Veneración ortodoxa de la Toda Santa Theotokos. Parte 6 (final)

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Veneración Ortodoxa de La Madre de Dios

La iglesia Ortodoxa enseña acerca de la Madre de Dios lo que la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura han informado sobre ella, glorificándola todos los días en sus templos, pidiendo Su ayuda y defensa. Sabiendo que Ella se satisface sólo por los elogios que le corresponde a Su gloria real, los Santos Padres y los himnógrafos le suplicaron a Ella y a Su Hijo que les enseñasen cómo cantarle himnos a la Theotokos. «Fortifica mi mente, Oh Cristo mío, porque me atrevo a cantar las alabanzas de Tu Madre purísima» (IKOS de la Dormición). «La Iglesia enseña que Cristo realmente nació de María, la siempre Virgen» (San Epifanio, «Verdadera Palabra concerniente a la fe»). «Es esencial para nosotros confesar que la Siempre-Virgen María, es en realidad la Theotokos (la Deípara, la que dio a luz a Dios), a fin de no caer en la blasfemia. Aquellos que niegan que la Santísima Virgen es en realidad la Theotokos ya no son creyentes, sino discípulos de fariseos y de saduceos» (San Efrén el Sirio, «A Juan el Monje»).

De la tradición se sabe que María era la hija de los ancianos Joaquín y Ana, y que Joaquín descendía de la línea real de David y Ana de la línea sacerdotal. A pesar de un origen tan noble, eran pobres. Sin embargo, no era esto lo que entristecía a estos justos, sino más bien el hecho de que no habían tenido hijos y por lo tanto no podían esperar que sus descendientes vieran al Mesías. Y he aquí una vez cuando, tras haber sido despreciados por los hebreos a causa de su esterilidad, se encontraban ambos, con dolor en el alma, ofreciendo oraciones a Dios, Joaquín en una montaña a la que se había retirado tras haber sido despreciado por el sacerdote que no quiso ofrecer su sacrificio en el Templo, y Ana en su propio jardín llorando a causa de su esterilidad, se les apareció un ángel que les informó que iban a dar a luz a una hija. Rebosantes de alegría, prometieron consagrar su hija a Dios.

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En nueve meses les nació una hija, a quien llamaron María, y que desde su más tierna infancia manifestó las mejores cualidades del alma. Cuando tenía tres años, sus padres, cumpliendo con su promesa, llevaron solemnemente a la pequeña María al Templo de Jerusalén; Ella Misma subió los altos escalones y, por revelación de Dios, fue conducida al Santo de los Santos por el sumo sacerdote que la recibió, trayendo la gracia de Dios que descansaba sobre Ella, al Templo que hasta entonces había estado sin la gracia. (Vea el Kontakion de la entrada en el Templo: El Templo Purísimo del Salvador, la Virgen y preciosísima Cámara nupcial, el Tesoro sagrado de la Gloria de Dios; hoy se presenta en la casa del Señor, trayendo consigo la gracia del Espíritu Divino. ¡Que la alaben los Ángeles de Dios; porque Ella es el Tabernáculo celestial!) Fue colocada en el alojamiento destinado a las vírgenes que existía en el templo, pero pasaba tanto tiempo en oración en el Santo de los Santos que se podría decir que vivía allí. (Oficio de la Entrada de la Theotokos de Dios en el Templo, segunda Estíquera desde el Salmo del Lucernario “Señor, a Ti te clamo”, y el  Gloria… Ahora y siempre) Siendo adornada con todas las virtudes, manifestó un ejemplo de extraordinaria pureza de vida. Al ser sumisa y obediente en todo, no ofendió a nadie, no dijo ninguna palabra dura a nadie, fue amable con todos, y no se permitió ningún pensamiento impuro. (Tomado de San Ambrosio de Milán, «En cuanto a la Virginidad Perpetua de la Virgen María».)

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«A pesar de la recta e inmaculada vida que llevó la Madre de Dios, el pecado y la muerte eterna manifestaron su presencia en Ella. No podían hacer otra cosa más que manifestarse: Tal es la  precisa y fiel enseñanza de la Iglesia Ortodoxa en relación con la Madre de Dios y Su relación con el pecado original y con la muerte». (Obispo Ignacio Briantchaninov, «Exposición de la Enseñanza de la Iglesia Ortodoxa sobre la Madre de Dios.») «Una extraña a cualquier caída en el pecado» (San Ambrosio de Milán, Comentario al Salmo 118): «Ella no fue una extraña a las tentaciones pecaminosas». «Sólo Dios es sin pecado» (San Ambrosio, misma fuente), «mientras que el hombre siempre tiene en sí mismo algo que aún necesita corrección y perfección con el fin de cumplir el mandamiento de Dios; Sed santos; porque yo, Señor vuestro Dios, soy Santo (Levítico 19:2). Cuanto más puro y perfecto es uno, más se da cuenta de sus imperfecciones y se considera tanto más indigno.

La Virgen María, al haberse dado Ella misma enteramente a Dios, a pesar de que rechazó por sí misma todo impulso al pecado, todavía sentía la debilidad de la naturaleza humana con más fuerza que otros y más ardientemente deseaba la venida del Salvador. En Su humildad se consideraba indigna de ser aún la sirvienta de la Virgen que había de dar a luz al Salvador. Así que nada pudo distraerla de la oración y de la cautela en sí misma, María dio a Dios la promesa de no contraer matrimonio, a fin de agradar sólo a Dios durante toda su vida. Al ser  desposada con el anciano José cuando su edad ya no le permitía permanecer en el templo, se instaló en su casa de Nazaret. Aquí la Virgen fue dignada con la visita del Arcángel Gabriel, que le trajo la buena nueva del nacimiento, por Ella, del Hijo del Altísimo. Salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Bendita eres entre todas las mujeres … El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá; por eso el santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios (Lucas 1:28-35).

María recibió la angélica buena nueva humilde y sumisamente. «Entonces el Logos, de un modo sólo conocido por Él mismo, descendió y, tal y como fue Su Voluntad, vino, entró en María y moró en Ella» (San Efrén el Sirio «Elogio a la Madre de Dios»). «Como un relámpago que ilumina lo que está escondido, así también Cristo purificó lo que está oculto en la naturaleza de las cosas. Él purificó la Virgen y después nació, con el fin de demostrar que donde está Cristo, hay pureza manifestada en todo su poder. Purificó la Virgen, habiéndola preparado por el Espíritu Santo, y sólo entonces el vientre, habiéndose purificado, Le concibió. Purificó la Virgen a pesar de que era inmaculada; razón por la cual, al haber nacido, la conservó virgen. Yo no digo que María llegó a ser inmortal, sino que al ser iluminada por la gracia, no fue perturbada por deseos pecaminosos» (San Efrén el Sirio, Homilía Contra Herejes, 41). «La Luz que moraba en Ella limpió su mente, hizo puros Sus pensamientos, castas Sus preocupaciones, santificada Su virginidad» (San Efrén el Sirio, «María y Eva»). «Aquella que era pura de acuerdo a la comprensión humana, Él la hizo pura por la gracia» (Obispo Ignacio Briantchaninov,» Exposición de la Enseñanza de la Iglesia Ortodoxa sobre la Madre de Dios»).

María no le dijo a nadie lo de la aparición del ángel, pero el ángel mismo le reveló a José la milagrosa concepción de María por el Espíritu Santo (Mateo 1: 18-25); y después de la Natividad de Cristo, con una multitud de huestes celestiales, lo anunció a los pastores. Los pastores que fueron a adorar al recién nacido, dijeron que habían oído hablar de Él. Tras haberlo sospechado previamente en silencio, María ahora también escuchaba en silencio y guardaba en su corazón las palabras concernientes a la grandeza de Su Hijo (Lucas 2:8-19). Cuarenta días más tarde, oyó la oración de alabanza de Simeón y la profecía sobre la espada que traspasaría su alma. Más tarde vio cómo Jesús crecía en sabiduría; le escuchó enseñar, a la edad de doce años en el Templo, y todo lo guardó en su corazón (Lucas 2:21-5 1). Aunque llena de gracia, ella aún no entendía plenamente en qué consistiría el servicio y la grandeza de Su Hijo. La concepción hebrea del Mesías todavía estaba próxima en ella, y los sentimientos naturales la forzaban a preocuparse por Él, preservándole de trabajos y peligros que pudieran parecer excesivos. Por lo tanto, al principio favoreció a Su Hijo involuntariamente, lo que provocó que Él indicara la superioridad espiritual con respecto al parentesco físico (Mateo 12:46-49). « Cuidaba Él del honor de Su Madre, pero mucho más de la salud espiritual y de los beneficios que a muchos tenía que hacer, pues por ellos se había encarnado» (San Juan Crisóstomo, Comentario sobre el Evangelio de Juan, Homilía 21). María comprendió esto, escuchó la palabra de Dios y la retuvo (Lucas 11:27, 28). Como ninguna otra persona, Ella tenía los mismos sentimientos que Cristo (Fil. 2:5), sin murmurar llevando consigo el dolor de una madre cuando vio a Su Hijo perseguido y sufriendo. Regocijándose en el día de la Resurrección y en el día de Pentecostés, cuando fue revestida con el poder de lo alto (Lucas 24:49). El Espíritu Santo que descendió sobre Ella, le enseñó todas las cosas (Juan 14:26), y la instruyó en toda la verdad (Juan 16:13). Al ser iluminada, comenzó a trabajar aún más celosamente para llevar a cabo lo que había escuchado de Su Hijo y Redentor, con el fin de ascender a Él y estar con Él.

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El final de la vida terrenal de la Santísima Madre de Dios fue el comienzo de Su grandeza. «Al ser adornada con la Divina gloria» (Irmos del Canon de la Dormición), Ella permanece y permanecerá, tanto en el día del Juicio Final como en la era futura, a la diestra del Trono de Su Hijo. Ella reina con él y tiene audacia hacia Él como Su Madre según la carne, y como una en espíritu con Él, como Aquella que llevó a cabo la voluntad de Dios y que instruyó a otros (Mat. 5:19). Misericordiosa y llena de amor, manifiesta Su amor hacia Su Hijo y Dios en el amor por la raza humana. Intercede por los hombres ante el Todo-Misericordioso, y yendo a la tierra, ayuda a los hombres. Tras haber experimentado todas las dificultades de la vida terrenal, la Intercesora de la raza Cristiana ve cada lágrima, y escucha cada gemido y súplica dirigida a Ella. Están especialmente cerca de Ella aquellos que trabajan en la lucha contra las pasiones y que son celosos de una vida agradable a Dios. Pero incluso en las preocupaciones mundanas Ella es una ayudante insustituible. «Alegría de los afligidos e intercesora por el ofendido, alimentadora del hambriento, consuelo de los viajeros, puerto del agitado por la tormenta, visitación de los enfermos, protectora e intercesora de los enfermos, bastón para los ancianos, Tú eres la Madre de Dios en las alturas, Oh Purísima» (estíjera del Servicio a la Hodiguitria). «La esperanza, la intercesión y el refugio de los cristianos», «La Madre de Dios incesante en las oraciones» (Kontakion de la Dormición), «salva al mundo por Tu oración incesante» (Theotokion del tercer tono). «(Ella) día y noche ruega por nosotros, y los cetros de los reinos están confirmados por sus oraciones» (diario Nocturno).

No hay intelecto o palabras que puedan expresar la grandeza de Aquella que nació en la pecadora raza humana pero que llegó a ser «más honorable que los Querubines e incomparablemente más gloriosa que los Serafines.» «Contemplando la Gracia de los misterios secretos de Dios hechos manifiestos y claramente cumplidos en la Virgen, me alegro; y no logro entender la forma extraña y secreta por medio de la cual la Purísima ha sido revelada como única elegida por encima de toda la creación, visible y espiritual. Por lo tanto, con dejo de alabarla, caigo atónito con asombro tanto de mente como de palabra y aun así me atrevo a proclamar que Ella es de hecho el Tabernáculo celestial» (IKOS de la Entrada en el Templo). «Toda lengua queda perpleja de cómo alabarte según Te es debido, e incluso un espíritu del mundo de arriba se desconcierta cuando trata de cantar tus alabanzas, Oh Theotokos. Pero ya que eres Bondadosa, acepta nuestra fe, pues conoces bien nuestro amor inspirado por Dios; y como eres la protectora de los cristianos, Te magnificamos» (Irmos del noveno Cántico, Servicio de la Teofanía).

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Traducido por hipodiácono Miguel P.

en 2014

para cristoesortodoxo.com

 



Categorías:San Juan Maximovicht, theotokos

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