Prólogos de Ohrid: 7 de agosto / 25 de julio

 

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Santa Ana, madre de la Deípara de Dios

Hoy es la conmemoración de la dormición de Santa Ana, pero su principal fiesta se celebra el 9 de septiembre, en cuya fecha está escrito su servicio y su hagiografía. Ana era de la tribu de Leví y la hija de Matán, el sacerdote. Tras una vida larga y agradable a Dios, murió a una edad avanzada.

Santa Olimpia, la diaconisa

Olimpia nació en Constantinopla, de padres distinguidos. Su padre, Anisio Segundo, era senador, y su madre era la hija del famoso noble Eulogio, que se menciona en la hagiografía de San Nicolás el Taumaturgo. Cuando Olimpia alcanzó la madurez, fue prometida a un noble que murió antes de que el matrimonio tuviera lugar. El emperador y los demás parientes presionaron a Olimpia para que se casara con otro, pero en vano. Sin embargo, ella se negó a esto y se dedicó a llevar una vida agradable a Dios, dando de sus bienes heredados grandes ofrendas a las iglesias y limosna a los necesitados. Sirvió como diaconisa en la Iglesia, al principio, durante el tiempo del Patriarca Nectario y, tras su muerte, durante el tiempo de San Juan Crisóstomo. Cuando San Juan Crisóstomo fue exiliado, aconsejó a Olimpia que permaneciera en la Iglesia y sirviera como antes sin mirar quién fuera el patriarca después de él. Inmediatamente, tras el exilio de este gran santo, alguien inició un gran incendio en la Gran Iglesia (La Iglesia de la Divina Sabiduría, Hagia Sophia), y el fuego consumió muchos edificios importantes de la capital. Los enemigos de Crisóstomo acusaron a esta santa mujer de iniciar este malicioso fuego. Olimpia fue exiliada de Constantinopla a Nicomedia, donde murió en el año 410, solicitando en su testamento que su cuerpo fuera puesto en una caja y tirado al mar, y donde el agua lo condujera, allí debería ser enterrada. El ataúd varó en tierra en la ciudad de Vrochthoi, donde existía allí una iglesia dedicada al Apóstol Tomas. De sus reliquias se han producido milagrosas curaciones durante siglos. El exiliado Crisóstomo escribió maravillosas cartas a la exiliada Olimpia que, incluso hoy, sirven como un gran consuelo para los que sufren a causa de la justicia de Dios. Entre otras cosas, Crisóstomo escribe a Olimpia: “Ahora, estoy jubiloso, no sólo porque fuiste aliviada de tu enfermedad, sino más aún, porque estás soportando noblemente las dificultades a las que te refieres como trivialidades, como es característico de un alma llena de poder y que abunda en los ricos frutos del valor. Pues no sólo estás sufriendo valientemente la desgracia, sino que además no la percibes incluso cuando llega, y ya sea con esfuerzo, con trabajo y sufrimiento, no se lo dices a otros, sino que te regocijas y triunfas sobre ella. Esto sirve como la mayor sabiduría” (Carta VI).

La venerable Eupraxia (Eufrasia), la virgen

Eupraxia era la hija de Antígono, un noble de Constantinopla y pariente del emperador Teodosio el Grande. Su madre, una joven viuda, se estableció con Eupraxia en Egipto, y visitó los monasterios de allí distribuyendo limosnas y orando a Dios. Por su ferviente deseo, la joven Eupraxia de siete años fue tonsurada como monja. Cuanto más crecía más se imponía la pesada carga de la mortificación. Una vez, llegó a ayunar completamente durante cuarenta días. Falleció en el año 413, a la edad de 30 años. Poseía la gran gracia de Dios y sanó las enfermedades más difíciles.

La conmemoración del Quinto Concilio Ecuménico

Este concilio se reunió en Constantinopla durante el reinado del emperador Justiniano el Grande, en el año 553. Todas las herejías monofisitas fueron condenadas en este concilio así como los escritos heréticos de Teodoro de Mopsuestia, Teodoro de Ciro y Orígenes (su enseñanza contra la resurrección de los muertos).

Himno de Alabanza

Santa Eupraxia (Eufrasia)

Eupraxia, la joven virgen,

Por el bien de Cristo se convirtió en eremita,

Y aunque era jactanciosa y de nacimiento real,

Sin embargo su alma fue portadora de Dios.

Todos los honores, como una carga los rechazó,

Y su linaje real y riquezas.

Ante Dios oraba día y noche,

Y se fatigaba por el ayuno y las vigilias nocturnas.

Dios escuchó a su sierva,

La llorosa virgen Eupraxia,

Que vertió muchas lágrimas

Y por sus oraciones enardecidas con lágrimas,

Dios le concedió dones maravillosos,

Y tanto al joven como al anciano ayudó,

A alejar a los malignos demonios,

Y de toda enfermedad, sanó el mal.

Vino ante Dios con un alma pura,

Y encontró un hogar en el cielo,

Construido con fe y obras,

Y comprado con mucha paciencia.

Con Dios mismo, que ilumina este hogar,

Aquí, santa Eupraxia tomó su morada

Para gozar entre el bien eterno

Y reinar con Cristo eternamente.

Reflexión

“Así como la virginidad es mejor que el matrimonio, así el primer matrimonio es mejor que el segundo”. Así escribía San Juan Crisóstomo a la joven viuda de Tarasio, un noble difundo de Constantinopla, aconsejándole no volver al matrimonio por segunda vez. La Iglesia bendice el primer matrimonio con gozo, pero el segundo, lo hace con tristeza. La anciana Eupraxia, la madre de Santa Eupraxia y pariente del emperador Teodosio el Grande, permaneció como una joven viuda tras la muerte de su marido Antígono, con quien vivió teniendo contacto físico durante tan sólo dos años y tres meses, y con quien vivió también un año más como hermano y hermana de mutuo acuerdo. El emperador y la emperatriz le aconsejaron casarse con otro noble. Ella no escuchó este consejo, sino que tomó a su hija Eupraxia y juntas partieron hacia Egipto. ¿Qué podemos decir sobre Santa Olimpia y Santa Eupraxia la joven? Como Santa Macrina, no sólo permaneció también como una virgen sino que cuando su prometido murió, se consideró a sí misma como viuda y ni siquiera pensó considerar en casarse. ¡Qué pureza de corazón! ¡Qué fidelidad al prometido! ¡Qué temor de Dios! ¡Qué ferviente fe en la vida futura, en la que la joven prometida espera ver a su prometido!

Contemplación

Contemplemos cómo el sol y la luna se detuvieron milagrosamente (Josué 10):

1. Cómo Josué, para completar la victoria sobre los gabaonitas, ordenó al sol y a la luna detenerse en sus recorridos;

2. Cómo Dios escuchó la voz del justo hombre y por su poder hizo que el sol y la luna se detuvieran.

3. Cómo Dios creó incluso a la naturaleza para que sirviera al hombre y cómo Dios actúa según la voluntad del justo.

Homilía

Sobre los esclavos que obtienen la libertad

“Les prometen libertad cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción, pues cada cual es esclavo del que lo ha dominado” (2ª Pedro 2:19).

El apóstol habla aún de los “impuros, los insolentes, y los obstinados”, recordando a los fieles que tengan cuidado con sus “palabras falsas, orgullosas y engañosas”. Primero dijo sobre ellos que: “no temen blasfemar de las Glorias caídas” (2ª Pedro 2:10), y segundo: “atrae con concupiscencias, explotando los apetitos de la carne” (2ª Pedro 2:18). Ahora, habla sobre cómo les prometen la libertad, es decir, les prometen algo que ellos no poseen, porque habiendo sido sobrepasados por las pasiones impuras, son esclavos de sus propias pasiones, esclavos sometidos a la mayor tiranía de este mundo. ¡Oh, hermanos míos, cuán importantes son para nosotros estas palabras del apóstol, escritas mil novecientos años atrás! Ved cómo, por aquellos que no tienen ni siquiera un poco de libertad, todo lo que nos rodea nos arrastra declarándonos la libertad! ¡Escuchad el clamor de los desesperados esclavos de las pasiones y los vicios, cuán engañados están, cuán ciegos, predicando la luz! Las pasiones son una red tejida por el maligno, para atrapar a la humanidad. Capturados en esta red, se refieren a otros hombres como esclavos y a ellos mismos como a hombres libres para regocijo del maligno, que silenciosamente los reúne en su red llevándolos a su orilla. ¡Oh hermanos, protegeos de estos desesperados que se llaman a sí mismos heraldos de la libertad, mientras sirven a su maestro y señor, el maligno, noche y día. A su pobreza la llaman riqueza y a la riqueza de otros la llaman pobreza, así como el ignorante llama al mundo ignorante y a sí mismo se llama inteligente. Así, los que son menos libres llaman a otros esclavos. El servicio a Dios y al prójimo por amor, lo llaman esclavitud, mientras que el servicio al maligno, lo llaman libertad. Son maliciosos tanto para Dios como para los hombres, así como el maligno es malicioso para Dios y los hombres. Allí donde escuchéis a alguien hablaros de libertad, interrogadlo bien, en cuanto a que pueda ser un esclavo de alguna pasión o vicio. Mediante la impureza de sus vida, por su imprudencia y su propia voluntad, reconoceréis a todos los falsos maestros de la libertad. El apóstol os recuerda esto.

Oh Señor, único Dador de la verdadera libertad, protégenos de la red de todos los que son maliciosos contigo y con nosotros.

 

Traducido por psaltir Nektario B. (P.A.B)



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