Homilía sobre el día de la circuncisión del Señor y la conmemoración de San Basilio el Grande

Doble icono de la Fiesta de la Circuncisión de Cristo y San Basilio el Grande

Doble icono de la Fiesta de la Circuncisión de Cristo y San Basilio el Grande

 

 

“El Señor de todo soporta la circuncisión, y Él circuncida los pecados del hombre, porque es bueno”. Este es el significado de la fiesta de hoy de la Iglesia. La circuncisión fue establecida por Dios, y la estableció por medio de Abraham para todo el pueblo elegido de los judíos. Era una señal de entrada en la Alianza con Dios, el sello de la promesa de serle siempre obediente desde la infancia, y serle fieles a él hasta derramar la sangre. Fue representado en la imagen del corte de las pasiones carnales, la circuncisión de la dureza del corazón, que fue tan destructivo para Israel, y que a menudo le hizo apostatar de Dios.

Y por eso, nuestro Señor, el Único sin pecado, sufrió la circuncisión para enseñar a los corazones necesitados de la circuncisión, la limpieza de una multitud de pecados, para someterse a la voluntad de Dios; “el creador de la Ley cumple la Ley”, para que pueda mostrar por su ejemplo que nadie puede venir a Dios sin la ley del Señor. Cuando Cristo, la Verdad, apareció, las sombras y las imágenes desaparecieron, y la circuncisión ya no fue necesaria. Solo su propia sombra ya no existía, sino que se reflejaba, por supuesto, y permaneció, porque el Señor no vino a destruir su ley, sino a cumplirla (cf. Mateo 5:17). Incluso ahora, por medio del santo bautismo, al igual que por medio de la circuncisión, confesamos “renunciar a Satanás y a todas sus obras”, para “unirnos a Cristo”, es decir, para entrar en una unión eterna con él, que se simboliza con tres vueltas alrededor de la fuente bautismal el día del santo bautismo. Allí, en el Antiguo Testamento, la carne era circuncidada como un sello del pacto, pero aquí “echamos fuera del cuerpo la carne del pecado” es decir, cualquier pecado que hemos llevado y al que nos hemos acostumbrado, a semejanza de la ropa desgastada…

¿Podría ser, pues, que los mártires de Cristo tuvieran que sellar su promesa de fidelidad a Cristo con su sangre, pero nosotros tenemos el derecho de triunfar en su victoria sólo por la fiesta de los placeres de la vida, nosotros, por quienes la sangre de Cristo y sus santos mártires es derramada? ¿No deberíamos ser mártires, si no por la sangre, al menos “por voluntad”, como San Basilio, que consideraba el exilio, la prisión y la pérdida de la propiedad (si pudiéramos imaginar incluso que la tuviera), la tortura, y la muerte misma como si no fuera nada?  Deberíamos demostrar fidelidad a nuestra conciencia con disposición para sufrir “incluso por la sangre”, para que igual que San Basilio pudiéramos “preservar el rango de nuestra alma libre”, es decir, preservando nuestra vocación cristiana libre de las pasiones del mundo hasta el martirio, y no apartarnos de Cristo por cualquier presión de las potencias enemigas sobre nuestra alma, así como en las guerras, los traidores se entregan al enemigo al menor indicio de peligro para sus vidas. Después de todo, la circuncisión del corazón, que fue unida en el Antiguo Testamento con el derramamiento de sangre, no consiste sólo en una confesión y un relato verbal o una breve descripción de nuestros pecados y llorar con las manos extendidas, sino que en lugar de nuestras vestiduras deberíamos desgarrar nuestro corazón (cf. Joel 2:13) con contrición y dolor, y al menos, derramar lágrimas en vez de sangre por nuestro continuo alejamiento de Cristo, que nos redimió con su propia sangre.

Tengamos cuidado, hermanos, celebrando la aparición de Dios en la carne, para que nuestra dedicación a Cristo exceda a la dedicación a Dios del pueblo judío, que consistió en las obras externas y en las palabras de los escribas y fariseos (aunque nuestra justicia está muy lejos de la justicia de los antiguos), porque si no la excede, y si no circuncidamos nuestro corazón de las pasiones, entonces no podremos entrar en el Reino del Cielo (Mateo 5:20).

Hieromartir Thaddeus (Uspensky)

Traducido por P.A.B



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