¿Por qué somos ortodoxos?

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¿Por qué somos ortodoxos?

 

Alexei Ilyich Osipov

 

 

 

En nuestra época, estamos en una situación en la que no podemos separarnos por murallas, o por cualquier otro medio, del ilimitado pluralismo religioso. El hombre se encuentra frente a tal proliferación de tendencias religiosas, cada una ofreciendo sus propios ideales, normas de vida y puntos de vista, de modo que las generaciones anteriores no nos envidiarían. Lo poco de antes era más simple. La principal opción para un investigador era muy clara, religión o ateísmo. Hoy estamos frente a algo mucho más complicado y peor. Ahora, antes de llegar a la Ortodoxia, cualquiera tiene que recorrer tres difíciles pasos.

Ya conocemos el primer paso: ¿Dios existe, o no? Si una persona ya está convencida de que Dios existe, entonces surge un nuevo problema aún más difícil. Hay muchas religiones pero, ¿cuál es la verdadera? ¿A cuál debería pertenecer? ¿Debería ser cristiano, o por qué no musulmán, o budista, o Hare Krishna? No quiero nombrar más; hay muchas religiones y pseudo-religiones, sectas y grupos sincréticos, y vosotros las conocéis mejor que yo. En una palabra; una persona se enfrenta a una interminable cuestión: ¿por qué, por qué y por qué? Esta es la naturaleza del primer paso.

Después de pasar por esta densa jungla de religiones y llegar al convencimiento de que el Cristianismo es verdadero, una persona se enfrenta con una, no menos, complicada cuestión: ¿A qué se puede llamar cristianismo? Después de todo, tiene muchas ramas. ¿Cuál debe ser, ortodoxo, católico o protestante (luterano, pentecostal, bautista…)? Así, el tercer paso no es tampoco tan simple.

Os contaré un secreto; o para ser más exactos (lo nombraré pero no os lo diré porque esto requeriría otra conversación), hay también un cuarto paso que requiere un particular celo espiritual, y un atento y continuo estudio de la Santas Escrituras y las obras de los santos padres y ascetas, esfuerzo y lucha con vuestras pasiones y debilidades. Es el paso más difícil, y por eso no lo nombré de inmediato. Consiste en conocer qué es la Ortodoxia, y qué significa ser ortodoxo. Esta cuestión se está haciendo cada vez más y más aguda en estos tiempos.

Esta es la situación con la que se enfrenta el hombre moderno. Por otra parte, los representantes de las nuevas y antiguas religiones, o confesiones heterodoxas, generalmente tienen tantas oportunidades de difundir la propaganda de sus ideas a través de los medios de comunicación, como los ortodoxos.

Ahora vamos a pasar a través de esta fila de salas que se abre ante cada persona que busca la verdad, y veamos si solo las más comunes, pero principales características, que muestran porqué una persona de hecho debe (y no solo puede, aunque verdaderamente debe) por razones inteligentes, convertirse no es un simple creyente en la existencia de Dios, no solo generalmente religioso, y no simplemente cristiano, sino cristiano ortodoxo.

Por lo tanto, el primer paso: “religión y ateísmo”. En las conferencias, a veces me encuentro con gente que está verdaderamente educada, escolarizada, y no son superficiales mentales; y constantemente me encuentro con la misma pregunta: ¿existe Dios? ¿Quién es Él? Así, si Dios existe, ¿entonces por qué no entra en el tribunal de las Naciones Unidas y se anuncia a sí mismo? E incluso escucho: “¿ Por qué es Dios necesario?” . ¿Qué puedo decir a esto?.

No hay duda de que la cuestión principal para el hombre, independientemente de si la reconoce y solo la siente y la experimenta inconscientemente, es la cuestión del sentido de la vida. Estoy seguro de que cualquier persona y toda la gente se preguntará esto inequívocamente. El sentido es, por supuesto, vida. Y no solo vida, sino una vida que es consciente, llena de sentimientos de satisfacción positivos, alegría, amor, etc. Y, ¿cómo puede ser de otra forma? Nunca nadie ha logrado considerar o insistir que el último sentido de la vida del hombre podría ser el sueño eterno o la muerte.

Aquí se encuentra el impasible muro entre la religión y el ateismo. El cristianismo confirma que esta vida terrenal es solo el principio, la condición y el sentido para preparar la eternidad; por lo tanto, prepárate a ti mismo, oh hombre, pues la vida eterna te espera. Por otro lado, el cristianismo ofrece todo lo necesario para una digna entrada en la vida eterna. Pero, ¿qué afirma el ateismo? Cree, oh hombre, que no hay eternidad, ni Dios, ni alma. Un ser humano es tan mortal como su cuerpo. Por lo tanto, en el análisis final, la muerte te espera a ti y a toda la humanidad. ¡Qué horror, qué pesimismo, que desesperación! Las mismas palabras ponen la piel de gallina: “¡Oh hombre, la muerte eterna te espera!” (No estoy hablando de esos extraños argumentos propuestos por la creencia atea de la no existencia de Dios). Esta afirmación por sí sola es suficiente para hacer estremecer el espíritu humano. No, sálvame de tal creencia.

Cuando una persona se pierde en el bosque, busca el camino a casa. Entonces, de repente ve a alguien y le pregunta: “¿Hay alguna forma de salir de aquí?”. Le da una respuesta: “No, y ni siquiera la busco. Acostúmbrate a estar aquí”. ¿Le satisfará tal respuesta? Es dudoso. ¿No seguirá buscando? Cuando encuentra a otra persona que le dice: “Sí, hay forma de salir, y te mostraré la manera de salir de aquí”. ¿No creerá la persona perdida probablemente esta respuesta? Lo mismo sucede en el ámbito del la búsqueda, cuando una persona se encuentra a sí misma de frente con la religión y el ateismo. Mientras la chispa de la búsqueda de la verdad y del sentido de la vida esté en una persona, no podrá aceptar psicológicamente el concepto que él, como individuo, y por lo tanto toda la gente, se dirijan a una muerte eterna. Entonces, ¿cuál es el punto de moralidad, el ideal de bondad, auto sacrificio, amor por los demás, si morimos mañana?.

Un argumento no menos criminal para el ateismo es la pregunta: “¿Qué debo hacer para estar seguro de que no hay Dios? ¿Debo convertirme en científico? Pero hay muchos científicos que creen en Dios. ¿Debo convertirme en filósofo? Pero también hay muchos filósofos que creen en Dios. “Pero sin ninguna respuesta a esta pregunta, el ateismo se convierte simplemente en una fe ciega. Sin embargo,  la respuesta es obvia: hay sólo un camino para estar seguros de la existencia o la inexistencia de Dios. Este es andar sobre el camino de la vida religiosa. Simplemente no hay otro camino.

Acabo de señalar un paso, psicológicamente muy esencial, a través del cuál creo que ya es suficiente para que cada persona, con un alma vida, pueda entender que sólo una visión que acepta como su fundamento al Ser al que llamamos Dios, nos permitirá hablar del sentido de la vida.

Por lo tanto, creo en Dios. Vamos a considerar que hemos pasado por la primera sala.

Ahora voy a la segunda… Pero, ¡Dios mío! ¿Qué veo aquí? Está llena de gente, y cada uno dice: “Solo yo tengo la verdad”. Cristianos, musulmanes, confuncionistas, budistas, judíos y Dios sabe quién más. Así que, ahí está, el creyente en Dios, entre todos los creyentes, intentando averiguar quién tiene la razón, a quien debe creer. Esto es mucho trabajo…

* * *

Paso dos

EL CRISTIANISMO ES VERDADERO

¿Qué religión es verdadera? Probablemente la única que pruebe su origen divino, pues hemos determinado que Dios es verdad. Para hacer esto, una religión debe proporcionar pruebas objetivas de que su enseñanza no se había adoptado de cualquier parte, o basado en algunos sistemas religiosos o filosóficos. Por lo tanto, el cristianismo (y solo él) cumple este requisito. Si estuvieras alguna vez en la posición de tener una discusión con representantes de otras religiones sobre este tema, preguntarás: “¿Qué argumentos tiene para confirmar la verdad de su religión?” No podrás ni siquiera imaginar cuán incontestable es esta pregunta para ellos.

El cristianismo es una completa serie de argumentos objetivos (enfatizo, objetivos), que testifican por sí mismos cómo tiene específicamente una religión a Dios como su fuente. Tal afirmación puede parecer muy dura, y por lo tanto requiere un tiempo especial para elaborarla en forma adecuada. Por ahora, sin embargo, voy a presentar solamente los siguientes argumentos.

Histórico. Este argumento elocuentemente muestra que bajo las condiciones de tres siglos de crueles persecuciones contra los cristianos por los judíos y el imperio romano, el cristianismo no hubiera sobrevivido sin especial ayuda divina.

Espiritual y moral. Este argumento habla de un completamente nuevo entendimiento “anti religioso” de la salvación del hombre. La primera persona en entrar al paraíso fue un ladrón.

Doctrinal. Este argumento analiza todas las verdades fundamentales del cristianismo (sobre el Dios del amor, el Dios de la Trinidad, el Logos, la Encarnación, el Salvador crucificado, la Resurrección de Cristo, la salvación, los sacramentos, la escatología) como opuesto a las enseñanzas de las religiones previas y los sistemas filosóficos. Este análisis muestra que todas las verdades cristianas específicas de la fe son fundamentalmente nuevas en la historia espiritual de la humanidad. Incluso Frederick Engels tuvo que admitir que el cristianismo “estaba en franca contradicción con todas las religiones que existían entonces”. Pero si esto es verdad, entonces ¿de dónde viene? Especialmente si tomas en consideración que ni Cristo ni sus apóstoles, muchos de ellos simples pescadores, eran gente educada y no pudieron haber adoptado tan nobles ideas de una fuente externa, tampoco podrían haber fundado básicamente una nueva religión con la fuerza de sus propias mentes. Por lo tanto, solo hay una cosa por hacer, reconocer la divinidad de Cristo, y también, la verdad de su religión.

* * *

Paso Tres

 

DIME QUIENES SON TUS SANTOS Y TE DIRÉ QUÉ ES TU IGLESIA

Para entender lo que es una Iglesia cristiana, basta, sin ni siquiera mirar su doctrina, con mirar a sus santos. El árbol se conoce por sus frutos, y cualquier Iglesia declara santos a los que vivieron estos ideales en sus vidas. La canonización de un santo, por lo tanto, refleja que el testimonio de la Iglesia no solo sobre el cristiano que es tomado como un ejemplo a seguir, sino que también el testimonio de la Iglesia dado primeramente a sí misma. Muy cuidadamente se puede juzgar la autenticidad, o la falsa santidad de la iglesia misma por sus santos.

Ahora, en primer lugar, me detendré en la comparación entre los santos más grandes de la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa.

Uno de los principales pilares de la santidad católica es Francisco de Asis (s. XIII). Su autoconciencia espiritual está revelada bastante claramente por los siguientes hechos. Un día, Francisco oró mucho (el tema de su oración es enseñado extraordinariamente) “sobre dos misericordias”. “La primera es que yo… puedo… experimentar todos los sufrimientos que Tú, Dulcísimo Jesús, padeciste en tu tortuosa pasión. La segunda misericordia… es que… yo podría sentir… el amor infinito con que tú, oh Hijo de Dios, me abrasas”. Como podemos ver, Francisco no estaba turbado por un sentimiento de su propio pecado, como están todos los santos; aquí es claramente vista su abierta pretensión a la igualdad con Cristo en sus sufrimientos y su amor. Durante su oración, Francisco “sintió en sí mismo convertirse completamente en Jesús”, y le sucedió algo que nunca antes había sucedido en la historia de la Iglesia: dolorosas y sangrantes heridas (estigmas) aparecieron sobre él, “las marcas del sufrimiento de Jesús” (1).

Aquí, debemos señalar que la naturaleza de estos estigmas es bien conocida en la psiquiatría. No cesar de concentrar la atención en los sufrimientos de Cristo sobre la cruz puede despertar, extremadamente, los nervios y la psique de una persona, y si practicó lo suficiente, puede provocar este fenómeno. No hay nada sobrenatural o milagroso aquí. En esta “compasión” por Cristo, no está el verdadero amor con el que habló el Señor claramente: “El que tiene mis mandamientos y los conserva, ese es el que me ama” (Juan 14:21). Por el contrario, la substitución de las experiencias oníricas de “compasión” por la lucha con las pasiones pecaminosas de uno mismo, es uno de los más graves errores en la vida espiritual, que ha conducido, y aún lo hace, a los ascetas a la vanidad y el orgullo, conectados a menudo directamente con alteraciones psicológicas (véase el “sermón” de san Francisco a los pájaros, al lobo, a las palomas, a las serpientes, a las flores, etc.; su reverencia ante el fuego, las piedras, las lombrices). No es de extrañar por lo tanto que san Francisco clamara redimir los pecados de otras personas a través de su imitación de Cristo.

También es reveladora la meta de la vida que Francisco se propuso: “He trabajado y quiero trabajar… porque eso produce honor”. (2) ¿No es por eso, por lo que dijo abiertamente al final de su vida: ‘no tengo conocimiento de ningún pecado por mi parte que no haya redimido mediante la confesión y el arrepentimiento? (3). Todo esto testifica su ignorancia sobre sus propios pecados, su indignidad ante Dios, esto es, su total catástrofe espiritual.

Por el contrario, citamos el momento antes de la muerte de la vida de San Sisoes el Grande (s. V). “Rodeado en el momento de su muerte por sus hermanos, en aquel momento en el que estaba como conversando con seres invisibles, los hermanos le preguntaron: ‘Padre, cuéntanos, ¿con quién estás hablando?’. Sisoes respondió: “Son ángeles que han venido a llevarme, pero les estoy implorando que me dejen un poco más de tiempo, para arrepentirme’. Por esto, los hermanos, conociendo que Sisoes era perfecto en las virtudes, protestaron: ‘No tienes necesidad de arrepentirte, padre’. Sisoes replicó: “Verdaderamente, no sé si he empezado incluso a arrepentirme” (4). Este profundo conocimiento de las propias imperfecciones es la característica principal que distingue a todos los verdaderos santos.

Aquí hay pasajes de las notas de la bienaventurada Ángela (s. XIII-XIV) (5).

“El Espíritu Santo”, escribe, le dice: “Hija mía, mi dulzura… Te amo profundamente”. “Yo estaba con los apóstoles, y ellos me vieron con ojos físicos, pero no me sintieron como tú”. Entonces Ángela revela sobre sí misma: “Veo en la oscuridad a la Santa Trinidad, y me parece estar de pie en medio de la Trinidad, a la que veo en la oscuridad”. Expresaba su relación con Jesucristo, por ejemplo, con estas palabras: “Puedo conducirme a mí misma enteramente a Jesucristo”. Así, “desde su dulzura, y desde el dolor de Su partida, grité y quise morir”. Por esto, empezó a golpearse a si misma ferozmente hasta que las monjas tuvieron que llevarla fuera de la iglesia.

Uno de los más grandes pensadores religiosos rusos del siglo XX, A. F. Losev, hizo una mordaz, pero cierta evaluación de las revelaciones de Ángela. “Escribe: ‘La seducción y el engaño de la carne conducen hasta el punto en el que el Espíritu Santo se aparece a la bienaventurada Ángela y le suspira estas amorosas palabras: ‘Hija mía, mi dulzura, mi templo, hija mía, mi luz, ámame, pues te amo apasionadamente, mucho más de lo que tú me amas’. La santa está en dulce languidez, y no puede contener por sí misma este amor. Su amado sigue apareciendo, inflamando su cuerpo, su corazón y su sangre. La cruz de Cristo le parece como un lecho matrimonial… ¿Qué podría ser más contrario al austero y casto ascetismo bizantino-moscovita como estas continuas declaraciones blasfemas: “Mi espíritu fue recibido en la luz increada y ascendido”, estas miradas apasionadas a la Cruz de Cristo, a las heridas de Cristo, y a las diferentes partes de Su Cuerpo, esta forzada evocación de manchas de sangre en su propio cuerpo, y así sucesivamente? Finalmente Cristo abraza a Ángela con sus brazos que fueron clavados en la Cruz, y ella, fuera de sí con languidez, tormento, y alegría, dice: ‘Algunas veces, por este estrecho abrazo, a mi alma le parece que entra en el costado de Cristo, y el gozo que obtiene allí, y la luz, no pueden ser relatadas. Son tan grandes que a veces no puedo permanecer en pie, pero me quedo allí, incapaz de hablar… y mis extremidades se adormecen” (6).

Otra espectacular representante de la santidad católica es Catalina de Siena (s. XIV), elevada por el Papa Pablo VI al más algo rango de santidad, “Doctora de la Iglesia”. Leeré algunas notas sobre ella tomadas del libro católico escrito por Antonio Sicari, “Retratos de Santos”, (7) publicado en ruso. Estas citas (enfatizadas por mi) no requieren comentario.

Catalina tenía alrededor de veinte años. “Ella sintió que debía llevar a cabo un profundo cambio en su vida, y continuó piadosamente orando a su Señor Jesús, repitiendo esa bonita y tierna fórmula, que se convirtió en una costumbre: “¡Únete conmigo por el matrimonio de la fe!”.

“Un día, Catalina tuvo una visión: vio a su Esposo divino, abrazándola, atrayéndola a Sí mismo, pero entonces sacó su corazón fuera de su pecho para darle otro corazón, más semejante al Suyo propio”.

“Un día, dijeron que había muerto”. “Ella dijo más tarde que su corazón estaba destrozado por la fuerza del divino amor, que había pasado por la muerte, ‘y había visto las puertas del cielo’. Pero, “vuelve, hija mía”, me dijo el Señor. “Tienes que volver… Te conduciré ante los príncipes y gobernantes de la Iglesia”. “Y la humilde muchacha empezó a enviar sus cartas por todo el mundo, amplias cartas, que dictaba con asombrosa velocidad, a menudo tres o cuatro a la vez, y por varias razones, por lo que los amanuenses no podían seguirle el ritmo”.

“En las cartas de Catalina, se usaba repetida e insistentemente la frase: ‘Quiero destacar particularmente’. “Algunos dicen que en un estado de éxtasis, incluso dirigía las insistentes palabras: ¡Quiero por Cristo!”.

De su correspondencia con el Papa Gregorio XI, a quien convenció de que regresara de Aviñón a Roma, le dice: “Le dijo en el nombre de Cristo…. Le digo, padre, en Jesucristo… Responda a la llamada del Espíritu Santo que se ha dirigido a usted”.

Escribe al gobernador de Milán, diciendo: “Sobre el Papa, a quien es confiada” (incluso si fuera el diablo en la carne, no debo levantar mi cabeza contra él)”.

“Al Rey de Francia le escribe: ‘Haz la voluntad de Dios, y la mía’”.

No menos nombradas son las “revelaciones” dadas a la “Doctora de la Iglesia, Teresa de Ávila” (s. XIV), también hecha conocer por el Papa Pablo VI. Antes de su muerte, exclama: “Oh Dios mío, Esposo mío, finalmente voy a verte”. Esta sumamente extraña exclamación no es accidental. Es el lógico resultado del completo ejercicio “espiritual” de Teresa, la esencia de lo que se revela en el hecho siguiente.

Estaba tan absorta en sus “revelaciones”, que no vio el engaño del diablo, incluso en tan escandalosa visión como la que se cita a continuación. (El anciano Balaam, Abad Esquema Juan, evaluó su estado espiritual como sigue: “En vez de edificación (zeosis), una persona apasionada, puede convertirse en una soñadora, como la católica Teresa” [8]).

Después de muchas apariciones, “Cristo” dice a Teresa: “Desde este día en adelante, serás mi esposa… Desde ahora, no soy solo tu Creador y Dios, sino también tu Esposo” (9). “Señor, que yo pueda o sufrir contigo, o morir por Ti”, clamaba Teresa y caía, escribe D. Merezhovsky, “exhausta por estas caricias…” (no puedo citar nada más). No es de extrañar, por lo tanto, cuando Teresa admite: “Mi amado llama a mi alma con un silbido tan penetrante, que no puedo más que escucharlo. Esta llamada actúa sobre el alma para que pueda ser agotada por el deseo”. No es accidental que el famoso psicólogo americano William James evalúe su experiencia mística como sigue: “La principal idea de su religión parece ser un coqueteo amoroso (si se puede así sin irreverencia) entre la devota y la deidad” (10).

Nuevamente, otra ilustración de santidad en el catolicismo es Teresa de Lisieux (“La pequeña flor”, o, “del niño Jesús”), quien, en 1997, en el centenario de su reposo, fue proclamada como Doctora de la Iglesia por la “infalible” decisión del Papa Juan Pablo II. Aquí tenemos algunas notas de la biografía espiritual de Teresa, que solo vivió hasta la edad de veintidós años, que elocuentemente testifica su estado espiritual (La historia de un alma, París 1966).

“Durante una conversación antes de mi tonsura, di un informe de las actividades que pretendía llevar a cabo en el Carmelo. ‘Vine a salvar almas, y en primer lugar, a rezar por los sacerdotes’”. ¡No habiéndose salvado así misma, vino a salvar a otros!

Aparentemente escribe sobre su indignidad, pero luego añade: “Siempre me ampara la esperanza audaz de que me convertiré en una gran santa… Pensé que nací para la gloria, y vi un camino para su cumplimiento. Y el Señor Dios… me reveló que mi gloria no sería visible a la mirada mortal, y la esencia de ella consistía en el hecho de que me convertiría en una gran santa”. (Ver San Macario el grande, que fue llamado por sus co-ascetas “un dios terrenal”, el único que clamó: “Señor, límpiame de mi pecado, porque nunca he hecho nada bueno a tus ojos”). Más tarde, Teresa escribe algo incluso más franco: “En el corazón de mi Madre la Iglesia seré amor… entonces lo seré todo… y por esto muy sueño se hará realidad”.

Esta enseñanza de Teresa sobre el amor espiritual se dice hasta lo extremo. “Era el beso del amor. Me sentí amada y dije: ‘Te amo y me entrego a ti para siempre’. No había ni perdón, ni lucha, ni sacrificio; ya, hacía tiempo, Jesús y la pobre pequeña Teresa se miraron mutuamente y lo entendieron todo… Ese día no proveyó ningún intercambio de opiniones, sino una mezcla, cuando ya no son dos; y Teresa desapareció como una gota de agua en la profundidad del océano”. No hay necesidad de comentar este romance de ensueño de la pobre muchacha, a quien la Iglesia Católica ha llamado, ¡ay!, su ‘Doctora’”.

El desarrollo metodológico de la imaginación está basado en la experiencia de uno de los pilares del misticismo católico, el fundador de la orden de los jesuitas y gran católico, san Ignacio de Loyola (s. XVI).

Su libro “Ejercicios espirituales” es un pilar en los monasterios católicos, y pide insistentemente a los cristianos el imaginar a la Santa Trinidad y la conversación de las Tres Personas, Cristo, la Theotokos, los Ángeles, y así sucesivamente. Todo esto está categóricamente prohibido por los santos de la Iglesia universal. Así, testifican que cuando un asceta comienza a vivir estas fantasías, a mirarse a sí mismo en sus propias “películas” y a creerlas, en vez de cumplir los mandamientos de Cristo y luchar contra sus pasiones, llega al trastorno espiritual y emocional completo.

La colección autorizada de los escritos ascéticos de la Iglesia antigua, la Filocalía, prohíbe de manera taxativa tales “ejercicios espirituales”. A continuación expongo algunas citas de este libro.

San Nilo del Sinaí (s. V), advierte: “No desees ver físicamente a los Ángeles o a los poderes angélicos, o a Cristo, pues no debes perder tu mente aceptando a un lobo en vez de a un cordero, y adorando a nuestros adversarios los demonios” (11).

San Simeón el nuevo Teólogo (s. IX), habla de aquellos que mientras rezan “imaginan las bendiciones celestiales, los rangos de los ángeles, o las moradas de los santos”, afirmando claramente que “esto es un signo de engaño”. “Los que siguen ese camino se engañan, pues ven la Luz con sus ojos físicos, huelen fragancias con su sentido del olfato, escuchan voces con sus oídos, y cosas por el estilo” (12).

Cuán recto era aquel noble (San Ignacio Briantchaninov escribió sobre él), que, viendo el libro católico “La imitación de Cristo” de Tomás Kempis (s. XV), en las manos de su hija, lo apartó de ella diciendo: “Deja de tener romances con Dios”. Los ejemplos citados antes no dejan lugar a dudas a cerca de la racionalidad de estas palabras. Es un gran infortunio que en el catolicismo, como podemos ver, la gente haya dejado de diferenciar entre lo espiritual y lo emocional, la santidad y la fantasía. Esta es la gran calamidad que puede suceder en cualquier iglesia cristiana.

¿YO SOLO CREO?

Para ver la esencia del protestantismo y entender en qué se diferencia fundamentalmente de la Ortodoxia, es suficiente con indicar su principal premisa: “El hombre es salvado sólo por la fe, y no por las obras, pues el pecado no es contado como pecado para alguien que cree”. Los pecados de los creyentes (presentes, futuros y pasados) son perdonados porque están cubiertos u ocultos para Dios por la justicia perfecta de Cristo. “El mismo Lutero expresó esto con las siguientes palabras: “A causa de esta fe en Cristo, Dios no ve el pecado que todavía permanece en nosotros… Dios cuenta la justicia imperfecta como perfecta, y el pecado como no pecado, aunque incluso sea verdadero pecado”. Lutero enseña que el hombre es una “estatua de sal” que no puede hacer nada para su propia salvación, y por lo tanto no debe hacer nada. Como se suele decir, sin comentarios. Podemos relajarnos. La Ortodoxia, por el contrario, enseña que el hombre es colaborador con Dios en la salvación. Cristo dijo: “El que tiene mis mandamientos y los conserva, ese es el que me ama” (Juan 14:21). “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos padece fuerza, y los que usan la fuerza se apoderan de él” (Mateo 11:12). Esto es, para obtener la salvación y el perdón de nuestros pecados, necesitamos fe con discernimiento y vida generalmente aceptada como moral. Pero en cuanto al cumplimiento de los mandamientos del Evangelio y el arrepentimiento debemos recordar lo que Cristo dijo: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial” (Mateo 7:21).

Esto es, Dios no nos salva sin nosotros, sin nuestro esfuerzo y nuestra lucha. La lucha personal es necesaria, lo cual hace que el creyente pueda recibir ayuda de Cristo. San Simeón el nuevo Teólogo dice: “El cumplimiento escrupuloso de los mandamientos de Cristo enseña a la persona sobre sus debilidades”, es decir, que le revela sus pecados y la carencia de fuerza para arraigar sus propias pasiones sin la ayuda de Dios. Pero viéndose uno a sí mismo pereciendo en el tormento de las pasiones, se vuelve a Cristo el Salvador y Él viene a ayudarlo. Entonces, ¿qué persona no dirá por sí misma que puede hacerlo junto a Dios?. Este es el principio para vivir una correcta fe “ortodoxa”.

Por lo tanto, una persona que asciende por el tercer paso en busca de la verdad, se convierte primero en la fe en el único Dios, y así al cristianismo, y finalmente a la Ortodoxia. Pero venir a la Ortodoxia, no significa que uno ya esté en ella, pues hay infinitamente muchos mas que han venido a la Ortodoxia que los que han ascendido por el cuarto paso del conocimiento.

De una conferencia leída en el Seminario Teológico Sretensky

NOTAS:

(1). M. V. Lodyzhensky, Luz invisible (San Petersburgo, 1915)

(2) San Francisco de Asís. Obras (Moscú, editores franciscanos, 1995, pag. 20, 145)

(3) Lodyzhensky, 129.

(4) Ibid., 133.

(5) Las revelaciones de la Beata Ángela (Moscú, 1918)

(6) A.F. Losev, Croquis del antiguo simbolismo y la mitología (Moscú, 1930) 1:867-868

(7) Antonio Siccari, Retratos de santos (Milán, 1991)

(8) Anciano Balaam esquema abad Juan (Alexeyev), Cartas sobre la vida espiritual (Monasterio de la Santa Trinidad San Sergio).

(9) D. C. Merezhkovshky, Místicos españoles (Bruselas, 1988), 88.

(10) William James, La variedad de las experiencias religiosas (Nueva York: Bames and Noble Classics, 2004), 304.

(11) San Nilo del Sinaí, “153capítulos sobre la oración”, cap. 115, La Filocalía, 5:2 (Moscú, 1884), 237-304.

(12) San Simeón el nuevo Teólogo, “Sobre las tres clases de oración”, La Filocalía, (Moscú, 1900), 463-464.

Traducción: P.A.B

Fuente: http://www.pravoslavia.ru



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