Extractos de la vida del geronta Gervasios
(Paraskevopoulos) de Patras (+1964)
Por el hierodiácono Cirilo (Kostopoulos)
- El párroco celoso
El metropolita Antonio de Patras asignó al padre Gervasios como párroco de la iglesia de Santa Parasqueva y posteriormente de la Iglesia de San Demetrio. Ahora, como párroco, el padre Gervasios “estaba situado bajo la luz, para que pudiera iluminar a toda la casa”. Conocía a todos sus parroquianos personalmente. Dispuso su celo principalmente con los jóvenes. Catecismo, sermones, confesiones, Divina liturgia cuatro veces por semana… el celoso párroco lo hacía todo. Se le podía escuchar decir: “Con ardor, fui celoso por el Señor Todopoderoso”, así como pone la escritura del Apocalipsis: “No eres ni frío ni hirviente. ¡Ojalá fueras frío o hirviente! Así, porque eres tibio, y ni hirviente ni frío, voy a vomitarte de mi boca” (Apocalipsis 3:15-16). A menudo repetía: “Hijos míos, el Señor quiere, no sólo obreros de palabra, sino también que todos los cristianos sean celosos y no tibios” (“Gervasios Paraskevopoulos”. Ourania Liapikou, Atenas, 1971, p. 19-20). En los meses de verano, cuando casi todo el mundo descansaba, el padre Gervasios continuaba su labor pastoral.
Cuando le pedían que se detuviera al menos durante los meses de verano, para descansar un poco y regresar con nuevas fuerzas a su trabajo, él respondía con las palabras del Señor: “Mi padre continúa obrando… (Juan 5:17)”, y seguía diciendo: “pero ¿se da por vencido el maligno? Si al menos pudiera encerrarlo en una jarra durante los meses de verano, entonces podríamos también descansar. Es precisamente en verano cuando obra y se mueve incluso más sin dar tregua ni un momento. ¿No veis lo que está pasando, y cómo nos ha desnudado con la excusa de que estamos acalorados? ¿No veis lo que está pasando en las calles, en las playas? Por eso, no tenemos tiempo que perder; estamos obligados a trabajar aquí mismo, en nuestra propia área, sin desviarnos, para salvaguardar a las ovejas del lobo” (“Gervasios Paraskevopoulos”, Ourania Liapikou, Atenas, 1971, p. 21).
En su tremendo afán por cualquier cosa que tuviera que ver con la belleza de la iglesia y su apariencia en general, el geronta Gervasios iba hacia delante con algunos cambios, o “innovaciones” a pesar de la opinión de muchos, que reaccionaban contra ellas. Abolió el paso de las bandejas y transfirió la venta de velas al nártex, para que la gente no pudiera intercambiar dinero durante la Divina Liturgia, pues todos conocemos también este terrible mal de hoy en día. Además, abrió las puertas laterales de la iglesia, para que los cristianos pobres pudieran asistir también. Tales personas solían dudar en venir y rezar con los otros cristianos porque llevaban ropa impresentable o no tenían dinero para las velas. Esta acción del geronta irritaba muchísimo a los miembros de la junta de su iglesia y de otras iglesias y presentaron varias quejas a la metropolía. El ardiente párroco les dio la misma respuesta que el Señor dio a sus críticos, los hipócritas escribas y fariseos: “Mi casa será llamada casa de oración, mas vosotros la hacéis ‘cueva de ladrones’” (Mateo 21:13). Prohibió el pago del sacramento de la confesión (en aquel tiempo se pagaba a los padres espirituales) pues la gracia es concedida libremente, como solía decir… También abolió las bodas de 1ª, 2ª y 3ª categoría (“Gervasios Paraskevopoulos”. Ourania Liapikou, Atenas, 1971, p. 31-32).
¿Qué podemos decir sobre su excesivo amor por los servicios de la iglesia? Por excelencia, era la clase de párroco que amaba los servicios (¿puede haber otra clase diferente?). Uno de sus hijos espirituales dice: “A menudo lo escuchaba, a penas audible, susurrando y repitiendo ‘Señor, ten piedad’, de tal forma que es difícil para mí expresarlo por escrito. Este ‘concédelo Señor’, que el padre pronunciaba, es único en su expresión, y permanecerá imborrablemente escrito en mi alma” (“Gervasios Paraskevopoulos”, Ourania Liapikou, Atenas, 1971, p. 33).
El geronta amaba profundamente las Horas y las Vísperas. Decía las oraciones de Vísperas tan compungidamente y tan despacio que nadie podía permanecer en la tierra cuando se asistía con él. A menudo se le veía llorar durante las Vísperas.
Cumplía sus deberes parroquiales al completo, como un pastor excelente, pero no abandonaba su ascesis personal. Esto se ilustra muy claramente por el siguiente incidente descrito por Ourania Liapikou, uno de sus hijos espirituales que lo querían mucho. “Cuando su hermana Elena vivía, tan simple y virtuosa como era, solía dormir por propia voluntad en su casa, cerca de la iglesia del Profeta Elías, y además vivía sola. En su casa, en la parte de abajo, había una especie de habitación y cualquiera que venía se podía quedar allí. El suelo era muy delgado, y en aquel tiempo, puesto que me gustaba observar su vida, lo escuchaba frecuentemente en la quietud de la noche (muy débilmente, por supuesto) rezar sus oraciones nocturnas, normalmente el salterio. Encendía velas e incienso y rezaba, mientras continuaba escribiendo homilías y sermones para la prensa hasta las primeras horas de la mañana, cuando se preparaba para ir a la iglesia.
Recomendaba la oración por la noche, pues es más compungida, siguiendo el ejemplo del profeta y rey David, con el “amomos” (Salmo 118), los maitines y los seis salmos. Solía estudiar las Santas Escrituras con gran devoción. Se deleitaba particularmente en el Salterio, la “Voz de la Iglesia”, como solía llamarlo (“Gervasios Paraskevopoulos”, Ourania Liapikou, Atenas, 1971, p- 34-35).
Debe tenerse en cuenta que cuando iba a celebrar la Liturgia, no se acostaba la noche anterior, sino que pasaba toda la noche sentado en una silla. En consecuencia, celebraba la Divina Liturgia al día siguiente, reducido a una sombra. Era imposible para alguien observar una Divina Liturgia celebrada por el santo geronta, junto con su feroz sermón, y no llegar a elevarse a las esferas celestiales. Permitidme en este punto decir que si hoy el mundo se distancia en gran manera de la Iglesia y no le gusta asistir a sus servicios o sus sermones, es debido principalmente a los párrocos, que descienden del altar al púlpito sin ninguna preparación espiritual.
Sin embargo, el geronta Gervasios, ardía con el divino amor. Consciente de su pecado y del temible servicio que el Pastor Celestial le había confiado, solía decir llorando: “Dios me sacó del aprisco y me hizo un rey…¿qué más puedo pedir?”. Muy evidentemente sentía el “pleroma” (plenitud) del gozo y la alegría, según el metropolita Hierotheos de Hydra, que ejercía el “reinado” de su sacerdocio. No había vacío o alguna otra nostalgia. Se asemejaba al que sostiene un cetro cuando estaba ante la escalera del altar, o descendía a la “cárcel” de los que confesaban con él, o ascendía al “bema homilistas” (púlpito). Las flores del paraíso florecían a su alrededor cuando, a causa de su edad, ya no podía andar. Ejerció con asombrosa juventud y gracia su amada labor del catecismo, especialmente con los niños. “Veo a los ángeles del cielo a mi alrededor”, solía decir, “y escucho su canto… este trabajo es de Cristo, que existe desde siempre y en la misma forma”. (Artículo del metropolita de Hydra, Hierotheos, Religious and Ethical Encyclopedia, vol. 10, columna 52).
Pero el buen pastor no olvidaba a los pobres y necesitados. Era caritativo día y noche. ¡Cuántas veces era visto, cuando surgía la densa niebla, andar por los barrios pobres para practicar la virtud de la caridad!.
En la persona del geronta Gervasios hemos discernido el espíritu de los sagrados Crisóstomo, Basilio el Grande, Juan el Misericordioso y muchos otros pastores de nuestra santa Iglesia, siendo revividos. Trajo a nuestras mentes todas las virtudes de los primeros padres de la Iglesia.
- “El predicador de la gracia”
“La predicación divina, según los antiguos y nuevos maestros, es el alma y el espíritu de todo servicio sagrado, y especialmente de la Divina Liturgia. Sin ella, la obra más santa de todas, la ejecución de la adoración divina, está en peligro de convertirse en un ritual seco, un culto ritual, porque mucha gente no está familiarizada con el simbolismo, por no mencionar el sentido de las palabras y expresiones de las oraciones e himnos” (Archimandrita Gervasios Paraskevopoulos, Interpretative Overview of the Divine Liturgy, Patras, 1958, p. 129). Así lo creía el geronta Gervasios y así predicaba en la ciudad de Patras.
Para entender qué gran significado le atribuía el geronta Gervasios al servicio de la Divina palabra (homilías, sermones), es suficiente para nosotros con mencionar el típico programa dominical.
Para empezar, había un sermón en la Divina Liturgia nocturna que celebraba en la iglesia de San Demetrio, en Patras. Después, predicaba nuevamente un sermón que servía como ejemplo de catecismo para catequistas varones y mujeres, en tercer lugar un sermón vespertino en San Demetrio y finalmente un cuarto sermón vespertino en la Catedral de Evangelistria. Cuando finalmente fue relevado de sus obligaciones parroquiales, daba sermones diariamente. No le asustaba trabajar. El santo geronta estaba siempre pensando en formas para obtener tantas ovejas como fuera posible de la boca de la serpiente noética. Ni su avanzada edad ni las varias enfermedades que le habían plagado durante tiempo atrás pudieron moderar el celo del geronta Gervasios.
Especialmente durante los últimos años de su vida, cuando no se podía levantar de su cama, predicaba a las multitudes que se agolpaban alrededor cogiendo un micrófono en su mano y predicaba desde su cama en una habitación especial fuera de su celda que fue dispuesta para este propósito. De esta forma, el buen pastor pudo mantener contacto con su rebaño hasta el último momento de su vida. También pude comprobar esto cuando esperaba ver al geronta salir de su celda para predicar, y en vez de a él, escuché su voz saliendo del micrófono desde su habitación. Naturalmente esto aumentaba la rabia de sus enemigos que pensaban de forma diferente, y empezaron a acusarlo a causa de su continua predicación. “Ay de mí, si no predicare el Evangelio” (1ª Corintios 9:16), respondía, con las palabras del apóstol Pablo.
¡Qué celo poseía el geronta Gervasios! El metropolita Hierotheos de Hydra escribe: “Su predicación era la de la Escritura (pues tenía un profundo conocimiento de las Santas Escrituras y especialmente del Antiguo Testamento), y a la vez patrística, llena de edificación, pero también de censura, llena de consuelo pero también de advertencia. Hay escenas que se podían encontrar sólo en la Iglesia antigua. Los que escuchaban sus sermones lo interrumpían y en medio de sollozos confesaban sus graves pecados “en público”. Su gran aportación es que no fue simplemente un carismático predicador desde el púlpito sino que era el que iniciaba la palabra. En esencia, su púlpito había sido establecido, como en algunas iglesias antiguas de Oriente, sobre la Santa Mesa, y era de allí de donde recibía el Cuerpo y la Sangre de su Evangelio”.
El padre Gervasios había estudiado a fondo el pasaje de Hechos: “Ellos preservaban en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42). Escribía: “Percibía que la Divina predicación era insuficiente sin el Sacramento de la Divina Eucaristía” (Interpretative Overview of the Divine Liturgy, p. 7). Por lo tanto, cuando quería predicar, previamente celebraba la Divina Liturgia. “Sólo la armoniosa combinación de la Divina predicación y los Divinos Sacramentos nos proveen la obra completa, el Misterio de la Divina Encarnación de nuestro Salvador” (Interpretative Overview of the Divine Liturgy, p. 131).
De todo esto se puede llegar fácilmente a la conclusión de que muchos predicadores fracasan miserablemente porque su Divina predicación no tiene lugar junto con el sagrado Misterio de la Divina Eucaristía. Como sabemos, esto es literalmente protestante e inapropiado para los ortodoxos.
“Por esta razón, cuando el padre Gervasios hablaba, parecía como si estuviera celebrando la Liturgia”, escribe el metropolita Hierotheos de Hydra. “Si se tuviera que preguntar qué era principalmente, celebrante u homilista, su ejemplo daría la respuesta, que interpreta de forma reveladora esa frase sacramental del apóstol Pablo a los romanos: “De ser ministro de Cristo Jesús entre los gentiles, ejerciendo el ministerio del Evangelio de Dios, para que la oblación de los gentiles sea acepta, siendo santificada por el Espíritu Santo” (Romanos 15:16). Fue un celebrante del Evangelio. No podríais aislarlo. La imagen del homilista con su pecadora mano derecha alzada está inseparablemente asociada con la imagen del celebrante revestido de blanco (con un simple felonio), con el apenas audible incensario ligeramente alzado, con su alta figura y su voz profunda, que infundía en las almas el temor de los poderes celestiales que están ante el trono del Todopoderoso. Os volveríais contritos si observarais al padre Gervasios celebrando”, pero también cuando predicaba.
Recuerdo con admiración, cuando iba a la capilla de Santa Tabita en invierno o a la sala en verano para escuchar al geronta Gervasios predicar, que mi corazón latía con sagrada admiración y júbilo. Esto sucedía porque sabía con antelación que al regresar algo cambiaría en mi mundo interior. Atribuyo esto (no yo, sino cualquiera que observara los fieros sermones del geronta), por un lado, al ejemplo resplandeciente de su santa vida, y por otro lado al contenido de su homilía. Ningún sermón era inferior al anterior. Todos llevaban el sello de la Santa Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, de los santos padres y de los santos cánones de nuestra santa Iglesia. Así, cualquiera que siguiera la predicación del santo geronta entraba en la tradición patrística de la Iglesia Ortodoxa. Verdaderamente, el padre Gervasios era el predicador de la divina Gracia.
- El fundador de las escuelas de catequesis
La juventud tuvo el primer lugar en el corazón de padre Gervasios. Amaba a los jóvenes enormemente. Fue inimaginablemente feliz de que también era el pastor de los jóvenes. Por esta razón emprendió una cruzada espiritual para salvaguardar a los hijos que vagaban por el desierto de la ignorancia y la negligencia.
Para empezar, fundó por primera vez escuelas de catequesis en Patras en las parroquias en las que desempeñó la función de sacerdote. Aunque en el resto de Grecia tampoco habían. En consecuencia, fue el primero en encontrarles (a los jóvenes) en el año 1923 y el primero en desarrollar la idea de guarderías eclesiásticas. Sus estudiantes se contaban por miles.
El profesor Panagiotis Trembelas escribe: “Le recuerdo en San Demetrio, donde funcionaba la escuela de catequesis, rodeado de una multitud de niños… ¡con qué paciencia, con qué cercanía, con cuánto amor y calma permanecía allí! Que su alma sea bendecida”.
De hecho, se podría ver al austero e inflexible trabajador del Evangelio cambiar completamente su expresión ante los jóvenes. Cuando entraba en la iglesia o en la sala para dar la catequesis, se ponía al día con todas las idiosincrasias de los jóvenes con alegría y con una disposición siempre joven hasta el final. En medio de los niños, era como un niño. “Vosotros, chicos mayores, tened cuidado, pues crearéis la sociedad”. “Vosotras, chicas adultas, tened cuidado, pues el futuro de la sociedad depende de vosotras”, decía a los jóvenes estudiantes. “No hay nada más dulce y agradable que apacentar las ovejas de Cristo”, escribía (Juan 21:15). Tenía separados a sus estudiantes en dos grupos con capitanes encargados de grupos de diez y de cinco, según Deuteronomio 1:15. Prestaba mucha atención en las chicas porque creía que la renovación de la sociedad y el futuro de la nación dependía del corazón de la familia, la madre. Solía decir: “Dadme madres y si todo lo demás es abolido, pero el lazo de la familia se mantiene incólume, no temáis… la mujer puede llegar a ser vital para la civilización, y no será perdonada si dilapida su precioso tesoro, las disposiciones con las que está dotada, y su precioso e incalculable tiempo en asuntos indignos o vanas ocupaciones”. El padre Gervasios quería que la mujer, y sobre todo la hija, fuera modesta, prudente y sensible, y que inspirara respeto en vez de sonrisas irónicas; así como su vestido le era necesario, así también su modo de andar, su conversación y su risa revelan y constituyen su carácter. Eso es lo que él consideraba de mayor peso, a la edificación de las madres, y era evidente por el hecho de que cada lunes constituía una lección especial para ellas. En estas lecciones, según una hija espiritual suyo, desplegaba las enseñanzas de los santos apóstoles, del Antiguo Testamento, del Eclesiastés, del Salterio, del Eclesiástico, los Proverbios, los padres, el Evergetinos (añadir nota) y los santos ascetas. El contenido de sus lecciones catequísticas era tal que el estudiante siempre podía sostener la enseñanza tanto con la Escritura como con la patrística. Esto es, se empezaba con el Nuevo Testamento, continuaba con el Antiguo Testamento y con los padres de la Iglesia, y terminaba con el Pidalion. Este sistema de catecismo se continuó también en mi tiempo, pero incluso hoy funciona de la misma forma. Una estudiante, que era bastante mayor y había completado sólo el segundo grado de la escuela elemental, desarrolló la doctrina de la Santa Trinidad de una forma tan clara y comprensible que fue asombroso.
Es imposible para un estudiante haber salido y estar saliendo de las escuelas de catequesis del geronta Gervasios hoy en día y no conmoverse por los nombres “padres” o “santo Pidalion”. La catequesis del padre Gervasios terminaba en lágrimas cuando hablaban sobre nuestra Santa Tradición. Aquí hay otra llamativa característica: nunca se escuchaban bajo ninguna circunstancia músicas extranjeras que no pertenecieran a la himnografía de nuestra Iglesia. A los niños de la catequesis se les introducía en liturgia, dogmática y al mismo tiempo en la música bizantina. Admito que el hecho de que yo recuerde muchos de los himnos de la Iglesia se debió a mi asistencia en la escuela de catequesis. Para el padre Gervasios, las canciones de naturaleza protestante y música europea eran completamente extranjeras. El influjo de tales canciones y música en las escuelas de catequesis y en los grupos, es la razón más probable de porqué nuestra Iglesia sufre una carencia de cantores con un estilo y una actitud eclesiástica.
Las actividades del padre Gervasios para los jóvenes que sufrían terriblemente no se detenían ahí. Además de continuar la escuela de catequesis durante los meses de verano, creó campamentos de verano. En 1946 creó el primero de ellos en el área del Profeta Elías, que es ahora un monasterio de mujeres. Posteriormente construyó edificios permanentes especialmente para este propósito en Sichaina, cerca de Patras, a los que transfirió los campamentos de verano. A partir de entonces permanecieron en este lugar.
Así como en las escuelas de catequesis, también aquí el principio y el fin de toda la actividad pastoral del geronta era la vida sacramental. El centro de toda la vida del campamento de verano era la iglesia. Dentro de la capilla de Santa Parasqueva celebraba la Divina Liturgia dos o tres veces por semana. Los campistas a menudo iban a confesar. Creía que esto era la única manera de reformar nuestra juventud, que en muchos sentidos se había extraviado. En esta capilla, a menudo tenían lugar ciertos eventos que recordaban a los tiempos de los primeros cristianos. Por la tarde, cuando el pastor y el rebaño se reunían en la iglesia para un informe de las actividades del día, tenía lugar una confesión “pública” por parte de los campistas. Se podía admirar al buen pastor y a sus ovejas de buen corazón.
Mediante todos estos medios (escuelas de catequesis, escuelas infantiles de catequesis y campamentos de verano) el padre Gervasio buscaba una cosa: ofrecer tantos santos como fuera posible a la Iglesia de Cristo (pp. 36-53).
También enseñaba este espíritu a sus hijos espirituales. Era conmovedor ver a los jóvenes de 12 y 14 años diciendo en sus conversaciones con otros: “Los padres no dicen esto”, o “Así dice la Tradición de nuestra Iglesia”. Todo lo que se lleva a cabo en la Iglesia, los vasos sagrados, las sagradas vestiduras, la vestidura exterior del clero, la iconografía, la música eclesiástica, los oficios… “todo”, solía decir, “debe estar en armonía con la sagrada Tradición de nuestra santa Iglesia”. Arremetía fervientemente contra las innovaciones papistas. Decía: “La recepción de los engaños y mentiras tras el cisma y particularmente la infalibilidad del papa que continuamente, sin vacilación y sin reservas, produce todo tipo de dogmas y engaños, sirve para su objetivo y ventaja, pues el “depósito” de los dogmas, como sus subordinados los consideran, es una negación, una traición a la Ortodoxia, esto es, a los dogmas correctos, como la enseñanza del Señor, los Santos Apóstoles y los Padres Apostólicos y maestros legaron en la tradición y en los Concilios Ecuménicos inalterados”. Y continúa: “Se necesita un gran cuidado y sensibilidad, tanto en asuntos de fe y de dogmas, como en la sagrada Tradición, la apariencia y la forma de las cosas que la Iglesia nos ha ido legando”. ¿Cuántos de aquellos padres que mantuvieron y legaron la Ortodoxia inalterada, fueron torturados, mutilados, y sufrieron, y particularmente a manos de los mismos papas, como sucedió en el pseudo-sínodo de Florencia? ¿Cuántos vertieron su sangre para regar el árbol celestial plantado por Dios de nuestra Ortodoxia, persistiendo en los decretos mandados por Dios, negando la sumisión y la traición de la Ortodoxia de nuestra impecable Iglesia?”.
Junto con el celo que tenía el padre, también había un entendimiento en todos los asuntos. Es característica la respuesta del geronta cuando sus hijos espirituales le preguntaban qué posición debían tomar frente al cambio del calendario. “Lo que se hizo no es correcto, porque nadie tiene derecho a cambiar y alterar nada, excepto tras la convocatoria de un concilio general, como los Concilios Ecuménicos, porque todo lo que decretaron los padres en los Concilios mediante el descenso del Consolador desde lo alto, y que tantos siglos se ha respetado, y que sellaron con su propia sangre y nos lo legaron así, es para los ortodoxos lo único pauta a seguir. Sin embargo, tened cuidado de que no procedan a otras innovaciones arbitrariamente, porque como yo lo veo, esto es el primer paso hacia el papismo. Por el momento, obedeceremos a estos innovadores, permaneciendo alerta para los siguientes cambios. Estamos siendo atacados por todos lados. Que el Señor preserve a su rebaño, que Dios los ilumine”.
El geronta Gervasios no era intolerante, ni era un clérigo imprudente. Por el contrario, amaba a todo el mundo. Cuando te acercabas a él y conversabas con él sobre temas de fe, veías entonces al sabio pastor que también estaba inflamado por el divino celo por nuestra dulce Ortodoxia. Cuando hablaba sobre la Ortodoxia, se enardecía completamente. No puedo exponerte con el bolígrafo ni siquiera tenuemente su ardiente amor por la Tradición y los Santos Cánones de nuestra santa Iglesia. El santo geronta escribía característicamente: “Pero para nosotros, la Ortodoxia no es otra cosa que Dios y los santos cánones. Ignorarlos es la causa principal de la caída de todo el pleroma ortodoxo junto con muchos pastores de la Iglesia, no pocos de los cuales, aun cuando no son desconocedores del texto de los mismos, no viven según el espíritu de los Santos Cánones”. Muchos de los teólogos modernistas sostienen que los santos cánones son invenciones tardías que no se relacionan con la enseñanza del Señor, o los consideran como manuscritos arcaicos. Sin embargo, el geronta Gervasios se entristecía al ver la indiferencia, la frialdad y también la desvergüenza de estos teólogos o clérigos. Escribe con pena en el alma: “Es triste que en lo que hoy es el campo desnudo y sin cultivar de los Sagrados Cánones, se aliente un espíritu de frialdad e indiferencia. Los Cánones son honrados por la mayoría como los fundamentos de la Ortodoxia, pero de hecho rara vez se aplican. La fría indiferencia desdeña la voz que se atreve a defender al angélico guardián de la Ortodoxia. Los cánones están considerados como manuscritos arcaicos. En general, son un cadáver poderoso y se le confieren grandes honores, como a un general retirado que una vez llevó a sus ejércitos de la Iglesia al triunfo”. El sonido de este pequeño simandrón no era suficiente para el geronta Gervasios. Anhelaba, si era posible, “que suenen las campanas de toda la Ortodoxia haciendo sonar la alarma, para que este destructivo engaño cese”. Sin embargo su débil fuerza, como él mismo solía decir, no se lo permitía. Las diferentes voces que se escuchaban a veces contra el “ángel guardián de la Ortodoxia”, como solía llamar a los Santos Cánones, lo llevaban a pensar en “el signo de los tiempos”. Atribuía todo fracaso de la administración eclesiástica sobre problemas de cualquier índole a no guardar los Santos Cánones de la Iglesia Ortodoxa. Escribía característicamente: “¿Cómo es que estamos trabajando en el tejado cuando los cimientos están siendo sacudidos? ¿Cómo esperamos la bendición de Dios por un trabajo que ignora las leyes básicas de los grandes asuntos espirituales? “Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura” (Mateo 6:33). Las primeras cosas son las que los Concilios Ecuménicos y los padres decretaron y nos legaron”. Y el santo padre añadía: “Los pioneros de esta empresa son los pastores, principalmente los obispos y su clero. Los obispos son los guardianes del sagrado depósito de los cánones. Como otros leones y águilas (las águilas y los leones adornan el trono del obispo), defienden y atacan, inspiran y elevan a sus fieles, luchando por guardar y aplicar los cánones. ¡Ay de esta generación de cristianos, cuyos obispos descuidaron o cesaron de luchar en esta batalla por encima de todo!”. El eterno lema del santo padre era: “De vuelta a los Cánones y a los Padres”. Por supuesto, se le consideraba un clérigo anticuado, un hombre de extremos, más estricto de lo necesario, etc. Sin embargo, no cedía en lo más mínimo, pues era un pastor en todos los sentidos, ortodoxo y patrístico. ¿No son los genuinos pastores de hoy los que buscan la fiel observancia de las santas Tradiciones y de los Santos Cánones de nuestra santa Iglesia iluminados con la misma luz?
Sin embargo, la exhortación del santo padre: “De vuelta a los cánones y a los padres”, es el único camino a seguir por los nuevos clérigos y teólogos, para que no tengamos que lamentarnos por ser testigos de estados indeseables y desgracias. Sin embargo, para esta santa lucha, se necesitan guerreros con una fe profunda y un heroísmo cristiano, como el santo padre también solía decir. Quiera Dios que aparezcan estos luchadores. Y sin embargo, no desesperemos, pues existen tales luchadores y luchan (pp. 70-77).
De Geronta Gervasios Paraskevopoulos of Patras: His life and pastoral work (Tesalónica: Ortodoxos Kypseli Publications), traducción al ingles del padre Nicolás Palis. Ed. Patrick Barker.
Traductores: psaltir Nektario B.
hipodiácono Miguel P.










































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