunque de modo imperfecto a la persona del antiguo legislador. Sirviéndonos del lenguaje árabe, podemos decir que Waraqa, se imaginó ver una semejanza entre Mahoma y Moisés, el «Interlocutor de Dios» (kalim Allah) más bien que con Cristo, definido en el Evangelio y el Corán: «El Verbo de Dios (Kalimat Allah).
Algunas herejías juedeo-cristianas, retornando al Judaísmo, habían negado la divinidad de Jesús: entre otras, la de los «ebionitas» (según San Epifanio en su «Panarion», San Ireneo, y según autores modernos como D. Haddad, M. Hariri, E. Al.Murr; F. Manns, ofm.). Esta posición se refleja en los textos coránicos (SS. 9,29 ss.;5,116).
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Fuente: artículo original en la web ive.org bajo el título “La estrella de David y la media luna”
Categorías:Islam
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