San Eufrosinos el cocinero. Relatado por San Dimitri de Rostov

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San Eufrosinos el cocinero. Relatado por San Dimitri de Rostov (11/24 de septiembre)

Nuestro monástico santo padre Eufrosinos nació de padres sencillos aunque superó incluso los de noble linaje en buenas obras. Porque hay muchos que están desprovistos de buenas obras, a pesar de su noble origen, y así es como caen en el Hades, mientras que los sencillos en su humildad se elevan hasta el paraíso por Dios como fue el caso del divino Eufrosinos. Debido a su virtuosa vida fue trasladado al paraíso, como veremos, y se mostró que era un habitante allí.

Eufrosinos vivía en un monasterio donde servía a los hermanos, trabajando en la cocina y sirviéndoles con gran humildad y sumisión como si a los que servía no fueran hombres, sino Dios mismo. Trabajó en obediencia día y noche, pero nunca dejó de rezar y ayunar. Su paciencia era inexpresable. Cargó con mucho abuso, desprecio y sufrió vejaciones frecuentes. Quemado por el fuego material de la estufa, se calentó por el fuego espiritual del amor de Dios, y su corazón ardía de deseo por el Señor. Mientras pasaba sus días preparando la comida para los hermanos, al mismo tiempo, preparaba una mesa para él en el Reino de Dios por su virtuosa vida, donde comería hasta saciarse con aquellos a quienes se dice: Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. Sirvió al Señor en secreto para que pudiera ser recompensado por Él abiertamente, justo como sucedió.

La recompensa del Señor a su siervo se manifestó de la siguiente manera. Un sacerdote que vivía en el mismo monasterio oraba fervientemente al Señor para que le revelase aquello que tenía preparado para los que aman al Señor. Una noche tuvo una visión. Le pareció que estaba de pie en un jardín, y mientras meditaba sobre la belleza indecible de este jardín, vio a Eufrosinos, el cocinero del monasterio, pasaeando por allí. El sacerdote se acercó a él y le preguntó: «Hermano Eufrosinos, ¿qué es este lugar? ¿Puede ser el paraíso?.

«Es el paraíso, Padre», respondió Eufrosinos.

Una vez más el sacerdote preguntó, «¿Cómo es que estás aquí?»

Eufrosinos el cocinero respondió: «Esta es la morada de los elegidos de Dios, y por la gran bondad de Dios he hecho mi residencia aquí también.»

El sacerdote preguntó, «¿Tiene autoridad sobre todas estas hermosas cosas?»

Eufrosinos respondió: «Tanto como se me permite, distribuyo a los demás las cosas que ves aquí.»

El sacerdote le preguntó: «¿puedes darme una parte de estas cosas?»

«Por la gracia de mi Dios, toma cuanto desees», dijo Eufrosinos.

El sacerdote entonces señaló unas manzanas y pidió algunas de ellas. Eufrosinos tomó tres manzanas, los colocó en un pañuelo, y se los dio al sacerdote, diciendo: «Toma lo que solicitaste y deléitate con ellas.

En ese momento, tocaron el Semantron para maitines, y el sacerdote se despertó y volvió en sí. Pensó que había estado soñando, pero cuando extendió la mano para coger su pañuelo, encontró en él las tres manzanas que había recibido de Eufrosinos en la visión. (Las manzanas) desprendían una fragancia inefable. Sorprendido, se levantó de su lecho, puso las manzanas en la cama, y se fue a la iglesia donde encontró Eufrosinos de pie junto con los hermanos en el servicio de la mañana. Al acercarse a Eufrosinos, el sacerdote le imploró que le revelase dónde había estado esa noche.

Eufrosinos respondió: «Perdóname, Padre; He estado en ese lugar donde nos hemos encontrado»

El sacerdote dijo: «¡Debes revelar la grandeza de Dios, para que la verdad no se oculte!»

Pero el sabio Eufrosinos humildemente respondió: «Tú, Padre, imploraste al Señor que te revelara la recompensa dada a sus elegidos. El Señor estaba complacido de hacerlo saber por tu piedad a través de mí, miserable e indigno como soy, y esa es la razón por la que nos encontramos juntos en el paraíso. »

El sacerdote le preguntó: «¿Padre, qué me diste en el paraíso cuando hablé contigo?»

«Te di las tres manzanas fragantes que tienes sobre la cama de tu celda,» respondió Eufrosinos. «Pero perdóname, Padre, pues soy un gusano y no un hombre.»

Cuando finalizaron los Maitines, el sacerdote convocó a los hermanos y les mostró las tres manzanas del paraíso, y les dijo exactamente lo que había ocurrido. Todo olía a la inefable fragancia emitida por esas manzanas y percibía su dulzura espiritual. Todos quedaron maravillados de lo que les contó el sacerdote. Se apresuraron a la cocina a reverenciar el siervo de Dios, pero no pudieron encontrarlo. Cuando Eufrosinos salió de la iglesia, se escondió de la gloria de los hombres, y nadie más supo dónde se fue. No tiene sentido indagar sobre su paradero, pues si tenía acceso al paraíso, ¿donde podría haber ido para no tener que ocultarse?

Los hermanos dividieron las manzanas entre sí y distribuyeron trocitos como bendición para muchos de los que se acercaban, especialmente a aquellos que andaban en busca de sanación. Todos aquellos que comieron de estas manzanas quedaron sanados de sus enfermedades, y por lo tanto, todos recibieron un gran beneficio del Santo y venerable Eufrosinos. El relato de la visión fue escrito no sólo en pergaminos, sino también en los corazones de aquellos a los que se les contó, y todos los que lo escucharon se esforzaron por aumentar sus labores y por agradar a Dios.

Por las oraciones del venerable Eufrosinos, que el Señor nos considere también dignos de morar en el paraíso. Amén.

Traducido por hipodiácono Miguel P.



Categorías:Vidas de Santos

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