Por San Nektario de Egina
El ateísmo es un desorden mental: es una terrible enfermedad del alma que es difícil de curar. El ateísmo es una pasión que oprime severamente al que atrapa.
El ateísmo niega la existencia de Dios. Niega que exista un Creador divino del universo. Niega la providencia de Dios, su sabiduría, su bondad y, en general, sus cualidades divinas. El ateísmo enseña una falsedad a sus seguidores e ingenia falsas teorías sobre la creación del universo. Profesa, como la pitia en su trípode [1], que la creación es un resultado del azar, que es perpetuado y preservado sin propósito, por las interacciones del azar, que su esplendor se llevó a cabo espontáneamente a través del tiempo, y que la armonía, la gracia y la belleza testificada en la naturaleza son atributos de las leyes naturales. El ateísmo le quita a Dios, a quien se ha negado, sus características divinas y, a cambio, se las confiere, así como su poder creador, a la materia inerte y débil. El ateísmo proclama libremente que la materia es la causa de todas las cosas, y deifica la materia con el fin de negar la existencia de un Ser superior, un Espíritu que cuida y sostiene todas las cosas.
A causa de la incredulidad, la materia se convierte en la única entidad real, y el espíritu se hace inexistente. Para el ateísmo, el espíritu y el alma son invenciones egoístas del hombre, inventadas para satisfacer su vanagloria. El ateísmo niega la naturaleza espiritual del hombre. Se hace descender al hombre desde la altura donde ha sido colocado por el poder del Creador y de la gracia, y lo reduce al rango de los animales irracionales, a los que acepta como ancestros y su distinguido y noble linaje. El ateísmo hace todo esto para dar testimonio a las palabras del salmo: “Pero el hombre en auge no comprende; desaparece como los brutos” (Salmos 48:21)
El ateísmo elimina la fe, la esperanza, y el amor del mundo, estas fuentes vivificadoras de la verdadera felicidad del hombre, expulsa la justicia de Dios del mundo, y niega la existencia de la providencia y el auxilio de Dios.
El ateísmo acepta las leyes que existen en la naturaleza, y sin embargo niega al que ha otorgado esas leyes. Busca conducir al hombre a una felicidad imaginaria; sin embargo, lo abandona y desampara en medio de la nada, en el valle del lamento, estéril a todos los beneficios celestiales, vacío de consuelo de lo alto, carente de fuerza espiritual, despojado del poder de las virtudes morales y sin las únicas disposiciones indispensables sobre la tierra: la fe, la esperanza y el amor.
El ateísmo condena al pobre hombre a la perdición y lo abandona como una presa en medio de las dificultades. Tras haber eliminado el amor en el hombre, el ateísmo consecuentemente lo priva del amor a los demás, y lo aísla de la familia, los parientes y amigos. El ateísmo desplaza cualquier esperanza de un futuro mejor y lo reemplaza por la desesperación.
¡El ateísmo es horrible! ¡Es la peor de todas las enfermedades espirituales!
[1] Este trípode era un altar de bronce que había en el templo de Delfos, en la antigua Grecia, en el cual, la sacerdotisa de Apolo llamada pitia se sentaba a profetizar sus oráculos.
Traducido por P.A.B
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