Escena del martirio de San Perfecto, contemporáneo de Álvaro
Álvaro de Córdoba y la polémica contra el Islam: el Indiculus Luminosus
(página 179)
Feliciano Delgado León (Publicaciones Caja Sur)
Rechazó la Resurrección del Señor, día de fiesta para el gozo y el viernes, día de la Pasión del Señor, consagrado a la tristeza y el ayuno, lo dedicó a la gula y a los placeres obscenos. Jesús Cristo nos enseñó la paz y la paciencia, él proclamó la guerra y afiló la espada para hundirla en la cerviz de los inocentes para que de él y sus seguidores se hiciera verdadera la frase, “esparce a la gente que quiere la guerra”. Estos desean, en efecto, la guerra tanto que la hacen a todos los pueblos como por mandato de Dios. Cristo purificó al pueblo confiado a él con los dones de la virginidad y la castidad. Aquél, en cambio, mancilló los cuerpos y las mentes de sus fieles, mediante una diversión abundantísima, como he dicho, (…) con incestuosos concubinatos. Cristo nos enseñó el matrimonio, éste en cambio el divorcio. Jesús Cristo la sobriedad y la abstinencia, el otro los banquetes y el atractivo de los festines; poniendo por delante la lujuria y aumentando los placeres indecorosos, no les puso ningún freno legal. Cristo limitó los impulsos naturales con todas las leyes de la continencia y la templanza, sin lo cual difícilmente se puede hablar de naturaleza humana; el otro, desatando el freno de la lujuria por todas partes concedió la libertad de seducir sin límite. Cristo prescribe la abstinencia del lícito y propio matrimonio en tiempos de ayuno, aquel sobretodo en esos días otorga pingües ofrendas en premio de los adoradores de Venus. Cristo promete a sus servidores un estado espiritual y angélico, el otro concede a sus perdidos (…) mayor que la de un caballo. Pero hasta ahora todas las herejías y todos los errores desde el mismo tiempo del nacimiento del Señor, hijo de Dios y Redentor nuestro, manaron de la misma Judea y del seno de la Iglesia, es decir, de aquellos a quienes la pura verdad mantenía bajo la obediencia de la ley, pero ningún otro levantó su imperio contra el reino de Cristo, clarísimo en todo el mundo, a no ser este malvado soñador de huecas vanidades, este Anticristo sinuoso y astuto con su irrupción nefanda mal extendida por la redondez de la tierra. Por eso, porque se alzó contra Cristo, maestro de la humildad e hizo uso con alevosía de los azotes y de la espada contra sus preceptos suavísimos, con toda razón ha sido llamado Anticristo, quien ha resultado un descubierto difamador y un sutilísimo detractor de la religión cristiana. Tuvo Jesús Cristo quien, mediante ciertas figuras en apariencia y en vestido, afirmara mucho antes de su nacimiento corpóreo, que él nacería. Aquél también tuvo precursores de su maldad que lo representan en el engaño de la tergiversación.
Categorías:Islam, San Álvaro de Córdoba
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