Colección de artículos concernientes a la lujuria y al auto-abuso (masturbación)

Fresco de un Monje crucificado por las pasiones expuesto en el Monte Athos
Fresco de un Monje crucificado por las pasiones expuesto en el Monte Athos

Colección de artículos concernientes a la lujuria y al auto-abuso (masturbación)

“Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os abstengáis de la fornicación; que cada uno de vosotros posea su propia mujer en santificación y honra, no con pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios” (1ª Tesalonicenses 4:3-5)

 

La psicología ortodoxa: una columna de “Orthodox Tradition” (Tradición Ortodoxa)

El fenómeno del onanismo o auto-abuso, tratado por muchos psicólogos contemporáneos e incluso clérigos, desgraciadamente, como una apetencia natural, es algo de lo que, solo de forma reacia, hablamos en un artículo del pasado (ver Orthodox Tradition, Vol. IX, nº 1,[1992], págs. 30-31). Es un tema que exige, no solo un estudio cuidadoso, sino una tremenda discreción pastoral, especialmente con relación a los adolescentes.  Esto es en cierto modo porque el rigor científico de la psicología médica y académica, en la última década, ha sido en gran parte dejado de lado por los vanos procedimientos de la psicología popular, como ideas superficiales tales como co-dependencia, extrañas terapias y los, supuestamente, más iluminados modelos y terapias de holística y filosofías de la Nueva Era han eliminado mucho del estudio tradicional sobre el comportamiento humano.

Los intereses de la aun así ostensiblemente liberada figura de Sigmund Freud (por lo menos con relación a sus pensamientos sobre sexualidad humana) sobre los negativos efectos psíquicos del auto-abuso fueron dejados de lado como síntoma de las supersticiosas y medievales actitudes de anticuados chiflados. Y como resultado, incluso sacerdotes ortodoxos han empezado a hablar de esta anomalía sexual, una vez más, como de una proclividad natural. (A este respecto, un moderno sacerdote de América oyó decir en una clase del seminario, muchos años atrás, que no deberíamos hacer nada con relación a las mezquinas ideas de algunos de los Padres sobre los inocentes aspectos del comportamiento sexual humano). Con el fin de corregir algunas de las curiosas teorías admitidas sobre el onanismo que se sostenían en la medicina del siglo XVIII, psicólogos, psiquiatras y clérigos también han abandonado a menudo toda sobriedad con relación a este hábito abusivo, sucumbiendo a veces a una filosofía del  “haz lo que te parezca” que está opuesta a la enseñanza cristiana, (la Escritura y los Cánones de la Iglesia consideran el auto-abuso como un serio pecado) y a las más circunspectas teorías del normal desarrollo sexual que prevalecían cuando la psicología era todavía una ciencia y cuando normal era una palabra comprendida por todos.

Con la ascendencia de las despreciables costumbres morales y los cuestionables valores culturales que han entrado en nuestra vida y en las comedias televisivas, agrediendo incluso a aquellos de nosotros que no hacemos y no deseamos verlas, la cuestión del onanismo tiene poca importancia para la gente de hoy en día. En una sociedad que se goza en los bustos, tanto femeninos como masculinos, como en los cuerpos semidesnudos que desfilaban en los periódicos, las revistas y la televisión, por no mencionar los anuncios públicos que hay en todas partes sobre productos de uso personal, que hace más de una década solamente eran vendidos en los estantes traseros de las farmacias, el onanismo se ha convertido, incluso, en un tema de humor. No solo se considera normal, en vez de anormal y psíquica y espiritualmente dañino, sino que un número reciente de una revista para adolescentes, según un reciente informe de la CNN, indica que se encuentra entre uno de los pasatiempos más relevantes de la juventud americana: ¡un inofensivo pasatiempo! Lo que en nuestra generación era desconocido para los jóvenes, o por lo menos era un tema que no se mencionaba fuera de la confesión, es ahora objeto de conversación habitual. Sumado esto al estado de degradación de las ciencias psicológicas y el abandono de sus responsabilidades pastorales por parte del clero, la amoral cultura imperante en América y en el oeste sirve simplemente para reforzar la idea, especialmente entre los jóvenes, de que la masturbación no es, como la Iglesia y los consejeros responsables enseñan, un refugio en el pecado y una fantasía destructiva. Por lo tanto, incluso los cristianos creen que este pecado sexual no tiene consecuencias para el alma y para la mente.

En un intento de ofrecer alguna orientación sobria sobre este tema para nuestros lectores, me gustaría volver a contar dos historias que me contó un padre espiritual, el metropolita Cipriano, un consumado terapeuta espiritual, y que a su vez, una se la contó un hijo espiritual suyo, y otra es de un libro espiritual que había leído hacía algún tiempo. He usado ambas historias para aconsejar e iluminar a un gran número de jóvenes que han venido a pedirme consejo. Tienen que ver con gente real, de los cuales ninguno vive ya (las historias no constituyen, por tanto, ninguna violación a cualquier intimidad personal), y nos ofrecen una imagen vívida de las consecuencias espirituales del onanismo: en efecto, un correctivo muy claro y eficaz a todos los que hemos mencionado anteriormente sobre las actitudes contemporáneas del auto-abuso sexual. Que estas historias ayuden y sirvan a muchos para ilustrar las verdaderas consecuencias de este pecado y así salvarlos del grandísimo daño espiritual y psicológico que produce.

Arzobispo Crisóstomo.

Una vez, un joven me relató lo siguiente. Cuando era adolescente, estaba interesado en el deporte, especialmente en la lucha. Cuando tuvo quince años, un compañero de equipo le introdujo en el pecado de la masturbación. Carente de vergüenza, no confesaba el pecado. Un día, un mes más tarde, estaba luchando en casa, en el salón, junto a su hermano mayor. Sin darse cuenta, su hermano, que era muy fuerte, cayó sobre su pecho con tanta fuerza que no podía respirar, y literalmente murió. En este estado, pudo observar su propio cuerpo y el miedo de su hermano y de su madre, que se apresuraron a ayudarlo. Su alma, acompañada por su ángel de la guarda, subía por encima de su casa, por encima de la ciudad en la que vivía, y llegó finalmente al cielo. Más tarde atravesó un largo túnel oscuro, al final del cual veía una luz y el Paraíso. Al entrar en esta luz, vio a la Theotokos, que le preguntó a su ángel de la guarda porqué estaba allí. Entonces el ángel le contó a ella los detalles de la muerte de este joven. Ante esto, la Theotokos se volvió hacia el joven y le dijo: “Tu madre me ha suplicado fervorosamente para que vuelvas, y mi Hijo ha concedido su petición”. El muchacho, abrumado por la belleza del Paraíso, le suplicó quedarse. La Theotokos, sin embargo, le respondió: “Debes confesar el pecado que cometiste hace un mes. Ese es un pecado horrible, y si no lo confiesas a un sacerdote, he aquí lo que sucederá”. Después de estas palabras, la Theotokos pidió al Arcángel San Miguel que lo condujera a un precipicio que conducía a los tormentos del infierno. La vista era tan aterradora que el muchacho casi se desmaya. Más tarde, volvió a remontar su camino por el oscuro túnel, a través de los cielos, sobre la ciudad en la que vivía, hasta su casa, y luego a la sala donde se reunía su familia con su cadáver. Entonces, sintiendo una gran presión sobre su cuerpo, su alma volvió a su lugar y abrió los ojos. Después, contó a su familia todo lo que había sucedido. Su afligida madre, al oír todo lo que relató, dio gracias a la Theotokos por su intercesión ante Cristo en nombre del muchacho, y llorando desesperadamente, se abrazó al joven y lo besó afectuosamente.

 

Otro adolescente cayó también en el pecado del auto-abuso, y de nuevo, por vergüenza, no lo confesó a su padre espiritual. Así, sucedió que contrajo una enfermedad mortal y estaba a punto de morir. Su familia envió un mensaje al confesor acerca de su estado, pero no pudieron encontrarlo antes de que el joven muriera. En el momento de su muerte, el alma del muchacho fue secuestrada por horribles demonios, que comenzaron a arrastrarlo a un abismo de horrible tormento. Mientras tanto, el padre confesor llegó a su casa y encontró a la familia en duelo. “Si hubiera venido antes”, gritaron, “se podría haber evitado su muerte. Por favor, por favor, tráigalo de vuelta.” El sacerdote comenzó a rezar, y he aquí, ocurrió un milagro. El muchacho volvió a la vida. De inmediato, gritó a su confesor: “Me ha salvado”.  Y entonces empezó a relatarle su terrible encuentro con las fuerzas demoníacas que, justo antes de su vuelta a la vida, estaban a punto de echarlo al infierno. Sin saber el pecado del joven, el sacerdote le preguntó: “¿Cómo te ha podido pasar esto? ¿Por qué reclamaban los demonios tu alma?” El joven confesó entonces su pecado. “¿Te arrepientes sinceramente de esto, hijo mío?”, le preguntó el sacerdote. “Sí”, respondió el muchacho. “¿Estás seguro?, le volvió a preguntar el sacerdote. El muchacho respondió: “Sí, verdaderamente sí, padre”. El sacerdote continuó: “¿Y quieres ir al cielo?”. El muchacho dijo: “¿Quiere decir que puedo estar con Cristo ahora?”. Su padre espiritual le aseguró que podía. Entonces dijo el joven: “Entonces quiero morir”, cruzando los brazos sobre su pecho. El sacerdote hizo la señal de la cruz sobre el joven, y este, cerrando los ojos, descansó felizmente.

 

(De Orthodox Tradition, vol. XIV, nº 4 [1997], págs. 10-12)

El siguiente artículo fue escrito para esta columna en 1989 por el arzobispo Crisóstomo. Varios lectores pidieron que se volviera a editar, dado su contenido instructivo y a causa de la escasez de escritos sobre este tema tan importante en los pensadores ortodoxos.

Durante mucho tiempo he dudado en emprender la tarea de abordar el intrínseco problema de la sexualidad humana desde un punto de vista ortodoxo. En circunstancias normales, este tema tan personal es una cuestión de orientación confesional y no algo que se aborde en una conversación cualquiera o en un foro público. Pero las circunstancias de la sociedad en la que vivimos son de todo menos normales. No solo se tratan abiertamente temas sexuales en los espacios menos adecuados, sino que impera en nuestra sociedad una gran perversión con relación a la naturaleza de la sexualidad humana. Así, los clérigos no deben permanecer en silencio, incluso aquellos de nosotros que nos encontramos en la vida monástica.

Al abordar temas diversos sobre la sexualidad humana, quiero aportar a esta área de estudios dos cosas: en primer lugar, la enseñanza de la Iglesia Ortodoxa, en la medida en la que la entiendo después de varias décadas de lectura de los Santos Padres, y en segundo lugar, mi propia experiencia como psicólogo, que incluye algunos años de estudio e investigación en el ámbito del desarrollo psico-sexual. Ciertamente, puede haber otros mejor cualificados que yo para escribir sobre estas cuestiones, pero las necesidades de los que tengo a mi cargo como pastor me impulsan a hablar en un momento de necesidad, dejando de lado mis limitaciones admitidas en conocimiento y experiencia. Un problema molesto que afrentan los pastores y los consejeros en estos días es el auto-abuso (o masturbación), un problema que un padre de la Iglesia en particular, San Nicodemo de la Santa Montaña, ha considerado en profundidad. Sus comentarios y las enseñanzas de la Iglesia han sido en parte ocultados bajo el manto de las teorías modernas que, lamentablemente, han sido acogidas por los pastores, a su vez,  de fuentes  heterodoxas (e incluso anti-cristianas). Por otra parte, la vergüenza natural que un cristiano piadoso siente ante la discusión de un asunto como este ha servido para que las enseñanzas de la inacción y el mal proliferen, de forma que se han convertido en negligentes pastores de la Iglesia aquellos que no enseñan la verdadera posición de la Iglesia con respecto a esta grave cuestión. La sexualidad es parte de nuestra naturaleza caída. Es mala solo en la medida en la que abusamos de ella, y sin duda, el mal uso que se inicia con la curiosidad de los jóvenes, se acentúa en la etapa de la pubertad. En la etapa del auto-descubrimiento sexual, el problema de la masturbación es, nos guste o no admitirlo, bastante universal. Los sacerdotes siempre se han dado cuenta de esto y han actuado con la diligencia de lidiar con los adolescentes que entran en este pecado con paciencia y orientación cuidadosa. Con el tiempo, estos jóvenes pueden ser llevados a comprender su naturaleza, para poner fin a la misma antes de que se convierta en un hábito, y entender que el impulso sexual, como cualquier otra cosa, está sujeto a un control.

Mientras que los casos morales y saludables de la pureza adolescente existen (a pesar de la actitud prevaleciente de que esto es anormal), la práctica del auto-abuso a menudo se convierte en, más o menos, habitual a través de la etapa de la juventud. El auto-control no es algo fácil de conseguir por parte de los jóvenes en sus años confusos y en los primeros años de la madurez sexual. Este es un hecho lamentable, pero es un hecho, y de nuevo aquí hay que orientar a los jóvenes con comprensión y paciencia. Pero nuestra orientación debe centrarse en el hecho de que esta actividad es incorrecta, y debe ser corregida, y que ciertamente no es una cuestión de costumbre social, tal como lo llamamos hoy en día: “instinto natural”. Los hábitos no se pueden superar si pensamos que son buenos o inocentes. Debemos saber que son malos y perjudiciales, antes de que sepamos controlarlos. Y esta es la importante perspectiva que la Iglesia debe restaurar. Auto-abuso no es, como muchos afirman hoy en día, e incluso algunos sacerdotes ortodoxos, un tema sin importancia o algo accidental. Es un pecado, y es bastante grave cuando se convierte en algo habitual.

San Nicodemo llama a este pecado una trampa y señala que, de acuerdo con los Padres, los que están atrapados en sus redes tienen grandes dificultades para salir de él por si mismos y por lo tanto ponen en peligro sus almas (Pidalion, Atenas, 1982, págs. 704-705). En efecto, el octavo canon de San Juan designa, para un laico que incurre en este pecado, además de la exclusión de la Santa Comunión, cien postraciones cada día durante cuarenta días, junto con una dieta exclusiva de pan y agua solamente. Su décimo canon además impone una suspensión de un año para cualquier sacerdote que caiga en el auto-abuso, y en caso de que se continúe en tal pecado dos o tres veces más, la deposición completa. Por otra parte, a la famosa declaración inequívoca de San Pablo en 1ª Corintios 6:9-10, de que los que practican la sodomía y que son “afeminados” no pueden heredar el “Reino de Dios”, San Nicodemo subraya con razón que este pecado abre la mente y el alma a la influencia demoníaca. Es un camino de auto-seducción y la completa distorsión del significado de la sexualidad humana y por supuesto, la imagen pura que el ser humano busca debe ser restaurada en la vida espiritual. En la actualidad existen pocos médicos que atribuyan al auto-abuso los efectos físicos negativos mencionados por los padres de la Iglesia. Sin embargo, esto no está sobre la base de una cuidadosa investigación, sino que se deriva de su aceptación de las teorías prevalecientes. Los padres basan sus observaciones en los datos de médicos piadosos que cuidadosamente controlan la vida moral de sus pacientes y los consiguientes efectos sobre su salud física. Estas cosas ya no se hacen hoy en día. Por lo tanto, las observaciones sobre la cual los padres basan sus conclusiones se ponen a menudo en entredicho. Sin embargo, los padres se basan en datos empíricos y los médicos modernos en teorías no probadas. De otro lado, existe un amplio apoyo en los padres y los médicos cristianos del pasado que lo creían firmemente.

Hoy sabemos que existe una estrecha relación entre la mente y el cuerpo y, sin duda, los padres tenían razón al vincular la salud del cuerpo con la del alma. Por lo tanto, mientras no tengamos estudios empíricos contemporáneos que apoyen las pretensiones de los padres con respecto a los efectos negativos de la masturbación, sin duda podremos afirmar que la teoría en la que se basan sus puntos de vista (esta vida moral, que es un tema sobre la mente y el alma, tiene consecuencias en la salud física del organismo) es válida. Por otra parte, los que estamos más capacitados en psicología tradicional somos perfectamente conscientes de que la masturbación tiene efectos profundos en la psique, y por tanto, en última instancia, en el cuerpo físico. (Incluso Freud, cuya revolucionaria visión de la sexualidad humana es a veces menos que sana y edificante, aconsejó a su hija y a otros pacientes evitar el auto-abuso).

El auto-abuso tiene dos efectos psicológicos muy graves. En primer lugar, se enfoca la sexualidad humana lejos de la dimensión interpersonal y por lo tanto distorsiona su objetivo natural: la procreación, que a su vez involucra a dos personas, un hombre y una mujer. De este modo, se individualiza la sexualidad humana y se llega a concentrar uno en sí mismo. Este narcisismo puede ser perjudicial para la psique, lo conduce al egoísmo, a la falta de preocupación por los demás, y, de hecho, a la disfunción sexual. Y en la medida en que esta práctica se centra en uno mismo, es perfectamente posible que se conduzca a la fijación anormal de los que son del mismo sexo. Esto a su vez puede conducir a la homosexualidad. Por lo tanto, tal vez sea una casualidad el que, en algunos momentos en que la clase sacerdotal enseña que la masturbación es normal, la homosexualidad (y la bisexualidad) se abra más, siendo más prevaleciente en la población humana.

La otra consecuencia negativa de la masturbación es que fomenta ilusiones y fantasías. La sexualidad humana está embriagada. Las pasiones sexuales son, de hecho, satisfechas rápidamente (por lo cual son razonablemente fáciles de controlar). Así, cualquiera que sea la fantasía que uno pueda tener, en la actualidad, el comportamiento sexual estará limitado por todos lados por límites físicos. Por otra parte, la sexualidad normal, que implica tanto a un hombre y a una mujer, también se basa en la relación personal y amorosa de dos personas, que tienden a transformar la fantasía apasionada en una forma de intimidad y una unión que es a la vez algo digno y capaz de santificar (dentro de los límites del misterio del matrimonio). Cuando la realidad de una relación interpersonal está ausente, la fantasía permite a uno hacer lo que quiera. Y esta forma de actuar, si es que alguna vez se hace realidad, puede llevar a malas relaciones e incluso a ser violento.

Una mente que se encierra en sí misma, un individuo que puede vivir en el mundo de las pasiones, sin tener en cuenta la realidad de la interacción con los demás, puede conducir, en última instancia, a una situación de grave desequilibrio. Y este desequilibrio no sólo afecta a su salud física, como hemos comentado, sino que invita a la acción de los poderes psíquicos negativos: los demonios. Un individuo que vive en una armonía adecuada con los que le rodean, o bien controla el impulso sexual o bien lo expresa en un contexto marital saludable. Su salud se mantiene vigilante contra el mal y lo ayuda a desarrollarse como persona y como cristiano. El que carece de dicha salud, y cuya mente ha sido torcida por la tiranía de las pasiones, es presa de las huestes demoníacas. Y así es, por supuesto, como hablan los padres de la masturbación, como de una treta diabólica.

La pureza sexual absoluta es el resultado de una buena salud mental. Es normal. La indulgencia sexual es anormal. Esto es lo que hay que destacar a nuestros jóvenes. Si el equilibrio que acompaña a la adolescencia conduce a ciertas caídas, los jóvenes deben ser dirigidos lejos de estas caídas. Deben saber que la salud sexual reside, en realidad, en una vida de pureza absoluta (descartando el vicio, por supuesto), o en el matrimonio, en el que las pasiones son modificadas por un misterio de la Iglesia, y al mismo tiempo, por la rectitud natural, que acompaña a los actos físicos llevados a cabo en un ambiente de amor y respeto mutuos. El auto-abuso no es normal, sino anormal. Y si se adhiere a él una gran culpa, no es esto el resultado de que la Iglesia llame a este pecado anormal, sino que es el resultado de lo que naturalmente se produce a partir de algo que pervierte la mente, el cuerpo y el alma. Es tan natural como la culpa que uno siente al quitar una vida, ya sea intencionadamente o no, y nos ayuda a entender la grave anormalidad de lo que hoy se llama “una cosa sin importancia y natural”

Arzobispo Crisóstomo.

LAS PASIONES

Conversando con el padre Macario, se me ocurrió decirle que, viviendo en la sociedad y sin razón aparente, una chica caería en sus propias fantasías. Una palabra llevó a otra, y nos apegamos tanto a ellas que después nos vemos obligados, por temor a los celos, esconder esto a nuestras esposas. Incluso en la oración y en la Iglesia, uno siempre piensa en ellas. Por supuesto, con el paso del tiempo este apego pasa desapercibido y se olvida, pero aún así …

“Sí”, dijo el padre Macario, con un gran suspiro, “para la gente de la alta sociedad, la frivolidad parece más bien insignificante. Pero de todos modos, un terrible mal se oculta en ella, provocando un abismo de problemas y desgracias y robando su tesoro espiritual. El Salvador dice claramente: “Quienquiera mire a una mujer codiciándola, ya cometió con ella adulterio en su corazón” (Mateo 5:28, Versión Straubinger). Ya ves, sólo mirabas lujuriosamente, y el pecado ya ha comprometido y roto el mandamiento de Dios. Incluso desde un punto de vista mundano, cuántas tristezas son causadas por tales deseos. Aquí, como yo lo veo, ahora vives en paz y con tu familia. Amas a tu esposa y ella te ama. Eres sincero con ella, y tienes en ella a una amiga que participa con entusiasmo en tus penas y alegrías. Pero tan pronto como la ausencia de fe entra en tu corazón, el demonio se apoderará de él de inmediato y se inscribirá con tan fuerza que será difícil para ti que se detenga y vuelva a su deber sagrado. No hay mucha distancia desde esto a la caída completa, y si lo cometes, todo esto trastornará a tu esposa, si te es fiel, y tendrás un enemigo en lugar de un amigo; comenzarás a sentir odio hacia ella en vez de amor, incomodidad, verás en ella a un obstáculo para la satisfacción de tu pasión incruenta e inhumana, y ni siquiera te darás cuenta de que te has convertido en un enemigo de la ley contra tu cónyuge legal. ¡Qué amargo futuro que hay en esa vida! Pero eso es sólo aquí, así que ¿qué sucederá más allá de la tumba? Algo terrible … “Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo” (Hebreos 10:31)”.

“Instrúyeme, padre”, le dije, “¿cómo puedo protegerme de la terrible tentación de las pasiones, en general, y de los pensamientos tentadores, mientras rezo en casa o incluso en la Iglesia?”.

“El principio de todas estas tentaciones”, respondió el anciano, “es el orgullo. El hombre imagina que está viviendo piadosamente, no juzgando a su propio pecado en absoluto, pero incluso a veces juzga a los demás y entonces el Señor permite que el enemigo ponga trampas para Él. Está atento a tu propio modo de vida, revisa tu conciencia, y que sea siempre Su voluntad, con la convicción de que aún no has cumplido ni un solo mandamiento del Señor como debe hacerlo un cristiano. Razonando de esta manera, verás claramente tus debilidades espirituales, que causan la caída carnal. Con el fin de prevenirte a ti mismo de estas caídas, debes adquirir el don de la humildad. En cuanto a los pensamientos pecaminosos en la Iglesia o rezando en casa, no te preocupes, pues no son causados por ti, sino por el enemigo. Trata de no pensar en estos pensamientos, sino céntrate en Dios y en lugar de la oración: ¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi, pecador!, tienes aquí otro ejemplo para ti: cuando los padres llevan a sus hijos pequeños a dar un paseo, por lo general dejan que los niños vayan por delante, no quitándoles el ojo de encima, y entonces sale un perro corriendo desde algún lado y los niños van hacia él, y entonces dicen: ¿Qué es lo que hacéis? Así los niños corren hacia sus padres, llorando y dicen: ¡Papá!¡Mamá!, con la sencillez infantil y la fe pura de que sus padres están para ayudarlos. Lo mismo existe para ti en el camino de tu vida espiritual. Si nuestro tentador, el diablo, comienza sus ardides contra ti, no te turbes, y ni siquiera intentes luchar contra él por ti mismo, sino con premura infantil grita a tu Padre Celestial: “Señor, yo soy creación tuya, ten misericordia de mí”. Por último te diré que, en mi opinión, es difícil protegerse de las tentaciones del mundo, viviendo en las grandes ciudades. ¿Cómo puede un hombre que todavía está espiritualmente débil mantenerse firme contra las tentaciones del mundo contemporáneo? Date cuenta de que la alta sociedad se compone en parte de personas con otras creencias, y en parte de cristianos que, aunque sean ortodoxos, han sido seducidos por las costumbres del mundo en su debilidad, que son ortodoxos sólo de nombre, mientras que en realidad se han desplazado lejos de la ortodoxia verdadera. Es difícil luchar contra las pasiones, pero es incomparablemente más difícil resistir las tentaciones continuas. Finalmente el lujo, la búsqueda de la moda, los objetos de esta forma de vida, todo este entorno sofisticado y caro del medio financiero sería suficiente para satisfacer todas las exigencias de la alta sociedad.”

“Tú mismo has dicho que tus asuntos financieros están en desorden, pero a medida que vivas más tiempo en el campo, tu situación financiera mejorará. Sí, y no solo eso. El alma humana, como ser inmortal, no puede permanecer en la misma condición, es decir, mejorando y empeorando. No es de extrañar que, al vivir una vida tranquila en el campo, y por supuesto, con la ayuda de Dios, tu estado espiritual mejorará al menos un poco”. (Del anciano Macario de Optina, por el padre Leonid Kavelin [Platina, CA, St. Herman of Alaska Brotherhood Press, 1995) Esta era la 4ª carta de una serie de cartas dirigidas a un rico joven terrateniente casado, del siglo XIX, en la alta sociedad rusa.

SOBRE EL DEMONIO DE LA LUJURIA Y EL DESEO DE LA CARNE

Nuestra segunda lucha es contra el demonio de la fornicación y el deseo de la carne, el deseo que empieza a molestar al hombre desde el comienzo de su juventud. Esta dura lucha tiene que ser combatida con el alma y con el cuerpo, y no solo con el alma, como en el caso de otras faltas. Por lo tanto, hay que luchar en dos frentes.

El ayuno corporal por sí solo no es suficiente para conseguir el dominio perfecto sobre sí mismo y una verdadera pureza, sino que debe ir acompañado por una contrición del corazón, intensa oración a Dios, la meditación frecuente en las Escrituras, esfuerzo y trabajo manual. Estos son capaces de controlar los impulsos inquietos del alma y restablecerlo de sus fantasías inconfesables. La humildad del alma ayuda más que todo lo demás y sin embargo, sin ella no se puede superar la falta de castidad o cualquier otro pecado. Entonces, primeramente tenemos que poner el mayor cuidado en proteger el corazón de los pensamientos malignos, ya que, de acuerdo con el señor, fuera del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la falta de castidad y lo demás (Mateo 15:19).

Se nos dice que ayunemos no sólo para mortificar nuestro cuerpo, sino también para mantener nuestro intelecto vigilante, para que no se oscurezca debido a la cantidad de comida que hemos ingerido y por lo tanto no podremos guardar sus pensamientos. Por tanto, no debemos poner todo nuestro empeño en el ayuno corporal, sino que también debemos prestar atención a nuestros pensamientos y a la meditación espiritual, ya que de lo contrario no seremos capaces de avanzar a las alturas de la verdadera pureza y a la castidad. Como ha dicho nuestro Señor, hay que limpiar primero el interior de la copa y el plato, para que su exterior también esté limpio (Mateo 23:26).

Si estamos realmente ansiosos, como dice el apóstol Pablo, por luchar legalmente para ser coronados (2ª Timoteo 2:5), para superar el espíritu impuro de la fornicación, no debemos confiar en nuestras propias fuerzas y en la práctica ascética, sino en la ayuda de nuestro Señor. Nadie deja de ser atacado por este demonio hasta que realmente cree que va a ser sanado y poder así alcanzar la altura de la pureza, no a través de su propio esfuerzo y trabajo, sino a través de la ayuda y la protección de Dios. Pues la victoria está más allá de los poderes naturales del hombre. En efecto, el que ha pisoteado los placeres y las provocaciones de la carne está, en cierto sentido, fuera del cuerpo. Por lo tanto, nadie puede alcanzar este gran premio y la santidad celestial con sus propios medios y aprender así a imitar a los ángeles, a no ser que la gracia de Dios lo ensalce desde el fango terrenal. Ninguna virtud puede hacer al hombre tan parecido a un ángel espiritual como el dominio de sí mismo, ya que permite a los que todavía viven en la tierra que lleguen a ser, como dice el apóstol, ciudadanos del cielo (Filipenses 3:20). Una señal de que hemos adquirido esta virtud perfectamente es que nuestra alma ignora las imágenes que produce la fantasía contaminada durante el sueño, porque incluso si la producción de este tipo de imágenes no es un pecado, sin embargo, es una señal de que el alma está enferma y no ha sido liberada de la pasión. Por lo tanto, debemos considerar las fantasías impuras que surgen en nosotros durante el sueño como la indolencia de nuestra prueba y la debilidad que existe en nosotros, ya que la emisión que se lleva a cabo mientras nos relajamos durante el sueño revela la enfermedad que se esconde en nuestras almas. Debido a esto, el Doctor de nuestras almas también ha dispuesto el remedio en las regiones ocultas del alma, reconociendo que la causa de nuestra enfermedad está ahí, cuando dice: “Quienquiera mire a una mujer codiciándola, ya cometió con ella adulterio en su corazón” (Mateo 5:28, Versión Straubinger). Trata de corregir no tanto los ojos inquisitoriales y castos como el alma que tiene su sede dentro y hace mal uso de los ojos que Dios le ha dado a él para sus buenos propósitos. Por eso, el libro de los Proverbios nos dice en su sabiduría: “Ante toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23), imponiendo el remedio de la diligencia en primera instancia en la que hace uso de los ojos para cualquier propósito que desee.

La manera de mantener la guardia sobre nuestro corazón estriba en expulsar de la mente todo recuerdo demoníaco sobre la inspiración de las mujeres, incluso de la madre o de la hermana o cualquier otra mujer devota, no sea que morando en ella durante mucho tiempo, la mente surja de la cabeza por medio del engañador mediante degradados y perniciosos pensamientos. El mandamiento dado por Dios al primer hombre, Adán, decía que aplastara la cabeza de la serpiente (Génesis 3:15), es decir, durante los primeros indicios de pensamientos perniciosos por medio del cual la serpiente intenta introducirse en nuestras almas. Si no admitimos la cabeza de la serpiente, que es la provocación del pensamiento, no admitiremos el resto de su cuerpo, es decir, el consentimiento al placer sensual que sugiere la idea, y así degrada la mente hacia el acto ilícito en sí mismo.

Como está escrito: “Exterminaré cada día a todos los pecadores del país” (Salmos 100:8), distinguiendo a la luz del conocimiento divino de nuestros pensamientos pecaminosos para luego erradicarlos por completo de la tierra, y de nuestros corazones, de acuerdo con las enseñanzas del Señor. Mientras los hijos de Babilonia, y me refiero a nuestros malos pensamientos, son todavía jóvenes, debemos derribar a la tierra y aplastarlo contra las rocas (Salmos 136:9; 1ª Corintios 10:4). Si estos pensamientos se fortalecen porque asentimos a ellos, no seremos capaces de superarlos sin dolor y trabajo. Es bueno recordar los dichos de los padres, así como los pasajes de la Sagrada Escritura citados anteriormente. Por ejemplo, San Basilio, obispo de Cesarea en Capadocia, dijo: “No he conocido a ninguna mujer, y sin embargo no soy virgen.” Reconoció que el don de la virginidad se logra, no tanto por la abstención de relaciones sexuales con una mujer, como por la santidad y la pureza del alma, la cual, a su vez, se logra por el temor de Dios. Los padres también dicen que no se puede adquirir completamente la virtud de la pureza, a menos que primero se haya adquirido una verdadera humildad de corazón. Y no se concederá el verdadero conocimiento espiritual, a menos que la pasión de la fornicación que yace en lo más profundo de nuestras almas sea eliminado. Para terminar esta sección, recordemos uno de los escritos apostólicos que además ilustra su enseñanza sobre cómo adquirir dominio sobre sí mismo. Dice: “Procurad tener paz con todos y santidad, sin la cual nadie verá a Dios” (Hebreos 12:14). Está claro que está hablando de la siguiente moderación: “que no haya ningún fornicario o profanador, como Esaú” (Hebreos 12:16). Cuanto más celestial y angélico sea el grado de santidad, más pesados son los ataques de los enemigos a los que se está sometido. Por lo tanto, debemos tratar de lograr no sólo el control corporal, sino también la contrición del corazón con frecuentes oraciones de arrepentimiento, para que con el rocío del Espíritu Santo podamos apagar el horno de nuestra carne, encendido diariamente por el rey de Babilonia con el fuelle del deseo (Daniel 3:19). Además, se nos ha dado una gran arma en forma de vigilias sagradas, pues al igual que el reloj nos mantenemos sobre nuestros pensamientos de día y nos trae la santidad por la noche, así la vigilia de la noche nos trae la pureza del alma durante el día.

PASAJES IMPORTANTES DE LAS ESCRITURAS QUE MERECEN MEMORIZARSE PARA COMBATIR LAS PASIONES.

“Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os abstengáis de la fornicación; que cada uno de vosotros posea su propia mujer en santificación y honra, no con pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios” (1ª Tesalonicenses 4:3-5)

“Amados míos, os ruego que os abstengáis, cual forasteros y peregrinos, de las concupiscencias carnales que hacen guerra contra el alma” (1ª Pedro 2:11)

 

“Andemos como de día, honestamente, no en banquetes y borracheras, no en lechos y lascivias, no en contiendas y rivalidades; antes bien, vestíos del Señor Jesucristo y no os preocupéis de servir a la carne en orden a sus concupiscencias” (Romanos 13:13-14)

 

“Fornicación y cualquier impureza o avaricia, ni siquiera se nombre entre vosotros, como conviene a santos; porque si bien, da vergüenza hasta el nombrar las cosas que ellos hacen en secreto” (Efesios 5:3, 12)

 

“Pues si vivís según la carne, habéis de morir; mas si por el espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis” (Romanos 8:13)

 

“Mas Yo os digo: Quienquiera mire a una mujer codiciándola, ya cometió con ella adulterio en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te hace tropezar, arráncatelo y arrójalo de ti; más te vale que se pierda uno de tus miembros y no que sea echado todo tu cuerpo en la gehena” (Mateo 5:28-29)

 

“El que tiene mis mandamientos y los conserva, ese es el que me ama” (Juan 14:21)

 

Oración de Santa Justina contra la lujuria

La joven tenía costumbre de ofrecer oraciones al Señor cada noche, y en la hora tercera, una noche en la que se había levantado para orar a Dios, sintió en su cuerpo como un fuerte viento, es decir, una especie de tormenta maligna llena de deseos carnales, el ardor de las llamas del infierno. Fue asediada por el asalto y la tormenta interior de este deseo durante mucho tiempo: el recuerdo del joven Aglaias vino a su mente y surgieron de ella malos pensamientos. Sintió su sangre hirviente como en una caldera, y la doncella se asombraba y se avergonzaba de sí misma pensando que se la pudiera ver como una mujer vil. La sabia Justina entendió que era el diablo el que había suscitado esta lucha dentro de ella, y en seguida tomó el arma de la cruz. Se apresuró a dirigirse a Dios en oración ferviente y clamó a Cristo, su Esposo, desde lo más profundo de su corazón, diciendo: “Oh Señor Jesucristo, Dios mío, he aquí que mis enemigos se han levantado contra mí, y han preparado una trampa para mis pies. Mi alma está abatida, pero me he acordado de tu nombre en la noche y me he consolado. Cuando me rodearon, huí a ti, con la esperanza de que mi adversario no pudiera alegrarse de mí, pues tú sabes, oh Señor Dios mío, que soy tu sierva (siervo), y para ti he mantenido la pureza de mi cuerpo, y a Ti he confiado mi alma. Por eso, preserva a tu indigna sierva (indigno siervo), oh buen Pastor y no permitas que la bestia que busca devorarme me consuma, y concédeme prevalecer sobre los malos deseos de la carne. Amén”.

Habiendo orado así durante mucho tiempo, la santa virgen avergonzó al enemigo, y este, superado por su oración, huyó de ella humillado, volviendo la calma al cuerpo y al corazón de Justina. La llama del deseo se apagó, el conflicto dentro de ella cesó, y su sangre dejó de hervir, por lo que cantó un himno de victoria, dando gloria a Dios:

“No podemos”, dijo el diablo, “ver y contemplar el signo de la cruz, y así debemos huir de él, porque al igual que el fuego, nos quema y nos conduce muy lejos”.

(Consejo: Los que sufren de pasiones carnales harían bien en leer las “Oraciones para la pureza” del Libro de Servicios (Eucologio)

 
Traducido por P.A.B
Fresco de un Monje crucificado por las pasiones expuesto en el Monte Athos

Fresco de un Monje crucificado por las pasiones expuesto en el Monte Athos



Categorías:Hogar cristiano, vida ortodoxa en el mundo

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