La Copa de Cristo: los sufrimientos. Parte 2/2

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Aquel que bebe de la Copa dando gracias a Dios y que, bendiciendo a su prójimo, consigue llegar al Banquete Sagrado, a la bienaventurada paz en Cristo, y disfruta del paraíso espiritual de Dios.

Los sufrimientos temporales no significan nada en sí mismos; les atribuimos importancia a causa de nuestro apego a la tierra y a todo lo corruptible, y en razón de nuestra indiferencia por Cristo y por la eternidad.

Si estás dispuesto a soportar el amargo sabor desagradable de los medicamentos; la dolorosa amputación y cauterización de tus miembros; los tormentos prolongados del hambre, la larga reclusión en tu habitación, y todo eso lo soportas a fin de restaurar la salud perdida de tu cuerpo que, una vez sanado, volverá a caer sin ninguna duda enfermo, y que con total seguridad morirá y se descompondrá; soporta, por tanto, el amargor de la Copa de Cristo que procurará la sanación y la bienaventuranza eterna a tu alma inmortal.

Si la Copa te parece insoportable, trayendo la muerte, eso te desenmascara: aunque te hagas llamar cristiano, tú no perteneces a Cristo. Para sus verdaderos discípulos, la Copa de Cristo es una copa de júbilo. Así pues, tras haber sido golpeados antes de comparecer ante el consejo de ancianos de Israel, los apóstoles salieron gozosos de la presencia del sanedrio, porque habían sido hallados dignos de sufrir desprecio por el nombre (de Jesús). (Hch. 5:41)

El justo Job recibió amargas noticias. Una tras otra, fueron a golpear su corazón que permaneció firme. La última de ellas fue la más terrible: todos sus hijos y todas sus hijas fueron súbitamente golpeados por una muerte violenta y cruel. En su gran aflicción, el justo Job rasgó sus vestimentas y se cubrió el rostro de cenizas. Tras eso, movido por la humildad y la fe que vivían en él, se tira por tierra y adora al Señor diciendo: Desnudo salí de las entrañas de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor lo ha dado, el Señor lo ha quitado. ¡Sea bendito el nombre del Señor! (Job 1:21).

Con sencillez de corazón, confíate a Aquel que cuenta incluso el número de tus cabellos en tu cabeza (Mt. 10:30). Él conoce la medida de la Copa de Salvación que debe serte dada.

Vuelve a menudo tu mirada hacia Jesús ante sus asesinos como cordero inmaculado, mudo ante los trasquiladores, no abría su boca. (Isaías 53:7; cf. Proscomidia de la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo); fue llevado a la muerte como oveja llevada a la inmolación (ibid). No vuelvas los ojos de Él, y tus sufrimientos se transformarán en un dulzor celestial, espiritual; las heridas de tu corazón serán sanadas por las llagas de Jesús.

Permaneced allí, dijo el Señor a aquellos que querían defenderLe en el Jardín de Getsemaní, y Él curó la oreja cortada de aquel que fue a arrestarle. (cf. Luc 22:51).

¿O piensas, replica el Señor a aquel que intentó desviar de Él la Copa por la espada, que no puedo rogar a mi Padre, y me dará al punto más de doce legiones de ángeles?(Mt 26:53).

En la hora de la tribulación, no busques ayuda humana; no pierdas un tiempo precioso, no agotes las fuerzas de tu alma buscando esta ayuda impotente. Espera la ayuda que venga de Dios: a Su mandato y en el tiempo querido por Él, vendrán a ayudarte.

El Señor guarda silencio ante Pilatos y Herodes, no pronuncia palabra alguna para justificarse. Tú, haciendo lo mismo, imita el santo y sabio silencio cuando veas a tus enemigos juzgándote con la intención de condenarte cueste lo que cueste; ellos juzgan con el solo objetivo de disimular sus malas intenciones bajo una cobertura de juicio.

Cuando la Copa vaya a ti precedida y anunciada por un progresivo amontonamiento de nubes, o que por el contrario te sea aportada súbitamente por una violenta borrasca, di a Dios: “Que Tu Voluntad sea hecha”.

Tú eres un discípulo, un fiel y un servidor de Jesús. Jesús dijo: Si alguno me quiere seguir, sígame, y allí donde Yo estaré, mi servidor estará también. (Jn. 12:26). Ahora bien, Jesús pasó su vida terrenal entre sufrimientos, desde su nacimiento hasta la tumba fue perseguido; desde el momento en el que fue envuelto en pañales, en una manta y situado en un pesebre, la maldad Le preparó una muerte violenta. Habiendo alcanzado su objetivo, no se tiene por satisfecha y se esfuerza en extirpar Su mismo recuerdo sobre la faz de la tierra.

Es por el camino de los sufrimientos temporales que todos los elegidos por el Señor son, a continuación, situados en la bienaventurada eternidad. No nos es posible, a nosotros que permanecemos en los disfrutes carnales, de permanecer a la vez en un estado espiritual. Esa es la razón por la que el Señor ofrece continuamente a sus amigos más cercanos, su Copa. Por ella, les mantiene en sus muertes al mundo y conserva sus capacidades de vivir la vida espiritual. San Isaac el Sírio dijo “reconocemos al hombre por quien Dios vela particularmente: les envía siempre aflicciones” (Obras espirituales, Desclée de Brouwer, p. 75)

Reza a Dios para que aparte de ti todo infortunio y toda tentación. No hace falta echarse temerariamente en el abismo de las tribulaciones: eso sería una orgullosa suficiencia. Sino que cuando las aflicciones vengan, no las temas, no te imagines que hayan venido de forma fortuita, por un simple cúmulo de circunstancias. No, han sido permitidas por la insondable Providencia de Dios. Lleno de fe y animado por el coraje y la magnanimidad que engendran, nada sin temor en medio de las tinieblas y de la tempestad que avanza rugiendo hacia el remanso apacible de la eternidad: es Jesús mismo el que invenciblemente te guiará.

Asimila por medio de una piadosa y profunda meditación la oración que el Señor dirigió al Padre en el jardín de Getsemaní, en la hora extremamente penosa que precedió a Su pasión y a Su muerte en la Cruz. Armado de esta oración, ves al encuentro de toda aflicción y triunfa sobre ella. “Padre Mío, oraba el Salvador, si es posible, pase este cáliz lejos de Mí; más no como Yo quiero sino como Tú.” (Mt 26:39).

Ruega a Dios que aleje de ti las tribulaciones y, al mismo tiempo, renuncia a tu voluntad pecaminosa y cegada. Entrégate, tu alma y tu cuerpo, tu situación presente y futura, confía a tus prójimos más queridos a la Toda-Santa y Toda-Sabia Voluntad de Dios.

Velad y orad para que no entréis en tentación. El espíritu, dispuesto (está), mas la carne, es débil. (Mt. 26:41). Cuando estés agobiado por los sufrimientos, te hará falta multiplicar las oraciones para atraer una gracia particular de Dios. No es más que con la ayuda de una gracia particular que podremos sobrepasar los males temporales.

Habiendo recibido de lo Alto el don de la paciencia, vela con atención sobre ti mismo, a fin de conservar y de retener en ti la gracia divina, si no el pecado se deslizará imperceptiblemente en tu alma o en tu cuerpo, y expulsará dicha gracia divina.

Si por negligencia e inatención, dejas al pecado penetrar en ti, en particular a aquel al que nuestra carne se inclina, y se mancha a la vez el cuerpo y el alma, la gracia se retirará de ti, te dejara desnudo y solitario. Entonces la tribulación, permitida para tu salud y perfección, se derrumbará brutalmente sobre ti; te colmará de tristeza, de acedia y de desesperación, como alguien que detiene el don de Dios sin mostrarle la veneración querida. Apresúrate a mostrar un arrepentimiento sincero y resuelve darle a tu corazón la pureza, y por la pureza, el don de la paciencia, porque este, como don dado por el Espíritu Santo, no reposa más que en corazones puros. Los santos mártires cantaban un himno de alegría en el horno ardiente, andando sobre clavos, sobre espadas afiladas, sumergidos en calderos de agua o aceite hirviente. Es así que tu corazón se alegrará cuando, por la oración, hayas atraído sobre ti la consolación de la gracia, y que guardarás en ti por una vigilante atención en ti mismo; si, incluso en medio de los infortunios y de las terribles desgracias, tu corazón entonará con júbilo un himno de alabanza y acción de gracias a Dios.

Purificado por la Copa de Cristo, el intelecto es gratificado con visiones espirituales: comienza a ver la Universal Providencia Divina, invisible a las mentes carnales; a ver la ley de la corrupción en toda cosa perecedera; a ver la inmensa eternidad próxima a cada uno; a ver a Dios en sus grandes obras, en la creación y la re-creación del mundo. La vida terrestre se presenta como una peregrinación donde el fin se acerca a grandes pasos, donde los acontecimientos son fantasías, donde las ventajas son una efímera seducción de los ojos, un inconstante pero desastroso señuelo para el intelecto y el corazón.

¿Qué fruto producen para la eternidad las tribulaciones temporales? Cuando el Cielo fue mostrado al Santo Apóstol y Evangelista Juan, uno de los habitantes celestiales le hizo ver una multitud inmensa de hombres radiantes y vestidos de blanco celebrando su salvación y su bienaventuranza delante del Trono de Dios, y le preguntó: “Estos que están vestidos de túnicas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?” – Y yo le dije, dijo Juan el Teólogo: “Señor mío, tú lo sabes. “. Y él me contestó: “Estos son los que vienen de la gran tribulación, y lavaron sus vestidos, y los blanquearon en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, y le adoran día y noche en su templo; y el que está sentado en el trono fijará su morada con ellos. Ya no tendrán hambre ni sed; nunca más los herirá el sol ni ardor alguno; porque el Cordero, que está en medio, frente al trono, será su pastor, y los guiará a las fuentes de las aguas de la vida; y Dios les enjugará toda lágrima de sus ojos.”(Ap. 7:13-17).

Separación de la presencia de Dios, tormentos eternos en el infierno, comercio eterno con el diablo y con los hombres demoniacos, llamas, frío glacial, tinieblas de la Gehena, he aquí lo que podemos justamente nombrar con el título de tribulación. Y son los deleites terrenales los que conducen a esta gran tribulación eterna.

La Copa de Cristo, preserva y salva de esta tribulación a cualquiera que la beba con acción de gracias y con alabanza por Dios que, en su gran bondad, otorga al hombre por la amargosa Copa de las aflicciones temporales, Su gran misericordia infinita y eterna.

San Ignacion Briantchaninov

Dentro del libro “Experiencias Ascéticas”

Jordanville, NY, 1957

Traducido por hipodiácono Miguel P. ©

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Categorías:San Ignacio Briantchaninov, vida ortodoxa en el mundo

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