Los santos mártires Aniceto y Focio
Una vez, el emperador Diocleciano visitó la ciudad de Nicomedia con la maligna intención de exterminar completamente a los cristianos. Pero cuando comenzó su tortura sin piedad, San Aniceto, uno de los oficiales de más alto rango de la ciudad, confesó audazmente ante el emperador su fe en Cristo el Señor, Dios encarnado en la carne para nuestra salvación. Junto con esto, Aniceto también denunció a los ídolos como piedras sordas y mudas y su adoración como indigna de un hombre racional. El emperador ordenó que se le cortara la lengua, pero Aniceto, por el poder de Dios, continuó hablando. Entonces lo echaron contra un león, pero el león se abrazó a él. En aquel momento, el templo de Hércules se derrumbó. Focio, un familiar de Aniceto, viendo estos milagros y sufrimientos de Aniceto, lo besó, se declaró a sí mismo como cristiano y clamó al emperador: “¡Oh idólatra, avergüénzate, pues tus dioses no son nada!”. El emperador ordenó que Aniceto fuera inmediatamente decapitado. Sin embargo, el verdugo, alzando sus manos contra San Focio, se atravesó con su propia espada y murió. Tras prolongadas torturas, tanto Aniceto como Focio fueron encarcelados, y allí padecieron durante tres años. Entonces los sacaron de allí, se encendió un fuego enorme en un horno y fueron lanzados dentro. Muchos otros cristianos, hombres, mujeres y niños, los siguieron de buena gana al fuego. Desde allí se escuchaba la oración de los cristianos, que alababan a Dios por la muerte en el martirio. Todos sufrieron en el año 305. “San Aniceto y San Focio son invocados en las oraciones del Sacramento de la Unción, y en la bendición de las aguas”.
(El Sacramento de la Santa Unción, con óleo santo)
Oh Padre santo, Médico de las almas y de los cuerpos, que enviaste a Tu Hijo Unigénito, nuestro Señor Jesucristo, para que nos sanara de toda enfermedad y nos librara de la muerte. Sana a tu siervo (Nombre) de las enfermedades del cuerpo y del alma que lo (la) entorpecen y restáuralo(la) por la gracia de Tu Cristo: por las oraciones de nuestra Santísima Señora, la Theotokos y siempre Virgen María, por las intercesiones de los honorables poderes incorporales del cielo, por el poder de la preciosa y vivificante Cruz, por la protección del honorable y glorioso profeta y precursor, Juan el Bautista, por los gloriosos y alabadísimos apóstoles, por los santos, gloriosos y victoriosos mártires, por nuestros venerables padres portadores de Dios, por los santos médicos anárgicos, Cosme y Damián, Ciro y Juan, Pantaleimon y Hermolao, Sansón y Diomedes, Focio y Aniceto, por los santos ancestros de Dios, Joaquín y Ana, y todos los santos.
Pues tú eres la Fuente de la salud, oh Dios nuestro, y a ti te rendimos gloria, junto con Tu Hijo Unigénito y Tu Espíritu Santo, uno en esencia, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
El sacerdote y mártir Alejandro, obispo de Comana
Como simple carbonero, Alejandro vivió en la ciudad de Comana, cerca de Neo Cesarea. Cuando el obispo de Comana murió, San Gregorio el taumaturgo y obispo de Neo Cesarea (17 de noviembre), fue llamado a presidir un sínodo para elegir un nuevo obispo. Tanto el clero como los laicos por igual estaban presentes en el sínodo. Sin embargo, los electores eran incapaces de ponerse de acuerdo sobre una persona. Mientras se evaluaba a un candidato, primeramente atendían a los puntos externos: su dignidad externa y su comportamiento. Entonces San Gregorio dijo que no necesitaban mirar tanto las características externas como el espíritu y la capacidad espiritual. Así, algunos bromistas gritaban con burla: “entonces debemos elegir a Alejandro el carbonero como nuestro obispo”. Entonces se produjo la risa general. San Gregorio preguntó: “¿Quién es ese Alejandro?”. Y pensando que su nombre no fue mencionado en el sínodo sin la Providencia de Dios, Gregorio ordenó que Alejandro fuera llevado ante el sínodo. Como carbonero, estaba completamente sucio y harapiento. Su apariencia evocó nuevamente la risa en el sínodo. Entonces Gregorio llevó a Alejandro a un lado y le hizo prestar juramento para que dijera la verdad sobre sí mismo. Alejandro dijo que era un filósofo griego y que disfrutó de gran honor y posición, pero que lo rechazó todo, se humilló e hizo de sí mismo un “loco por Cristo” cuando leyó y entendió la Santa Escritura. Gregorio ordenó que Alejandro fuera bañado y vestido con un nuevo traje, y con él, entró en el sínodo y ante todos empezó a examinar a Alejandro sobre la Sagrada Escritura. Todos estaban asombrados por la sabiduría de Alejandro y por las palabras de gracia que salían de su boca, y difícilmente podían reconocer en este hombre sabio al anterior carbonero tranquilo. Alejandro fue elegido obispo unánimemente. Por su santidad, sabiduría y bondad, obtuvo el amor de su rebaño. Alejandro murió martirizado por Cristo durante el reinado de Diocleciano.
Himno de Alabanza
San Alejandro, obispo de Comana
Los hombres miran las ropas y el rostro,
Pero Dios mira el alma y el corazón.
El glorioso Alejandro era un carbonero,
Y con el carbón, el cuerpo se ennegrece,
Y el hollín, con agua se limpia.
En el pecador, el corazón está oscurecido,
Y sólo con el fuego de la fe puede limpiarse
El fuego de la fe y el clamor del arrepentimiento.
Es más fácil limpiar la piel del carbonero
Que el negro corazón de un pecador.
Alejandro, cubierto con humildad,
En una cueva se ocultaba, como una llama escondida
Y para el mundo culpable era risa.
El mundo no lo vio: Gregorio vio,
Con un espíritu agudo, y discernió al carbonero.
Y en él encontró a un santo,
En la cueva oscura, una hermosa llama,
Entre la máscara de la locura, una gran sabiduría,
Entre en sucio hollín, un corazón puro,
Un alma real revestida de harapos.
Que la luz se oculte, el Señor no lo permite,
Y en el tiempo apropiado, la luz se proclama
Para beneficio y salvación de los hombres.
Todo lo que Dios juzga es maravilloso.
Reflexión
Aprended a respetar y a amar a las personas sencillas y humildes. Así como estos son los que más abundan en la tierra, así mismo son los que más abundan en el reino del cielo. En ellos, no hay orgullo, es decir, la maldad por la que sufren las almas de los ricos y poderosos de este mundo. Llevan a cabo perfectamente su deber en este mundo y sin embargo les parece divertido cuando alguien los alaba por esto, mientras que los hombres egoístas de este mundo buscan la alabanza por todas sus obras y a menudo, están imperfectamente realizadas. San Alejandro fue un eminente filósofo y lo abandonó todo, se escondió de la sociedad exaltada, la alabanza del mundo y se mezcló con los hombres más humildes y sencillos, como un carbonero entre carboneros. En lugar de las antiguas alabanzas y honores, suportó con regocijo que los niños corrieran detrás de él y se rieran a causa de su negrura y sus harapos. Sin embargo, Alejandro no era el único que vivió de la misma forma con los humildes y sencillos. Muchos reyes y príncipes, aprendiendo la dulzura de la fe de Cristo, quitaron las coronas de sus cabezas y huyeron de la vanidad aristocrática para estar entre la gente sencilla. ¿No apareció el Rey de reyes, el Señor Jesucristo entre pastores y pescadores? San Zenón aconseja: “No elijáis un lugar glorioso para vivir y no os asociéis con un hombre de nombre prominente”.
Contemplación
Contemplemos la maravillosa Providencia de Dios en la elección de Saúl como Rey (1º Samuel // 1º Reyes 9):
1. Cómo salió Saúl a buscar los asnos perdidos;
2. Cómo Samuel, a quien Dios reveló que Saúl sería aceptado como rey de Israel, lo conoció;
3. Cómo la Providencia de Dios dirige a los hombres y algunas veces les concede o que ellos no se imaginan.
Homilía
Sobre la asombrosa visión del profeta Isaías
“Vi al Señor sentado en un trono alto y excelso” (Isaías 6:1).
¡Aquí está la visión de las visiones! ¡Aquí está la gloria de las glorias y la majestad por encima de las majestades! Dios mostró una gran misericordia con toda la humanidad cuando le permitió ver este gran mundo estrellado, la obra de sus manos. Incluso, mostró una gran misericordia con aquellos a los que les concedió ver el eterno y maravilloso mundo angélico. Sin embargo, mostró su gran misericordia a un número reducido, a quienes Él permitió que lo vieran, les mostró al Señor de los ejércitos, el Único Increado y creador de ambos mundos. Pero, ¿cómo puede un hombre mortal ver al Dios inmortal? ¿No dijo Dios a Moisés: “Porque no puede verme el hombre y vivir” (Éxodo 33:20)?. Y, ¿no dice el Evangelio: “Nadie ha visto jamás a Dios” (Juan 1:18)?. Verdaderamente, ningún mortal puede ver el rostro de Dios, es decir, la esencia de Dios. Pero, por su condescendencia e infinita bondad y poder, Dios puede revelar a los hombres, hasta cierto punto, y en alguna forma, cuán accesible es a los hombres. En una forma y apariencia particular, se apareció a Moisés, Elías, Daniel y a Juan el Teólogo, no en su esencia, sino en una forma y apariencia particular. Isaías lo vio en un trono “alto y excelso”, es decir, como Juez elevado por encima de todos los jueces y tribunales terrenales. El serafín de seis alas que estaba ante él, clamaba junto con los demás: “Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos” (Isaías 6:3). Por lo tanto, el Señor, no está sólo sino que Él es el Rey en su reino invisible, rodeado por multitud de seres exaltados, que fueron creados por su poder. Alrededor de él están los órdenes principales de la jerarquía celestial, los principales estrategas de sus innumerables huestes celestiales, los candeleros principales de su luz y de su resplandor incontenible.
Esta es la maravillosa visión de Isaías, el hijo de Amós, el profeta de Dios.
Oh Santo, Santo, Santo, Señor, Tres veces Santo, ten piedad de nosotros y sálvanos, pues somos impuros y pecadores.
Traducido por psaltir Nektario B. (P.A.B)
Categorías:prólogos de Ohrid
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