Parte I, capítulo 3 del Exomologetarion (Manual de confesión)
Por San Nicodemo el Agiorita
Concerniente a esto debéis saber que, así como a un médico se le exige saber qué enfermedades del cuerpo tiene que tratar, tú, que buscas ser padre espiritual estás obligado a saber cuáles son las enfermedades del espíritu, esto es, los pecados, para poder tratarlos. Aunque las enfermedades del espíritu son muchas, se establecen generalmente en las siguientes tres categorías. Por lo tanto, necesitáis saber cuáles son mortales, cuales perdonables o no mortales, o cuales son pecados de omisión o inacción.
1. Concerniente a los pecados mortales.
Según Genadios Scholarios, George Koressios, (La confesión ortodoxa), y Chrysanthos de Jerusalén, los pecados mortales son aquellos pecados voluntarios que, o bien corrompen el amor único por Dios, o el amor por el prójimo y por Dios, y que con solo cometerlos de nuevo nos hace enemigos de Dios y responsables de la muerte eterna en el infierno (11). Generalmente hablando, son: el orgullo, el amor al dinero, la inmoralidad sexual, la envidia, la gula, la ira, el desaliento o la indiferencia (12).
2. Concerniente a los pecados perdonables.
Los pecados perdonables son los pecados voluntarios que no corrompen el amor por Dios o el amor por el prójimo, y que no hacen a la persona un enemigo de Dios ni responsable de la muerte eterna en el infierno, a cuyas transgresiones incluso los santos son susceptibles, según las palabras del Hermano del Señor: “pues todos tropezamos en muchas cosas” (Santiago 3:2), y de Juan: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” (1ª Juan 1:8), y según los cánones 125, 126 y 125 del Concilio Local de Cartago. Estos pecados, según Koressios y Chrysanthos, son: la palabrería, la inclinación inicial y la agitación a la ira, la inclinación inicial a la lujuria, la inclinación inicial al odio, la mentira piadosa, la envidia pasajera o lo que comúnmente es llamado celos, que es un leve dolor por la buena fortuna del prójimo e igual (13).
Sabed también, padres espirituales, que muchos de los pecados que generalmente son llamados perdonables no están al mismo nivel, pues tienen diferentes grados, más pequeños y más grandes, y que los pecados perdonables y los mortales están en dos extremos. Pues entre estos extremos se encuentran varios grados de pecado, empezando desde el perdonable y llegando hasta los mortales, a los cuales, los antiguos no les dieron nombres, quizá porque son muchos y variados según la clase y el tipo específico de pecado, pero podían haberlos nombrado si así lo deseaban. Aquí, nombramos algunos, para el beneficio de la caridad y para vuestro conocimiento, empezando desde abajo: pecados perdonables, aquellos cercanos a lo perdonable, aquellos que no son mortales, aquellos cercanos a los no mortales, los que están entre los mortales y los no mortales, los cercanos a los mortales y, finalmente, los pecados mortales. He aquí un ejemplo de los pecados del aspecto motivador del alma: el movimiento inicial de la ira es perdonable; cercano a lo perdonable es para alguien decir duras palabras y tener mal genio. Un pecado no mortal es jurar; cercano a lo no mortal es para alguien el golpear con la mano. Entre los no mortales y mortales está golpear con un palo pequeño; cercano a lo mortal es golpear con un gran palo, o atacar con un cuchillo, pero no en el área de la cabeza. Un pecado mortal es matar. Un patrón similar se aplica a los demás pecados. Por tanto, aquellos pecados más cercanos al fin perdonable son resarcidos de forma más ligera, mientras que los más cercanos al fin mortal, son severamente castigados (14).
3. Concerniente a los pecados de omisión.
Aquellas buenas obras, palabras o pensamientos que son capaces de ser hechos o pensados por alguien, pero por negligencia no son hechos, o dichos o pensados, son llamados pecados de omisión (15) y son llevados a cabo desde el pecado mortal del desánimo, como hemos dicho. Sé muy bien que estos pecados de omisión no son considerados por la gente como pecados completos, pues son pocos los que consideran un pecado si no practican la limosna cuando pueden, o tienen los medios para dar a cualquiera un buen consejo a su prójimo, o hacer cierta cantidad de oración, o llevar a cabo cualquier otra virtud, y no lo hicieron.
Y por esto, sin embargo, sé con certeza que Dios dará cuenta en el día del juicio concerniente a esto. ¿Quién nos verifica esto? El ejemplo de aquel siervo perezoso que tenía un talento y lo enterró en tierra, y que fue juzgado, no por haber cometido algún pecado o alguna injusticia con él (porque el que le dio el talento, volvió a recogerlo, como San Basilio el Grande dice en la introducción de Las Grandes Reglas), (16), sino porque siendo capaz de acrecentarlo, fue negligente y no lo hizo: “Debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y a mi regreso yo lo habría recobrado con sus réditos” (Mateo 25:27). También nos es verificado por el ejemplo de las cinco vírgenes necias que fueron condenadas por el simple hecho de carecer de aceite. Y concerniente a los pecadores situados a la izquierda, serán condenados, no porque hayan cometido ningún pecado, sino porque carecían y no eran misericordiosos con sus hermanos: “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber” (Mateo 25:42). La razón de que Dios le diera al hombre la fuerza natural no era para dejarlo inactivo e inútil, sin que tuviera resultados y frutos, así como el siervo negligente, que había dejado el talento de su amo sin producir, como hemos dicho anteriormente, sino que se la dio para que obrara, para que la practicara, para incrementarla de esa forma, obrando correctamente con ella y los mandamientos del Señor, y así, ser salvado por esto. Por su parte San Basilio el Grande dijo: “Ya hemos recibido de Dios el poder de cumplir todos los mandamientos que nos ha dado, para que no tomemos nuestra obligación a mal, como si se pidiera algo extraño o inesperado de nosotros, y para que no nos volvamos soberbios, como si estuviéramos devolviendo algo más de lo que se nos ha dado” (17). Y también, de acuerdo con las palabras anteriores, su hermano, San Gregorio de Nisa, dice: “Así como cada uno recibirá su salario, como dice el apóstol (1ª Corintios 3:14), según su trabajo, así también cada uno recibirá el castigo según la extensión de su negligencia” (18).
Estas cosas que son llamadas también pecados de omisión son las que podíamos ser capaces de prevenir, de palabra o de obra, pero que no prevenimos. Por esta razón, los que los cometen son igualmente acusados según el canon 25 de Ancira, el Canon 71 de San Basilio el Grande y el canon 25 de San Juan el Ayunador (19).
Por otra parte, oh padre espiritual, debes saber que los grados del pecado desde el principio hasta el final son doce. El primer grado está cuando alguien hace el bien, pero no de forma apropiada, mezclando el bien con el mal. Esto sucede de siete maneras, como dice San Basilio el Grande: “Con relación al lugar, el tiempo, la persona, el asunto en cuestión, o en una forma intemperante, o desordenadamente, o con disposiciones impropias” (20). Ejemplo de pecado de este primer grado es cuando alguien lleva a cabo un acto de misericordia, o ayunos, o hace cualquier otra buena acción, para que pueda ser glorificado por la gente. El segundo grado de este pecado es la ociosidad completa en lo que se refiere al bien. El tercer grado es el asalto del mal. El cuarto es el acoplamiento. El quinto es la lucha (21). El sexto es el consentimiento (22). El séptimo es el pecado de acuerdo con la mente, según San Máximo, que es cuando una persona, habiendo consentido, planea cuidadosamente llevar a cabo ese pecado que está en su mente para realizarlo como acción. El octavo es la acción misma y el acto pecador. El noveno es el hábito de alguien cometiendo el pecado a menudo. El décimo es la adicción a pecar, que con violencia y fuerza obliga a la persona a pecar voluntaria e involuntariamente. El undécimo es la desesperación, esto es, la desesperanza. El duodécimo es el suicidio, a saber, el suicidarse una persona misma, cuando teniendo una mente sana, es conquistado por la desesperación. Así pues, padre espiritual, debes intentar asiduamente y en todos los sentidos hacer al pecador volverse hacia los pequeños grados del pecado y prevenirle con procedimientos contra los grandes grados con antelación. Y, sobre todo, debes tratar de separarlo de la desesperación, sin importar en qué gran grado del pecado se encuentre. (23)
Notas
11. Nota del traductor original: San Marcos el Asceta dice: “Puesto que la justicia de Dios es inexorable, es difícil obtener el perdón de los pecados cometidos con completa deliberación” (Sobre la Ley Espiritual, 55); y de nuevo: “Hay un pecado que es siempre ‘…para muerte’ (1ª Juan 5:16): el pecado por el cual no nos arrepentimos. Incluso por este pecado, las oraciones de los santos no serán escuchadas” (Sin justicia por las Obras 41); (Gr. Filocalía, pp. 93, 102; tr. The Philokalia, Londres, 1979, v. 1, pp. 114, 129). Y el anciano Sofronio (Sakharov) escribe: “Los pecados nos separan del Dios del amor” (His Life Is Mine, Crestwood, 1977, p. 41).
12. Hay que tener en cuenta que según la Confesión Ortodoxa, de Gabriel de Philadelphia y Nicolás Boulgaris, los efectos y las consecuencias del orgullo son estos: vanagloria, jactancia, soberbia, autoestima, desobediencia, desprecio, hipocresía, terquedad y otros. Los del amor al dinero son: codicia, crueldad o falta de caridad, dureza de corazón, robo, estafa, engaño, injusticia, traición, perjurio, simonía, sacrilegio, incredulidad, y tener interés por el dinero. Los de la inmoralidad sexual son: adulterio, sodomía, fornicación, bestialidad, incesto, abuso infantil, abuso a la virginidad sexual, “sygkylismos” (nota del traductor original: Una explicación a esta palabra, ‘sygkylismos’, puede ser encontrada en la Interpretación al Canon 19 de San Juan el Ayunador. Implica la idea de ‘restregarse’, ‘acariciar’ o ‘toquetear’), masturbación, insolencia, ceguera de la mente y audacia contra Dios. Los del odio son: conspiración, malicia, rencor, argumentación, malicia, fraude, traición, asesinato, ingratitud y dolor por las cosas buenas a causa de la envidia. Los de la gula son: glotonería, embriaguez, libertinaje, estupor, lascivia, desaliento y otros. Los de la ira son: blasfemia, odio, recuerdo de los males, conspiración, perjurio, maldición, inventiva, guerra, contención y asesinato. Los del desaliento son: cobardía, afeminamiento, pena e indignación por el bien que se debería estar haciendo, excusas por los pecados, desesperación, incredulidad, y en definitiva, apatía e indiferencia con respecto al bien que se debe hacer. Nótese también que estos pecados mortales son considerados como pasiones o hábitos arraigados en el alma, de los que nacen las consecuencias mencionadas. Algunos de estos son peores que otros, y otros son causados por otros diferentes, mientras que algunos son causa de otros, como se puede ver. De la gula nace la glotonería y el desaliento, y de estos se producen varias consecuencias, mientras que otros causan los mismos, así como la envidia y la ira causan el asesinato y la conspiración. Teofilacto de Bulgaria dice que el amor propio es el principio y la causa de todos los males, por lo que el apóstol puso el amor por si mismo antes de los otros. (Explicación del versículo, Pues la gente se amará a sí misma, amantes del dinero, etc., 2ª Timoteo 3:2; PG 125, 1 16D- 1 17A).
13. Es difícil distinguir la razón y la diferencia exacta entre pecados mortales y perdonables. Explicando lo citado por Juan: “Hay un pecado para muerte; por él no digo que ruegue. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado que no es para muerte” (1ª Juan 5:16-17), Mitrofanes de Esmirna dice que un pecado para muerte es todo pecado que fue penalizado con la muerte bajo la ley antigua, al igual que la blasfemia contra Dios, el asesinato voluntario, la bestialidad, y otros. Un pecado que no es para muerte es aquel que no fue penalizado con la muerte, como el asesinato involuntario, y otros. Atanasio del Sinaí dice que el pecado para muerte es aquel que es cometido con conocimiento, y el pecado que no es para muerte es el cometido por ignorancia; pero la blasfemia contra Dios es un gran pecado cometido con conocimiento, como el asesinato o el adulterio son pecados para muerte (Quaestiones LIV, PG 89, 616C-617A). El canon 5 del séptimo concilio ecuménico y Ecumenio dice que el pecado para muerte es aquel que no es arrepentido ni corregido. De forma similar, George Koressios en su Teología (que me parece la más exacta de todas porque señaló estas diferencias), dice que los pecados mortales pueden diferir de los pecados perdonables según su clase, como por ejemplo un hecho mortal difiere de habladuría ociosa, ya que hay tres clases generales en el pecado: la mala obra, la mala palabra, y el mal pensamiento. Todas las malas obras son de una clase, defiriendo entre ellas mismas según su clase específica, y esto sucede también con todas las malas palabras y los malos pensamientos. También pueden variar en función de la acción y el hecho, así como la inclinación inicial de la ira y el odio difiere a gran escala de la rabia y el recuerdo de las ofensas. Los pecados mortales también pueden diferir de los pecados perdonables únicamente según el valor de los contenidos: por robo (que no difiere en sí mismo de otro robo, ya sea en clase o contenido específico), si se trata de una gran cantidad de dinero o capital, es mortal; si se trata de poco, sin que produzca un gran daño al propietario, es perdonable. Chrysanthos también dice esto en su Exomologetarion. Además de esto, pueden también diferir según la clase específica, como el perjurio, que siendo mortal, difiere según la clase de pecado según la murmuración. Genadios Scholarios (en el Exomologetarion de Chrysanthos), dividiendo los pecados mortales y los perdonables en las áreas generales en las se llevaron a cabo, esto es, los malos pensamientos en la mente, las malas palabras en la lengua, las malas obras en el cuerpo, dice que cada pecado que pertenece a la mente y siendo mortal según su clase, se convierte entonces en mortal cuando se le da forma y se lleva a cabo, y sin embargo, no solo a través del asalto o consentimiento o lucha con el mal pensamiento (concerniente a esto, ver cánones 2, 3 y 4 de San Juan el Ayunador), sino por el consentimiento para su realización (como es con el orgullo, el recuerdo de las ofensas, la herejía y otros). Del mismo modo, cualquier pecado que pertenece a la lengua, y siendo mortal según su clase, se convierte entonces en mortal cuando es llevado a cabo (como la blasfemia, el perjurio, el falso testimonio y otros). De forma similar, cualquier pecado que pertenece al cuerpo y es mortal según su clase, se convierte en mortal cuando se lleva a cabo (como sucede con la fornicación, el adulterio, el asesinato, etc). Los pecados mortales que pertenecen al cuerpo se hacen perdonables cuando solo aparecen en el intelecto y en la mente. Por ejemplo, cuando el pecado mortal de la inmoralidad sexual es concebido como deseo en el intelecto, o si se habla como una obscenidad, es perdonable. Así pues, el hermano del Señor dice: “Después la concupiscencia, habiendo concebido, pare pecado” (Santiago 1:15), esto es, pecado perdonable; así produce “y el pecado consumado” (por el cuerpo y en obra), “engendra la muerte” (Santiago 1:15). Del mismo modo, el pecado mortal relacionado con la palabra, si solamente se produce en el intelecto, es perdonable. El pecado mortal de la blasfemia, por ejemplo, cuando se produce involuntariamente y solo en el intelecto, es perdonable. Hablando en general, los pecados mortales que surgen de las más bajas y grotescas áreas, cuando se dan y se producen en las zonas más altas y más sutiles, son perdonables.
Digno de atención y temor es lo que el bienaventurado Agustín dice (Sobre la Primera Carta de Juan y Sobre los Santos, homilía 41, tomada de Koressios), y que es conforme a muchos otros: que muchos pecados pequeños crean uno grande. Esto se entiende, según Koressios, cuando una persona rechaza los pecados pequeños como pequeños, puesto que con un continuo robo de pequeñas cosas se peca mortalmente. Por lo cual también San Basilio el Grande, sabiendo que según el Santo Evangelio existe una diferencia entre un mosquito y un camello, la paja y una viga, pero diciendo más claramente, pequeños y grandes pecados, al mismo tiempo dice que en el Nuevo Testamento no hay tal distinción entre pecados grandes y pequeños. Primero, porque un pecado pequeño y uno grande son igualmente transgresiones de la Ley, pues según Juan: “Quienquiera obra el pecado obra también la iniquidad, pues el pecado es la iniquidad” (1ª Juan 3:4), desafiando al Hijo, como ha dicho: “Quien no quiere creer al Hijo no verá la vida” (Juan 3:36) (Regulae Brevius 293, PG 31, 1288C-1289A). Segundo, porque un pecado pequeño se convierte en uno grande cuando es dueño de la comisión del pecado: “Pues cada cual es esclavo del que lo ha dominado” (2ª Pedro 2:19). El divino Crisóstomo da una tercera razón (Sobre 1 Corintios, homilía 16, y A Demetrio, sobre la compunción), diciendo que la paja y la viga, esto es, el pecado pequeño y el grande, puesto que no reciben el mismo castigo, difieren, pero en cuanto a aquellos que cometiendo pecado (grande o pequeño) son puestos fuera del reino del cielo, no difieren. Por eso, el apóstol también dice que “ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña, heredarán el reino de Dios” (1ª Corintios 6:9-10), esto es, los que han cometido pecados grandes y pequeños. Lo que el mencionado Koressios dice es digno de mención y admiración, a saber, que el deseo se convierte en un pecado mortal de dos formas: o bien cuando se conduce hacia algún pecado grave (como el asesinato, o cualquier otro similar), o cuando se acepta el obrar un pecado, incluso si no se lleva a cabo, debido a que la acción del deseo es triple: involuntaria, no completamente voluntaria, y totalmente voluntaria. La primera acción no es llamada pecado; la segunda es llamada pecado perdonable; la tercera es mortal. En consecuencia, en las Instrucciones para penitentes (p. 239), está escrito que cualquier placer hedonista, cuando es completamente voluntario, es un pecado mortal.
14. Nota del traductor original: San Ambrosio dice: “Pablo nos enseña que no debemos abandonar a los que han cometido un pecado para muerte, sino que debemos más bien obligarlos con el pan de las lágrimas y la bebida de lágrimas, para que aun así su dolor mismo sea moderado. Pues este es el sentido de este pasaje: “Lo has alimentado con pan de llanto; le has dado a beber lágrimas en abundancia” (Salmos 79:6), que su propio dolor deba tener su medida, no sea por ventura que el que está haciendo penitencia deba ser consumido por demasiada tristeza, como se dijo a los corintios: “¿Qué queréis? ¿Qué vaya a vosotros con la vara, o con amor y con espíritu de mansedumbre?” (1ª Corintios 4:21). Pues incluso la vara no es severa, como se ha dicho: “No ahorres al joven la corrección; puesto que no morirá aunque le castigues con la vara” (Proverbios 23:13)”. (Sobre el arrepentimiento, Libro I, c. 13, NPNF (V2-10), p. 339).
15. Nota del traductor original: San Marcos el asceta dice: “El fracaso en hacer el bien que está en tu poder es duro para perdonar” (On the Spiritual Law 64, Gr. Philokalia, p. 94; tr. The Philokalia, v.1, p. 114).
16. Regulae Fusius, PG 31, 893A.
17. Regulae Fusius 2, PG 31, 909A; tr. San Basilio: Trabajos Ascéticos, pp. 233-234.
18. Contra Eunomium 12, PG 45, 912C.
19. Cierto maestro compara los pecados de omisión con el veneno y la mordedura del áspid porque, así como mata sin causar daño a la persona (así pues, mataban los alejandrinos a los que cometían pequeños crímenes, como dice Galeno), así también las transgresiones matan el alma, sin que los pecadores sufran o sientan nada.
20. De Baptismo II, Cuestión 8, PG 31, 1600C; tr. San Basilio: Trabajos Ascéticos, p. 408.
21. La lucha es considerada común en todos los grados del pecado, puesto que se lucha y se combate con el fin de hacer el bien de una forma apropiada, no tardando en hacerlo, y así con todas las cosas.
22. Con relación a estos cuatro (asalto, acoplamiento, lucha, consentimiento), ver los cánones de San Juan el Ayunador. OCIC Ed.: Ver también: Capítulo 2 sobre la Adquisición del Espíritu Santo en la Antigua Rusia, por I. M. Kontzevich (Platina, CA. St. Herman of Alaska Brotherhood, 1988).
23. Los argumentos con los que seréis capaces de liberar al pecador de la desesperación, son estos, oh padre espiritual. 1. Que la desesperación es el mayor y peor de todos los males, porque está totalmente opuesto a Dios. Y a pesar de todo, cualquier pecado está opuesto a Dios en toda forma y parcialmente, y la desesperación está totalmente opuesta a Dios en cualquier forma, porque niega a Dios, y extrae la imagen que el mal hace de Él como de cualquier otro dios, además de la causa del mal, el maligno. Sería como hacer al mal más fuerte que la bondad de Dios, más infinito que Su infinidad, y por la desesperación no estaría en el lugar donde Dios está. ¿Qué puede ser más impío o más sin sentido? ¿Creer que el impotente pecado es más poderoso que el Poder mismo? ¿Qué lo finito es más infinito que el Infinito mismo? Por esta razón, la Confesión Ortodoxa describe que la desesperación está opuesta al Espíritu Santo. Por lo tanto, di al pecador, oh padre espiritual, lo que San Basilio el Grande dice, esto es, si es posible medir la plenitud y la magnitud de la compasión de Dios, entonces, que el pecador se desespere comparando y midiendo la cantidad y la grandeza de su pecado: “Si es posible enumerar la multitud de las misericordias de Dios y las grandezas de la compasión de Dios en comparación con el número y la grandeza de los pecados, entonces desesperémonos” (Regulae Brevius 13, PG 31, 1 089C). Incluso si las trasgresiones de uno son medidas y contadas, siendo la misericordia y compasión de Dios inconmensurable, porqué debería alguien desesperar y no conocer la misericordia de Dios y culpar sus transgresiones: “Pero si, como es obvio, estos últimos están sujetos a la medida y pueden ser enumerados, si es imposible medir la misericordia o enumerar la compasión de Dios, no hay tiempo para la desesperación, sino solo para reconocer la misericordia y condenar los pecados; pues la remisión se presenta por la sangre de Cristo (Ibíd.). 2. La desesperación está opuesta al sentido común porque no tiene un lugar propio entre la gente. El que un pecador viva, aun cuando peque, es una señal de que Dios lo acepta y no lo rechaza, pues no lo condujo a la muerte cuando pecaba, según merecía, sino que le permitió vivir, con la única causa de que se pudiera arrepentir. El gran Gregorio de Tesalónica nos verifica esto así: “Así pues, nadie debe dar lugar a la desesperación… porque el tiempo de esta vida es el tiempo del arrepentimiento, el hecho mismo de que un pecador viva aún es una promesa de que Dios aceptará al que quiera regresar a Él” (A la Reverenda monja Xenia, Gr. Philokalia, p. 933, tr. The Philokalia, v. 4, Londres, 1995, p. 299). 3. La desesperación es hija del mal, según San Efrén. Antes de que alguien peque, el maligno dice a esa persona que el pecado no es nada, y cuando peca, dice a esa persona cuán terrible e imperdonable es su pecado (Evergetinos, Venecia, 1783, p. 11; ver también la traducción a la lengua inglesa: The Evergetinos: A Complete Text, Etna, 1988, vol. I, book 1, p. 41). Si buscamos más exactamente, encontramos que la desesperación engendra tanto el orgullo como la autoestima. El orgulloso que habla de sí mismo altamente con relación a la virtud y a la santidad, en el momento que cae en algún pecado mortal, sin tardanza se desespera, pensando que esa caída es indigna de su virtud, según San Juan Clímaco (Paso 26, PG 88, 1032D-1033A; La Escalera, p. 175). También surge de la falta de experiencia que se tiene en la guerra noética contra el enemigo. Al igual que Judas era inexperto en esta guerra y desesperó, como dice un padre, así, desesperado, se ahorcó. Pedro, siendo experimentado, aun cuando negó a Cristo, no desesperó, sino que se arrepintió, y de nuevo fue Pedro (la roca) (Nota del traductor original: El ‘padre’ San Nicodemo, se refiere a San Juan de Cárpatos. Ver Textos para los monjes de la India 85, Gr. Philokalia, p. 255; The Philokalia, v. 1, p. 318). También surge de los muchos pecados que se cometen, como dice Salomón: “Con la impiedad llega también la ignominia y con la ignominia la deshonra” (Proverbios 18:3). Surge también de otras causas, como la negligencia y la pereza para hacer buenas obras, no dando frutos de arrepentimiento. Por tanto, todo el que quiera evitar caer en las redes de la desesperación, debes recordarle sus causas y corregirlas, aprendiendo la maquinación del maligno con la que intenta crear desesperación, expulsando el orgullo, siendo experimentado en la guerra noética, absteniéndose de pecar, y luchando por su salvación con todas sus fuerzas. 4. Por último, la desesperación está opuesta a las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento que en mil lugares retrata la inconmensurable misericordia de Dios con la que recibe a los pecadores por igual. Se opone a muchos ejemplos de pecadores, que fueron grandes transgresores, y que fueron salvados desde el principio del mundo hasta el momento actual sin desesperación: Lamec, Manasés, Nabucodonosor, David, las prostitutas, los adúlteros, recaudadores de impuestos, pródigos, ciegos, Pedro, Pablo. Está opuesta a todas las palabras de los divinos Padres que enseñaron a los pecadores a esperar en la misericordia de Dios y a exterminar la desesperación, mostrando que no hay ningún pecado que pueda conquistar el amor de Dios por los hombres. Ver también el Evergetinos, vol. I, Libro 1, Hipótesis I.
Habiendo sido dichas estas cosas, completamos estas notas con lo siguiente. Puesto que la desesperación está opuesta al Espíritu Santo, como hemos dicho, igualmente es exagerado esperar y confiar en la compasión de Dios opuesta al mismo Espíritu Santo cuando alguien es tan osado como para pecar sin temor, como dice la Confesión Ortodoxa (p. 221). Concerniente a esto, la palabra del erudito George Koressios es muy clara, pues dice que la vida de los cristianos debe estar entre estos dos, entre la esperanza y la desesperación: con respecto a Dios, deben esperar en Su bondad; con respecto a ellos, deben desesperar por la cuenta de la multitud de sus pecados (de su Teología). (Nota del Traductor original: Concerniente a esta última declaración de George Koressios, estas son las palabras dichas por el Señor a San Silouan: “Pon tu mente en el infierno, y no desesperes” (Archimandrita Sofronio, San Silouan el Athonita, Crestwood, 1999, p. 460).
Traducido por P.A.B
Categorías:Confesión y Santa Comunión, San Nicodimo Aghiorita
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