Prelest y los ancianos espirituales, parte 1/3

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Capítulo 6

PRELEST

El principal peligro en el camino de los esfuerzos ascéticos subyace en la posibilidad de prelest.

El obispo Ignacio escribe que “los hombres de oración están sujetos a toda clase de engaños, si el arrepentimiento no forma la base de su oración, si no se ha convertido en el alma y objetivo de la oración. Cualquiera que trate de unirse a la fiesta de bodas del Hijo de Dios sin la vestidura de bodas limpia y brillante (1) preparada por el arrepentimiento, sino simplemente con harapos, en un estado de autoengaño y pecado, será arrojado a las tinieblas, al engaño demoníaco (2).

La humildad siempre acompaña a la santidad. La santidad es impensable sin ella. El profesor y archimandrita Cipriano dice: “La humildad con la que San Simeón el Nuevo Teólogo reconoce su imperfección, y con la que confiesa contritamente sus pecados y caídas pasadas, sirve como garantía de que su experiencia mística está completamente libre del elemento de prelest y orgullo espiritual. Abundan las advertencias en la literatura ascética dirigidas a los novicios para que no cedan a las falsas visiones o engaños, y no tomen a un ángel de la oscuridad por un ángel de Luz. San Simeón nos advierte que no creamos en toda clase de ruidos, voces, intimidaciones, visiones de luz sensorial, fragancias, etc., que tienten la conciencia de un monje en tiempo de oración…. Junto con la humildad, el vínculo misterioso con la Iglesia protege a los místicos de caer en cualquier falso misticismo” (3).

Todas las variedades de autoengaño o prelest, son de dos clases. Están causadas, principalmente, por actividades impropias de la mente, y en segundo lugar, por actividades impropias del corazón (sentimiento). “El deseo y aspiración de percibir visiones espirituales por una mente no purificada de pasiones y no renovada por el Espíritu Santo, está lleno de orgullo y de falta de discernimiento; el mismo orgullo y falta de discernimiento crea el deseo del corazón y aspira a deleitarse en las santas y divinas experiencias mientras aún es incapaz e indigno de recibirlas” (4).

La primera clase de engaño, causada por el enardecimiento de la mente y la imaginación, frecuentemente termina en enajenación mental y suicidio. La segunda clase es llamada “opinión”, y conduce a un trágico final menos frecuente, porque engaña a la mente, pero no conduce a nadie a un frenesí. Sin embargo, es igualmente ruinosa: un monje que intenta despertar el amor a Dios en su corazón y se obliga a sí mismo a experimentar placer y éxtasis sin tener en cuenta el arrepentimiento, consigue todo lo contrario: “entra en comunión con el maligno y comienza a odiar al Espíritu Santo”. La “opinión”, en diferentes grados está muy extendida. “El que no tiene un espíritu contrito y se considera una persona de virtud y mérito, el que no se adhiere estrictamente a la enseñanza de la Iglesia Ortodoxa, sino que piensa libremente según su propia opinión o una enseñanza externa, está realmente en esta clase de prelest. El grado de desviación y la persistencia en esta desviación determina el grado de prelest….” (5).

En nuestro estado caído, sólo es admisible una clase de sentimiento en la adoración invisible a Dios: el sentimiento de pesar por los propios pecados y la propia pecaminosidad, la propia caída y ruina, que también es llamada lamentación, arrepentimiento, contrición de espíritu….”. “Mi sacrificio, oh Dios, es un espíritu compungido; Tú no despreciarás, Señor, un corazón contrito y humillado” (Salmos 50:19). (6).

El obispo San Ignacio Briantchaninov nos habla de un caso característico de prelest causado por la mente enardecida y la imaginación. Un monje athonita le hizo una visita y le dijo: “Rece por mí. Padre, duermo mucho y como mucho”. Mientras decía esto, el obispo Ignacio sintió calor surgiendo del monje. Para conocer el estado espiritual del monje, el obispo Ignacio le pidió que le instruyera en la oración. ¡Oh, horror!. Este monte comenzó a enseñarle un método de “oración estática, utilizando la imaginación”. Después resultó que este monje no estaba absolutamente familiarizado con la enseñanza de los santos padres sobre la oración. El obispo Ignacio continúa: “En el transcurso de nuestra conversación, le dije: ‘Mira, anciano espiritual, cuando estés en Petersburgo, bajo ninguna circunstancia tomes alojamiento en un piso superior; asegúrate de estar en la planta baja’. ‘¿Por qué?, objetó el monje. ‘Bueno’, respondí, ‘si los ángeles decidieran de repente cogerte y llevarte desde Petersburgo al Monte Athos, y si tuvieran que cogerte desde un piso superior, podrían dejarte caer y morirías por el impacto; sin embargo, si te cogieran desde la planta baja y te dejaran caer, sólo estarías magullado’. ‘Créeme’, respondió el monje, ‘muchas veces, cuando estoy de pie rezando, viene un pensamiento vívido a mi mente de que los ángeles me cogerían y me llevarían al Monte Athos’”. Resultó que el hiero-esquema-monje llevaba cadenas en su cuerpo, a penas dormía, comía muy poco, y sentía calor en su cuerpo y no tenía necesidad de ropa de abrigo en invierno. Al final de nuestra conversación decidí sugerirle al monje que, siendo un asceta y un ayunador, debería intentar el método enseñado por los santos padres. Ellos aconsejan mantener la mente libre de toda ensoñación fantasiosa y entera y totalmente inmersa en las palabras de la oración, “para encerrar el pensamiento dentro de las palabras de la oración” (San Juan Clímaco. Escalón 28:17). Entonces, el corazón simpatiza normalmente con la mente, sintiendo un dolor saludable por los pecados cometidos, como dijo San Marcos el Asceta: “Cuando la mente reza sin distracción, aflige el corazón: ‘Tu no despreciarás, Señor, un corazón contrito y humillado” (Filocalía, cap. 34, parte 1). ‘Cuando hayas intentado este método’, dije al monte athonita, ‘hazme conocer el fruto de tu experiencia; no es conveniente para mí emprender tal experimento, considerando mi distraída forma de vida’. El monje aceptó. Pocos días después vino y dijo: ‘¿Qué me has hecho?!’, ‘¿Qué sucedió?’. ‘Bueno, tan pronto como intenté rezar encerrando mi mente en las palabras de la oración, todas mis visiones desaparecieron, y ya no puedo volver a ellas’. Durante nuestra conversación, no detecté la clase de insolencia y autosuficiencia que había notado en él durante nuestro primer encuentro y que normalmente son notables en personas dadas al autoengaño y a imaginarse como santos o espiritualmente exitosos. El monje expresó su deceso de escuchar mi humilde consejo. Cuando le aconsejé no distinguirse de otros externamente, pues esto conduce a la soberbia, se quitó sus cadenas y me las entregó. Un mes después, vino de nuevo y me dijo que ya no sufría calor en su cuerpo, que ahora necesitaba ropas de abrigo, y que dormía más. Me dijo que muchos monjes del Monte Athos, famosos por su santidad, usaban el método de oración que había practicado previamente y también instruyó a otros en este método” (7).

Notas

  1. En la antigüedad, un rey enviaba un vestido especial de fiesta a los que eran invitados a su fiesta. En una de las parábolas del Salvador, el vestido de bodas simboliza la gracia del Espíritu Santo que Dios concede a un verdadero monje.
  1. Obispo Ignacio Briantchaninov, Obras, vol. 1, p. 135.
  1. Archimandrita Cipriano, “Predecesores espirituales de San Gregorio Palamás”, p. 113.
  1. Obispo Ignacio Briantchaninov., Obras, vol. 1, p. 144.
  1. Ibíd., p. 145.
  1. Ibíd., p. 145.
  1. Ibíd., pp. 140-142.

Capítulo 7

  1. ¿Qué es la “ancianidad espiritual”?

“Aspirad al amor. Anhelad también los dones espirituales, particularmente el de profecía…. Mas el que profetiza, habla a los hombres para edificación y exhortación y consuelo” (1ª Corintios 14:1, 3).

El apóstol Pablo enumera tres ministerios en la Iglesia, independiente de la jerarquía de la iglesia: apóstoles, profetas y maestros.

Inmediatamente después de los apóstoles siguen los profetas (Efesios 4:11; 1ª Corintios 12:28). Su ministerio consiste principalmente en la “edificación, exhortación y consuelo” (1ª Corintios 14:3). Con este fin, y también para señalar o advertir, los profetas también predicen eventos futuros.

Por medio del profeta, la voluntad de Dios es revelada inmediatamente, y por tanto, su autoridad es ilimitada.

El ministerio profético es un don especial de la gracia, un don del Espíritu Santo (carisma). El profeta posee una visión espiritual especial, la clarividencia. Para él, los límites del espacio y del tiempo están, por así decir, a un lado; con su mirada espiritual, ve, no sólo hechos que están ocurriendo ahora, sino también hechos futuros. Ve su sentido espiritual; ve el alma del hombre, su pasado y su futuro.

Tal vocación sólo puede estar ligada a un alto nivel moral, con pureza de corazón, con santidad personal. De hecho, se requería la santidad de vida de los profetas en los primeros periodos del cristianismo: “Pero no cualquiera que habla en espíritu es profeta, sino sólo cuando tenga las costumbres del Señor. Pues, por las costumbres se conocerá al falso profeta y al verdadero profeta”, dice una de las más antiguas obras de la literatura cristiana, la Didajé (La enseñanza de los doce apóstoles) (1).

Los ministerios enumerados por el apóstol Pablo han sido preservados en la Iglesia en todas las eras. Los ministerios de apóstol, profeta y maestro, siendo independientes, pueden combinarse con el rango de obispo o sacerdote.

El ministerio profético, vinculado con la santidad personal, floreció cuando la vida espiritual en la Iglesia era elevada, y declinó en periodos decadentes. Las características más brillantes de todo esto, se manifiestan en la “ancianidad espiritual” monástica.

La influencia de la “ancianidad espiritual” se extendió más allá de los límites de los muros de los monasterios. Los ancianos espirituales guiaban espiritualmente, no sólo a los monjes, sino también a los laicos. Poseyendo el don de la clarividencia, edificaban, exhortaban y consolaban a todos (1ª Corintios 14:3); sanaban las enfermedades del alma y del cuerpo, advertían contra los peligros, señalaban el camino de vida, revelaban la voluntad de Dios.

Al ser una continuación directa del ministerio profético, la “ancianidad espiritual” apareció bajo este nombre y en esta forma sólo a partir del siglo IV, junto con el florecimiento del monaquismo, como su principio rector.

  1. El significado de la actividad consejera de los ancianos espirituales

“Así como un barco que tiene un buen timonel llega seguro al puerto con la ayuda de Dios, así, el alma que tiene un buen pastor, aunque haga mucho mal, asciende fácilmente al cielo” (Escala Mística del divino ascenso).

Las dificultades de la lucha ascética interior, que tienen como fin la adquisición de la pureza y la impasibilidad, revelan el gran significado de la actividad consejera de los ancianos espirituales. San Juan Clímaco dice: “Los que confían en sí mismos y piensan que no necesitan ningún guía, se engañan a sí mismos” (2).

“Sin un guía, uno puede desviarse fácilmente del camino, por muy prudente que sea”; y así, el que voluntariamente anda por el camino monástico, fácilmente perece, aunque tenga toda la sabiduría”(3). La misma idea es expresada por San Marcos el Asceta (s. IV): “Pues el hombre que anda libremente por el camino monástico y sin ningún guía, a menudo tambalea y cae en muchos hoyos y asechanzas del maligno; frecuentemente se expone a si mismo a muchos peligros, sin saber lo que le espera al final. Pues muchos han soportado grandes labores ascéticas, muchas penalidades y fatigas por amor a Dios, pero puesto que confiaron en su propio juicio, careciendo de discernimiento, y rechazando aceptar la ayuda de su prójimo, sus muchos esfuerzos resultaron inútiles y vanos” (4).

  Las maneras erróneas de los monjes obstinados están causadas, entre otras cosas, por el hecho de que los demonios siempre intentan presentar la luz como oscuridad y la oscuridad como luz, como dice el apóstol: “ Pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” (2ª Corintios 11:14).

Los monjes Ignacio y Calixto nos dicen: “Lo más importante: en todo lo que hagas, pide ser aconsejado por tu padre espiritual en Jesús Cristo, pues de esta forma, por la gracia de Cristo, lo insoportable y lo arduo se vuelve fácil, y te parecerá que te mueves rápidamente por un campo de pendiente suave” (5). En esta instrucción encontramos cinco signos de una sincera actitud espiritual de los hijos espirituales con respecto a sus ancianos espirituales y guías: “1) completa fe en él; 2) veracidad: ser verídico ante él en palabras y obras; 3) no seguir la propia voluntad en nada, sino por el contrario, intentar eliminarla (es decir, no haciendo nada según el propio deseo y entendimiento, sino pidiendo siempre el consejo del anciano espiritual en todo); 4) nunca oponerse o discutir, pues las discusiones están causadas por el propio orgullo e incredulidad; y 5) completa y sincera confesión de los pecados y los secretos del corazón (revelación de los pensamientos)” (6).

Traducido por psaltir Nektario B.



Categorías:paternidad espiritual

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