De la gruta de la Natividad a la gruta de la Tumba
Los signos de la muerte
Por lo tanto, las referencias a la muerte están presentes en el icono de la Natividad. Las encontramos claramente reveladas en la gruta misma, la posada en forma de tumba y en las mantas del niño en forma de sudarios mortuorios. En el plano iconográfico, el signo de la muerte más significativo es el negro empleado para pintar el fondo de la gruta. Su empleo puro sobre una gran superficie está directamente ligado al signo de la muerte, y no se encuentra en ninguna otra parte en la iconografía. Este uso del negro se utiliza como ligadura entre la gruta de la Tumba y el Hades, ya sea en el icono de la Transfiguración, en referencia a la Pasión, al icono de la Resurrección (la gruta sobre la Cruz con el cráneo de Adán) y con el icono del descenso a los infiernos.
¿Cuál puede ser el sentido de estos signos? El que nace (Cristo) no está ligado a la muerte por su naturaleza, no está manchado por ningún pecado, es ajeno al reino de la caída, y su madre misma ha permanecido pura en esta Natividad. Si, cuarenta días más tarde, la Theotokos se somete a las exigencias de purificación ritual yendo a ofrecer un sacrificio al templo, no es por necesidad espiritual, sino para responder al designio de Dios y disponerse a las exigencias de la Ley, yendo al encuentro de su pueblo (De ahí el nombre de “Santo Encuentro (Presentación de Cristo en el templo)”, dado a la fiesta litúrgica que conmemora este hecho en la Iglesia Ortodoxa).
¿Por qué, pues, repitámoslo, están estos signos de muerte en un icono donde todo parece respirar gozo y alegría?
De la gruta de la Natividad a la gruta de la Tumba
El gozo de la Natividad no debe hacer olvidar el deseo profundo de Dios. La Encarnación por sí sola no era suficiente para instaurar el reino de Dios. La Nueva Alianza no podía realizarse sin el paso obligado por la Cruz y la Tumba. Cristo es este “cordero sin defecto y sin mancha”, “discernido antes de la fundación del mundo y manifestado en los últimos tiempos” (1ª Pedro 1:20). Cuántas veces repetirá Cristo a sus discípulos, tras la Resurrección: “era necesario que el Hijo del Hombre padeciera…”.
La venida de Cristo está totalmente orientada hacia la “hora” del sacrificio último, el cual recapitula todos los sacrificios, hacia este descenso voluntario de Dios al más profundo reino de la muerte. Estos signos de la muerte presentes en el icono, no están ligados a la mortalidad de Cristo, ya que Cristo es incorruptible por naturaleza, sino a la misión que debe cumplir en obediencia al Padre. Pues todo ha sido asumido por Cristo según su voluntad, y no según una necesidad de la naturaleza, lo que hace de la Pasión tanto más dolorosa de lo que corresponde a alguna realidad natural en sí misma.
Hacia la nueva maternidad
Así, la Theotokos se encuentra unida a esta obra de sacrificio. Su papel no se detuvo en la Natividad, y está permitido considerar el icono de la Natividad como una recapitulación del camino de la Theotokos hasta su Dormición, de la misma forma que anuncia ya la muerte y la tumba de Cristo. esta majestad, esta posición de la Theotokos con relación a su Hijo y a la gruta, al pie de la montaña, indica un lugar preciso y claro de la Virgen María en la economía de la salvación y en la realidad eclesial.
La Theotokos está totalmente próxima a su Hijo, y su postura hace que rodee literalmente los signos de muerte que señalan al hijo recién nacido. Situada ante la gruta, parece cubrirla con su gloria. Lejos de ser ajena a estos signos de muerte, parecen estarle indisolublemente unidos, así como ella está unida a su Hijo. La relación de amor que mantiene con el fruto de su seno continuará hasta el trasfondo del sufrimiento y de la muerte, a medida que se conceda participar en este misterio terrible a una mujer extraordinariamente pura, excepcionalmente amada por Dios.
Durante las bodas de Canaan, la Theotokos no pide nada más que un milagro a su Hijo es decir, según la perspectiva de San Juan, que relata este episodio, un signo que le manifieste a los hombres como enviado por el Padre. Cristo le da entonces esta respuesta dura, en apariencia, y por tanto, terriblemente comprensible: “¿Qué nos va en esto a Mí y a ti, mujer?. Mi hora no ha venido todavía” (Juan 2:4). Cristo sabe bien hasta qué punto está su Madre ligada a su hora, esa hora que no es otra que la de la glorificación del Hijo en la Pasión, en la Resurrección y en la Ascensión, esa hora en la que se cumplirán las verdaderas bodas de la Nueva Alianza entre Dios y la humanidad.
Fuente:
Traducido por psaltir Nektario B.
© Marzo 2015
Categorías:Navidad
Deja una respuesta