Si no aceptas las naturalezas divina y humana de Cristo NO eres cristiano

 

Selección de textos de San Atanasio el Grande
 
El Logos «se hizo hombre», no «vino a un hombre» 

El Logos se hizo hombre, no vino a un hombre. Esto es preciso saberlo, no sea que los herejes se agarren a esto y engañen a algunos, llegando a creer que así como en los tiempos antiguos el Logos venia a los diversos santos, así también ahora ha puesto su morada en un hombre y lo ha santificado, apareciéndose como en el caso de aquellos. Si así fuera, es decir si sólo se manifestara en un puro hombre, no habría nada paradójico para que los que le veían se extrañaran y dijeran: «¿De dónde es éste?» (Mc 4, 41) y: «Porque, siendo hombre, te haces Dios» (Jn 10, 33). Porque ya estaban acostumbrados a oir: El Logos de Dios vino a tal o cual profeta. Pero ahora, el Logos de Dios, por el que hizo todas las cosas, consintió en hacerse Hijo del hombre, y se humilló, tomando forma de esclavo. Por esto la cruz de Cristo es escándalo para los judíos, mientras que para nosotros Cristo es la fuerza de Dios y la sabiduría de Dios. Porque, como dijo Juan: «El Logos se hizo carne…» (Jn 1, 14), y la Escritura acostumbra a llamar «carne» al «hombre» …Antiguamente el Logos venía a los diversos santos, y santificaba a los que le recibían como convenía. Sin embargo, no se decía al nacer aquellos que el Logos se hiciera hombre, ni que padeciera cuando ellos padecieron. Pero cuando al fin de los tiempos vino de manera singular, nacido de Maria, para la destrucción del pecado… entonces se dice que tomando carne se hizo hombre, y que en su carne padeció por nosotros (cf. I Pe 4, 1). Asi se manifestaba, de suerte que todos lo creyésemos, que el que era Dios desde toda la eternidad y santificaba a aquellos a quienes visitaba, ordenando según la voluntad del Padre todas las cosas, más adelante se hizo hombre por nosotros; y, como dice el Apóstol, hizo que la divinidad habitase en la carne de manera corporal (cf. Col 2, 9); lo cual equivale a decir que, siendo Dios, tuvo un cuerpo propio que utilizaba como instrumento suyo, haciéndose así hombre por nosotros. Por esto se dice de él lo que es propio de la carne, puesto que existía en ella, como, por ejemplo, que padecía hambre, sed, dolor, cansancio, etc., que son afecciones de la carne. Por otra parte, las obras propias del Logos, como el resucitar a los muertos, dar vista a los ciegos, curar a la hemorroisa, las hacia él mismo por medio de su propio cuerpo.

El Logos soportaba las debilidades de la carne como propias, puesto que suya era la carne; la carne, en cambio, cooperaba a las obras de la divinidad, pues se hacían en la carne… De esta suerte, cuando padecía la carne, no estaba el Logos fuera de ella, y por eso se dice que el Logos padecía. Y cuando hacia las obras del Padre a la manera de Dios, no estaba la carne ausente, sino que el Señor hacia aquellas cosas asimismo en su propio cuerpo. Y por esto, hecho hombre, decia: «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mi, creed a mis obras y reconoced que el Padre está en mi y yo en el Padre» (Jn 10, 37-8). Cuando fue necesario curar de su fiebre a la suegra de Pedro, extendió la mano como hombre, pero curó la dolencia como Dios. De manera semejante, cuando curó al ciego de nacimiento, echó la saliva humana de su carne, pero en cuanto Dios le abrió los ojos con el lodo… Así hacía Él las cosas, mostrando con ello que tenía un cuerpo, no aparente, sino real.

Convenía que el Señor, al revestirse de carne humana, se revistiese con ella tan totalmente que tomase todas las afecciones que le eran propias, de suerte que así como decimos que tenia su propio cuerpo, así también se pudiera decir que eran suyas propias las afecciones de su cuerpo, aunque no las alcanzase su divinidad. Si el cuerpo hubiese sido de otro, sus afecciones serien también de aquel otro. Pero si la carne era del Logos, pues «el Logos se hizo carne» (Jn 1, 14), necesariamente hay que atribuirle también las afecciones de la carne, pues suya es la carne. Y al mismo a quien se le atribuyen los padecimientos—como el ser condenado, azotado, tener sed, ser crucificado y morir—, a él se atribuye también la restauración y la gracia. Por esto se afirma de una manera lógica y coherente que tales sufrimientos son del Señor y no de otro, para que también la gracia sea de él, y no nos convirtamos en adoradores de otro, sino del verdadero Dios. No invocamos a creatura alguna, ni a hombre común alguno, sino al hijo verdadero y natural de Dios hecho hombre, el cual no por ello es menos Señor, Dios y Salvador (Epístola a Marcelino, III, 30-32).

La unión de la naturaleza divina y humana en Cristo.

Nosotros no adoramos a una criatura. Lejos de nosotros tal pensamiento, que es un error más bien propio de paganos y de arrianos. Lo que nosotros adoramos es el Señor de la creación hecho hombre, el Logos de Dios. Porque aunque en si misma la carne sea una parte de la creación, se ha convertido en el cuerpo de Dios. Nosotros no separamos el cuerpo como tal del Logos, adorándolo por separado, ni tampoco al adorar al Logos lo separamos de la carne, sino que sabiendo que «el Logos se hizo carne», le reconocemos como Dios aun cuando está en la carne (Epistola ad Adelphium, 3.).

El Logos, al tomar nuestra carne, se constituye en Sumo Sacerdote de nuestra fe.

«Hermanos santos, partícipes de una vocación celestial, considerad el Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos, Jesús, el cual es fiel al que lo hizo (sacerdote)» (Heb 3, 1-2). ¿Cuándo fue enviado como apóstol, sino es cuando se vistió de nuestra carne? ¿Cuándo fue constituido Sumo Sacerdote de nuestra religión, si no es cuando habiéndose ofrecido por nosotros resucitó de entre los muertos en su cuerpo, y ahora a los que se le acercan con la fe los lleva y los presenta al Padre, redimiéndolos a todos y haciendo propiciación por todos delante de Dios? No se refería el Apóstol a la naturaleza del Logos ni a su nacimiento del Padre por naturaleza cuando decía «que fue fiel al que le había hecho». De ninguna manera. El Logos es el que hace, no el que es hecho. Se refería a su venida entre los hombres y al sumo sacerdocio que fue entonces creado. Esto se puede ver claramente a partir de la historia de Aarón en la ley. Aarón no había nacido sumo sacerdote, sino simple hombre. Con el tiempo, cuando quiso Dios, se hizo sumo sacerdote… poniéndose sobre sus vestidos comunes el “ephod”, el pectoral y la túnica, que las mujeres habían elaborado por mandato de Dios. Con estos ornamentos entraba en el lugar sagrado y ofrecía el sacrificio en favor del pueblo… De la misma manera, el Señor «en el principio era el Logos, y el Logos estaba en Dios y el Logos era Dios» (Jn 1, 1). Pero cuando quiso el Padre que se ofreciera rescate por todos y que se hiciera gracia a todos, entonces, de la misma manera que Aarón tomó la túnica, tomó el Logos la carne de la tierra, y tuvo a Maria como madre a la manera de tierra virgen, a fin de que como sumo sacerdote se ofreciera a sí mismo al Padre, purificándonos a todos con su sangre de nuestros pecados y resucitándonos de entre los muertos. Lo antiguo era una sombra de esto. De lo que hizo el Salvador en su venida, Aarón había ya trazado una sombra en la ley. Y así como Aarón permaneció el mismo y no cambió cuando se puso los vestidos sacerdotales… así también el Señor… no cambió al tomar carne, sino que siguió siendo el mismo, aunque oculto bajo la carne. Cuando se dice, pues. que «fue hecho», no hay que entenderlo del Logos en cuanto tal… El Logos es.creador, pero luego es hecho sumo sacerdote al revestirse de un cuerpo hecho y creado, que pudiera ofrecer por nosotros: en este sentido se dice que «fue hecho»… (Contra Ar. Il, 7-8.)



Categorías:San Atanasio de Alejandría, Santísima Trinidad

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